Un diamante para siempre. Moyra Tarling

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Un diamante para siempre - Moyra Tarling


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      —Gracias. Vendré enseguida.

      Kate se quedó en la habitación a solas con Marsh, escuchando el sonido de su respiración. Al cabo de un rato, se aproximó a su cama. La curiosidad era más fuerte que el temor a acercarse a aquel hombre que la había tratado con tanto desdén tiempo atrás.

      Los músculos de su estómago se encogieron y el corazón se le aceleró.

      Estudió su rostro macilento. No había cambiado mucho. Se le notaban los años, sin duda, pero después de todo aquel tiempo todavía era el hombre más atractivo que jamás había conocido.

      Una venda recién puesta cubría el corte de la frente. Tenía el pelo revuelto, lo que le dulcificaba las facciones. Tenía un aspecto vulnerable y Kate tuvo que contenerse para no acariciarlo. El corazón se le aceleró, al ver el golpe amoratado que tenía en el ojo. Estaba empezando a cambiar de color, de rojo a morado y se extendía hasta el párpado.

      Continuó observándolo. Tenía las pestañas largas y oscuras como las de su hija y los labios gruesos y bien dibujados.

      Recordó con desmayo los deseos que había tenido antaño de besarlo.

      De pronto, Marsh abrió la boca y emitió un gemido doloroso.

      Kate no se podía mover. Tenía la sensación de que sus pies estuvieran pegados al suelo.

      Los párpados se abrieron y dejaron al descubierto sus pupilas azules.

      Marsh gimió de nuevo, más fuerte esta vez, un sonido desgarrador que conmovió a Kate. Empezó a mover las piernas y los brazos a toda velocidad, cada vez con más violencia, mientras trataba de arrancarse las ropas que lo cubrían.

      Kate trató de sujetarlo para evitar que se pudiera hacer daño.

      —Doctor Diamond, por favor, tranquilícese —le dijo Kate—. Ha tenido un accidente de coche y está en el hospital Mercy.

      Al oír sus palabras, el doctor dejó de luchar.

      —¿Un accidente? —repitió él—. ¿Y mi hija? ¿Dónde está mi hija? ¿Está bien Sabrina?

      —Sí, su hija está perfectamente —le aseguró Kate, ansiosa por que Heather regresara antes de que Marsh pudiera reconocerla.

      La agarró del brazo y Kate sintió sus uñas sobre la piel.

      —¿Por qué está tan oscuro aquí? —le preguntó, con la voz quebrada por el pánico—. ¿Por qué no puedo ver?

      Capítulo 2

      ESTO no puede estar ocurriendo! —dijo Marsh con rabia, frustración y dolor.

      Kate vio en su gesto la sombra del miedo y le tomó las manos para reconfortarlo. Pero su tacto provocó en ella un sinfín de sensaciones desconcertantes.

      —Doctor Diamond, está bien. Trate de mantener la calma. Tiene algunas heridas y le han puesto suero, eso le impide moverse libremente.

      —¿Dónde está Sabrina? Tengo que encontrarla —dijo Marsh con patente inquietud y preocupación. Con una mano, trataba de retirarse las sábanas y quedar libre.

      —Doctor Diamond, su hija está bien, créame. Está a salvo —añadió. Pero él estaba demasiado inquieto como para poder escuchar a nadie.

      Al intentar levantarse, perdió el equilibrio y las rodillas se le doblaron.

      Kate se apresuró a agarrarlo. Pero, inesperadamente, el contacto con su cuerpo casi desnudo, le aceleró el corazón.

      Su olor la retrotrajo a aquel lejano verano, cuando, al caer del caballo, lo hizo directamente en sus brazos. Kate podía recordar con toda claridad la sensación de estar junto a él. Se habían mirado a los ojos durante unos segundos y el aire se había cargado de tensión.

      —¡Marsh! ¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó el doctor Franklin, que acababa de entrar.

      —¿Tom? ¿Eres tú? —se apartó de Kate y se volvió en dirección a la nueva voz.

      —Sí, soy yo. ¿Qué estás haciendo fuera de la cama? Me parece que no te gusta tu papel de paciente —comentó el doctor, mientras Heather y él se acercaban a la cama.

      —Pues no, nada.

      —¿Por qué frunces el ceño? ¿Tienes problemas con la vista?

      —No es nada. Estaré bien enseguida. Es solo que alguien se olvidó de encender las luces.

      —¡Buen intento, Marsh! Pero las luces están encendidas. Te recomiendo que dejes que las enfermeras te metan en la cama, para que pueda examinarte los ojos. Y no se te ocurra rechistar. Aunque seas el nuevo jefe de personal, tu trabajo no empieza hasta dentro de un mes y, además, en Urgencias, siempre mando yo.

      Marsh no pudo ocultar su frustración.

      —Bien, hazlo a tu modo —dijo—. Ya me vengaré de ti en la pista de tenis.

      Trataba de mantener el control.

      —Trato hecho —respondió Tom, antes de hacerle una señal a las dos enfermeras para que lo llevaran a la cama.

      —Gracias, Kate —le susurró Heather una vez fuera de la habitación.

      Ya en el recibidor, Kate respiró profundamente, y trató de tranquilizarse. No podía ser posible que, después de tantos años y del injusto modo en que él la había tratado tiempo atrás, todavía se sintiera atraída por Marshall Diamond.

      Kate decidió seguir con su trabajo y se dirigió hacia la recepción, donde Jackie estaba consolando a una mujer que lloraba.

      Detrás de ellas dos, seguía la pequeña Sabrina, exactamente en el mismo lugar en el que la había dejado. Al ver a Kate, Sabrina pareció aliviada.

      —Siento que hayas tenido que esperar tanto tiempo —dijo Kate.

      —¿Ha visto a mi padre? —preguntó la pequeña ansiosa.

      —Sí, pero solo durante unos minutos. Me he tenido que marchar en cuanto el doctor ha entrado.

      —¿Está bien?

      —Sí, pero tiene una herida en la cabeza y algunas magulladuras —le dijo a la niña, con toda la sinceridad que creía adecuada—. Seguramente, tendrá que quedarse en el hospital esta noche, para que el médico lo tenga en observación.

      Trataba de prepararla para lo que pudiera venir, pero no quiso alarmarla contándole lo de la ceguera. Había visto casos como el de Marsh que se solucionaban en unas cuantas horas o de un día para otro.

      —¿Me tengo que quedar aquí?

      Kate sonrió.

      —El policía con el que viniste ya habrá llamado a tus abuelos y les habrá contado lo del accidente. Seguro que ya vienen hacia el hospital.

      —No quiero irme con ellos —dijo la niña con voz desafiante, y un gesto muy característico de su padre.

      —Vamos a la sala de espera, por si hubieran llegado, ¿te parece? —Kate le ofreció la mano a la pequeña.

      Sabrina miró la mano y dudó durante unos segundos. Por fin, abrazó a su osito y se agarró a ella.

      Mientras se dirigían a la sala de espera, Kate pensó en lo aliviada que se sentiría en cuanto pudiera entregarle la pequeña a sus abuelos. No porque no le gustara Sabrina sino, muy al contrario, por la cantidad de sentimientos encontrados que le producía. Aquel breve encuentro con la familia Diamond le había dejado muy claro que debía evitar todo contacto con ellos en los meses venideros.

      Al entrar en la zona de espera, Kate se dirigió hacia el policía.

      —Me alegro de que todavía esté usted aquí —dijo ella al aproximarse.

      —¿Está bien la niña?


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