Mar de voces. Cecilia Magaña

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Mar de voces - Cecilia Magaña


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el navío pirata un tictac

      suena al unísono de los latidos del capitán.

      Matthew mira desde la borda la boca gigante de un cocodrilo

      que sobresale de las aguas, sin descanso…

      Never parents.

      En otro mundo,

      la locura proviene del mismo lugar que la sonrisa,

      y un gato invisible la proyecta sobre la cabeza de Carroll,

      en el cruce de caminos.

      El tiempo (gris) se detiene,

      en el andar de Casiopea,

      mientras Momo escucha la voz del viento,

      y Ende escribe en el lomo de la tortuga.

      Sentado en la plaza,

      Hitchcock es rodeado por un centenar de pájaros,

      y su canto es una oda a la anarquía,

      y su aletear un susurro homicida.

      En la mansión de los Baskerville,

      el cálido aliento del misterio desvela para Doyle

      las fauces escarlatas de un endiablado perro,

      mientras serenamente Sherlock enciende su pipa.

      “Todas las bestias se han revelado”,

      grita desde su granja George Orwell.

       Horror Movie

      Despierta…

      Baja las escaleras con cuidado.

      Los escalones se derriten entre sus dedos,

      hasta el final del corredor,

      donde lo espera un cuerpo descuartizado.

      Grita…

      Todos duermen en la calle Elm.

      Nadie puede escucharla.

      Vive una terrible pesadilla,

      mientras un guante con navajas roza la tubería de metal.

      Corre…

      Sin saberlo lo espera un gigante,

      en la zona del bosque,

      a las afueras del Crystal Lake,

      donde se encuentra un sendero de agua ensangrentada.

      Escóndete…

      Oculto en la bodega de la fábrica de Good Guys,

      entre los gigantescos engranajes de las máquinas,

      donde escurren la sangre y las vísceras de un desgraciado.

      Pelea…

      Sin saber si tus intentos tendrán resultado.

      Haz frente al demonio disfrazado de payaso

      que devora sin compasión a los niños de Derry.

      Llora…

      Nada más puede hacerse.

      Espera con paciencia el abrazo de la muerte,

      que llega la noche de Halloween,

      cuando un monstruo de cara blanca avanza entre la oscuridad de la noche.

      Muere…

      En el último momento,

      cuando los demonios despiertan,

      y las tinieblas conspiran para aplazar el trágico final,

      de la tortura inminente del despertar en un grito.

       Sueño de Alicia

      Cae Alicia…

      Envuelta en el humo de tabaco de la sabia oruga.

      Cae al centro de la fiesta del té.

      Bailan la razón y la cordura una danza de locos.

      Cae al lado de un jardín de rosas rojas que son blancas.

      Y caen las cabezas de 52 naipes.

      El conejo blanco mira el reloj.

      Es tarde…

      Tarde para brindar con El Sombrerero.

      Tarde para matar al Jabberwocky.

      Tarde para el juicio de La reina de corazones.

      (Exige que caigan cabezas).

      (Se prohíbe ser un gigante).

      Y cae Alicia…

      Cae como cuervo que asusta a Tweedledee y Tweedledum.

      Cae en la floresta,

      donde se burlan las damas,

      se desvisten las flores,

      bellas atolondradas.

      Cae por un túnel hasta el castillo de la reina blanca,

      y se recogen las piezas.

      Cae para siempre en el sueño de la fantasía,

      abrazada del gato loco de Cheshire,

      hasta el amanecer,

      en el momento en que despierta su creador.

      Circus

      Se encienden las luces.

      Predomina el rojo en la mano enguantada

      que saluda desde la pista.

      Salta con giro acróbata,

      la sonrisa encarnecida de los clowns,

      enganchada vertiginosamente en sus rostros.

      Tormentean colores desde el trapecio.

      Amanece el show sobre la buhardilla de personajes.

      Proliferan la gracia y la extravagancia.

      El acto es una pintura surrealista,

      un narciso que florece en la primavera del aplauso.

       Taxi

      Mira por el retrovisor las luces policromáticas de la ciudad,

      que es una fotografía desenfocada.

      Esgrima obstáculos interpuestos frente a la luz del semáforo,

      como bólido proyectil o relámpago amarillo.

      Entra al desnivel con un aparatoso ollie,

      y su sangre se disuelve con el nitro estertóreo de su corazón.

      El taxi se cubre con un pulimento de onomatopeya.

      Su armazón es un monumento a la tecnología antigua

      su alma de cuero y tapiz respira el humo de las narraciones

      su memoria como espectro reflejante.

      Por unos instantes el taxista se asemeja a Caronte,

      cuando navega por las profundas aguas de la ciudad.

      Qué placer más urbano que subir al taxi,

      la calandria desencajada de los pobres.

      Existe


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