Temblor. Allie Reynolds
Читать онлайн книгу.morir.
Todos caemos de un modo u otro, pero lo de Brent es una caída más dura que la de la mayoría. Era el chico de oro de Burton; el rostro de las bebidas energéticas Smash. Durante años, seguí las clasificaciones con la esperanza de ver su nombre, pero desapareció de la faz de la Tierra, igual que yo. Supuse que sufriría una lesión grave, pero ahora no estoy tan segura. ¿Acaso dejó de competir por algo relacionado conmigo? Si fuera el caso, no creo que lo soportase.
Curtis se recupera antes que yo de la sorpresa.
—¿Y qué tal es?
—Es un trabajo. —Brent suena a la defensiva.
—¿Tienes página web? —pregunto.
—Sí.
Curtis y yo cruzamos una mirada. Así que cualquiera podría haber encontrado el correo de Brent.
Heather sale apresuradamente del salón, cabizbaja. ¿Debería ir tras ella?
No. Parece alterada y ahora mismo no puedo aguantar un numerito de lágrimas en el baño. Nunca sé qué decir. Cuando yo estoy mal, me lo guardo para mí. Era una de las cosas buenas de Saskia. Jamás me montaría ningún espectáculo lacrimoso en el baño.
Una vez vi a Odette llorar, pero si me hubieran dicho lo que a ella, yo también lo habría hecho.
Y no habría parado.
No volverá a caminar nunca más.
Me trago el resto del whisky. No voy a pensar en eso. Hablaré con Heather más tarde, cuando se haya calmado.
Dale está de pie junto a la ventana, con la botella en la mano. Mira a Brent y, luego, se gira. ¿Qué le habrá dicho Heather?
—¿Cómo habéis llegado hasta aquí? —pregunta Curtis.
—En avión, he aterrizado esta mañana —contesta Brent.
—¿Grenobles?
—Lyon.
—Eso explica por qué no te he visto —comenta Curtis—. Yo he entrado por Grenobles.
Me he fijado en las etiquetas de equipaje en sus bolsas de snowboard.
—Yo he venido en coche —intervengo.
Curtis arquea las cejas.
—¿Todo el trayecto?
—Por los viejos tiempos. Así he tenido tiempo para pensar.
«En ti, entre otras cosas».
Heather vuelve a entrar.
—Chicos —nos llama, sin aliento—. Alguien se ha llevado nuestros móviles.
6
Hace diez años
Saskia me rodea con el brazo como si fuera su nueva mejor amiga. Huele a un perfume embriagador y exótico, aunque no lleva maquillaje aparte del delineador violeta que hace que sus ojos parezcan todavía más azules.
Estamos en un reservado en el Glow Bar; somos seis chicas. No tenía ni idea de qué ponerme esta noche. Saskia parecía el tipo de persona que siempre se viste para la ocasión, pero aquí la temperatura es de diez grados bajo cero, así que me he puesto tejanos y dos jerséis, dispuesta a parecer una pardilla, pero todas las chicas de la mesa, que creo que son francesas, llevan lo mismo, y, además, no nos hemos quitado las chaquetas de esquí. Son mi tipo de gente.
El bar está lleno. No me gusta demasiado salir de fiesta durante la competición. He venido para entrenar, no para ir de juerga. Siempre me ha parecido raro que los visitantes de las estaciones de esquí se pasen más tiempo en el bar que en las pendientes, pero bueno, el Glow Bar es el único bar del pueblo.
En el escenario, una banda toca punk-rock del malo.
Saskia grita por encima del ruido.
—¿Has venido para la temporada, Milla, o solo por la competición?
—Para la temporada —respondo—. ¿Y tú?
—Yo también.
Los nervios hormiguean en mi estómago. Durante todo el invierno, entrenaré al lado de mi rival más cercana. Podré seguir sus avances, claro, pero ella también los míos. Estudio sus hombros estrechos y sus caderas. Es un par de centímetros más baja que yo, pero la altura no es ninguna ventaja en el medio tubo. Un centro de gravedad más bajo contribuye a ganar equilibrio. Aun así, la supero en potencia muscular. Me gustaría saber cómo entrena en el gimnasio. Tendrá mucha fuerza en el tren inferior, para ejecutar las piruetas que he visto antes.
—¿Tienes patrocinadores? —inquiere.
—Sí.
Espera.
—Tabla de Magic, ropa de Bonfire y gafas de Electric. —Y una marca de barritas de muesli, pero no se lo diré por si se burla de mí. He llegado con mi pequeño Fiat Uno cargado con las barritas y ya estoy harta de ellas, pero al menos no moriré de hambre. Mis patrocinadores solo me envían productos. Me pago el entrenamiento como puedo, pero tampoco pienso decírselo—. Hace dos años tenía otra marca de ropa, pero me dejaron cuando me rompí la rodilla.
—A mí también me pasó algo similar —comenta una de las chicas.
Estaban hablando francés, pero cuando nos hemos sentado con ellas han pasado al inglés.
—Deberíamos asegurarnos las piernas —propone otra chica—. Como los jugadores de fútbol.
—¿Sabes que Mariah Carey se aseguró las suyas por mil millones? —comenta Saskia.
—Y Jennifer Lopez se aseguró el trasero —añade otra.
—¿Cuándo se van a caer esas dos? —tercio—. Ojalá pudiera asegurar mi trasero.
Empezamos a hablar de las partes de nuestro cuerpo que nos gustaría asegurar.
La camarera trae otra bandeja de chupitos. Le da uno a Saskia y ella me lo ofrece a mí. No tenía intención de beber esta noche, pero es difícil negarse. Todas las chicas competirán mañana en el Open de Le Rocher y están bebiendo. Saskia invita. Espero a que todo el mundo tenga una copa y, luego, me tomo la mía. Todas levantamos la voz y eso llama la atención de las chicas de la mesa de al lado, que son alemanas o, quizá, suizas, y supongo que también compiten mañana, porque ninguna de ellas bebe alcohol.
Dos chicos se acercan a nuestra mesa, uno de piel morena y el otro con rastas rubias. Me suenan de algo.
—¿Quién es esta? —pregunta el de piel morena, que me mira. Tiene acento de Londres.
—Vete a la mierda —responde Saskia.
Los chicos se van a la barra. Espera, eran Brent Bakshi y Dale Hahn. ¡Y Saskia acaba de mandarlos a la mierda!
Justo detrás de ellos está Curtis. Me saluda con una sonrisa y frunce el ceño a su hermana cuando ve los vasos de chupito. Se dirige a una mesa llena de chicos, más caras que reconozco de los DVDs de snowboard, y estrecha las manos de todos. Curtis y Saskia son la realeza de este deporte. Sus padres son los pioneros del snowboard Pam Burnage y Ant Sparks, y da la sensación de que conocen a todo el mundo.
A mi lado está Odette Gaulin, medallista de bronce de los Juegos X. Es la chica de la chaqueta color menta. Bajo una gorra Rossignol asoman sus rizos de pelo corto y castaño. Trato de no dejarme impresionar, pero es realmente agradable. Ella también va a pasar aquí la temporada, me explica; las demás chicas solo se quedarán durante la competición.
Me inclino hacia ella.
—¿Los chicos se sienten intimidados por ti? Seguro que sí, eres muy buena en lo que haces.
Odette agita la mano.
—Pfff.
Ojalá