Amigos muy íntimos. Diana Hamilton

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Amigos muy íntimos - Diana Hamilton


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      —¿Quieres un café antes de marcharte?

      Eso estaba mejor. Había logrado tragarse el nudo que tenía en la garganta y, al parecer, estaba recuperando la calma.

      —Yo no —dijo él al tiempo que se acercaba mirándola fijamente—. Hay algo que te quiero preguntar. Y antes de que me saltes al cuello, quiero que te lo pienses cuidadosamente, que pongas a funcionar tu inteligencia habitual.

      James se detuvo dejando un cierto espacio entre ellos. Sonrió cuando ella lo miró extrañada. La idea se le había ocurrido de repente, y era bastante buena. Desde que se le ocurrió la noche anterior, se lo había pensado mucho. Se le había ocurrido después de hablar con Edward.

      Tenía sentido. Y conocía a Mattie. Cuando se hiciera a la idea de tener que desarraigarse, ella también lo vería así.

      —Mattie —dijo—. ¿Quieres casarte conmigo?

      Capítulo 2

      MATTIE estuvo segura de que le había pasado algo en el cerebro. ¿Una embolia quizás? Algo que la estaba haciendo oír cosas raras.

      ¿James proponiéndole matrimonio? ¿A ella?

      —¿Mattie?

      A pesar del temor de sufrir alguna afección mortal, fue capaz de detectar una nota de diversión en la voz de él. Así que era eso. Una broma. Una broma sin gracia.

      ¿Cómo se atrevía? Se lo merecería si ella se lo tomara en serio, si se arrojara a sus brazos y empezara a balbucear cosas acerca de vestidos de novia y de tener hijos. Todos esos años de amar sin esperanzas a ese hombre no evitaban que quisiera castigarlo.

      Pero el sentido común se impuso. Hacer como si se lo tomara en serio solo le provocaría más dolor. Rodearlo con sus brazos y cubrirlo a besos sería una tortura.

      Se acercó a la pila para llenar la cafetera. Ella sí que necesitaba un café. Por lo menos ahora estaba pensando claramente.

      —Ten cuidado, James. Las bromas como esa te pueden salir mal. Puede que te tomen en serio —dijo.

      —Lo he dicho en serio, Matts.

      Ella se quedó helada. Aquello no era posible. ¿Cómo podía decirlo en serio?

      Él se acercó, le puso las manos en los hombros y la hizo volverse. Ese contacto hizo que la recorriese una corriente eléctrica por todo el cuerpo y se apartó. James nunca antes la había tocado así, ni siquiera accidentalmente, y por mucho que ella lo hubiera ansiado, no lo podía soportar, no ahora, no si iba a tener que descubrir cuáles eran sus propósitos.

      —¿Tiene esto algo que ver con que Fiona te haya dejado? —le preguntó—. Ella te deja, así que tú te comprometes inmediatamente con otra, solo para demostrar que no es la única, ¿verdad?

      ¿Tendría razón? ¿Podría él ser tan cruel? ¿La utilizaría de esa manera? ¿Le regalaría un anillo, se aseguraría de que todo el mundo lo supiera para luego dejarla discretamente cuando el público se hubiera olvidado de que Fiona lo había dejado?

      —¿Y bien? —insistió—. ¿No tienes respuesta por una vez en tu vida? ¿O es que, de repente, te has enamorado locamente de mí?

      James miró su reloj. Había pensado pasarse la tarde en su casa, trabajando. Aquello iba a requerir más tiempo del que había creído.

      —Te tienes en muy poco, Mattie. Deberías dejar de hacerlo. Y no, no estoy más enamorado de ti que tú de mí. De hecho, no creo que el amor exista realmente.

      James se resignó a perder toda una tarde de trabajo. Había sido muy optimista cuando pensó que podía exponerle sus razones para el matrimonio en dos minutos y que el cerebro de primera que tenía ella solo tardaría otros tres o cuatro en aceptar las razones por las que eso era deseable y razonable. Lejos de parecer receptiva, la cara de ella no mostraba nada más que ira contenida.

      —Lo único que te pido es que escuches lo que te tengo que decir…

      Pero entonces oyeron a Edward llegar. No se había esperado que volviera tan pronto. Había preparado eso como una conversación de negocios razonable y, en pocos minutos, se estaba volviendo una farsa.

      —¿Así que has decidido quedarte a almorzar después de todo? —preguntó Edward—. Creía que ya estarías de camino a Londres. Y Mattie, si vas a cocinar, no me hagas nada a mí. He tomado un tentempié.

      —La verdad es que voy a invitar a comer a Matts —dijo James—. Y gracias a los dos por las molestias que os he causado estos días. Ve a por tu chaqueta, Matts.

      Su instinto le dijo que tenía que rechazarlo, no aceptar órdenes de él, no tolerar que le hablara con esa voz autoritaria, como si fuera una empleada suya. Tenía que decirle que se lo pidiera amablemente y que se lo pensaría. Pero llevaba demasiados años controlando sus emociones en lo que se refería a James y sería una tontería que en ese momento se pusiera a discutir con él.

      Él se limitaría a marcharse de allí y ella nunca sabría el motivo por el que le había hecho esa increíble propuesta de matrimonio.

      —Vamos, Mattie. No tenemos todo el día.

      Su voz era la de un hombre acostumbrado a mandar, al que nadie se atrevería a desobedecer, pero en todo el tiempo que lo conocía, nunca lo había temido ni había tenido la sensación de que estaba tomando el control de su vida.

      Salió de la cocina casi tropezando, antes de que él pudiera hacer o decir nada más.

      Por supuesto, no le tenía miedo, se dijo a sí misma mientras se quitaba el delantal y buscaba su chaqueta. De lo que tenía miedo era de lo que la hacía sentir.

      Estaba desorientada.

      Se puso unas botas.

      —¿Estás lista? —dijo él.

      Estaba impaciente, pensó Mattie. Pero no con la impaciencia de un hombre desesperado por conseguir a una mujer.

      —Sí, lo estoy. Y tengo curiosidad por saber a qué viene todo esto.

      —Te lo contaré mientras almorzamos. Ahora vámonos.

      Fueron en coche al pub del pueblo. No estaba muy lejos y ella no tuvo tiempo para pensar. James quería casarse con ella de verdad. Lo había dicho, pero a ella le estaba costando trabajo entenderlo.

      Hacía años, antes de que hubiera aprendido a controlar sus sueños, se lo había imaginado proponiéndole matrimonio. De rodillas, a la luz de la luna y con un ramo de rosas y todo lo demás, jurándole que siempre la amaría, que había esperado a que ella creciera…

      La realidad era algo completamente diferente a los sueños de una adolescente.

      El pub estaba casi desierto y acababan de encender la chimenea, por lo que hacía frío en el comedor. Mattie no se quitó la chaqueta, pero James le quitó el gorro de lana y luego miró la carta.

      —Así está mejor —dijo sonriendo por fin.

      Parecía tener el control de todo y ella deseó abofetearlo de repente.

      Mattie dejó la carta.

      —No tengo hambre. Solo quiero que me cuentes qué hay detrás de esa propuesta de matrimonio tan poco romántica.

      El tono de su voz le indicó a él que seguía enfadada. Estaba claro que su propuesta de matrimonio la había confundido, pero se lo estaba pensando. Esa era una de las cosas que admiraba de ella, su capacidad para ver los problemas desde todos los ángulos y, en su momento, resolverlos.

      —Te lo contaré mientras comemos, como gente civilizada. Pide algo ligero si no tienes mucha hambre. Yo voy a pedir lasaña.

      ¿Civilizados? Bueno, suponía que podía hacerlo. Pidió un sándwich de gambas y dio un sorbo al vino tinto que él había pedido mientras esperaban.

      Cuando


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