ZEN, un camino de transformación. Densho Quintero

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ZEN, un camino de transformación - Densho Quintero


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      Densho Quintero

      Zen, un camino

       de transformación

Editorial Kairós

      © 2016 by Densho Quintero

      All rights reserved

      © 2016 by Editorial Kairós, S.A.

      Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España

       www.editorialkairos.com

      Revisión: Alicia Conde

      Composición: Pablo Barrio

      Diseño cubierta: Katrien van Steen

      Primera edición en papel: Enero 2016

      Primera edición en digital: Noviembre 2020

      ISBN papel: 978-84-9988-486-8

      ISBN epub: 978-84-9988-865-1

      ISBN kindle: 978-84-9988-866-8

      Todos los derechos reservados.

      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

      «Cuando la estrella de madrugada finalmente apareció, Buddha realizó la Vía. En la nieve hay una sola rama de flores de ciruelo. En la Gran Tierra, los seres sensibles junto con las hierbas y los árboles, Alcanzaron gozo como nunca antes de este momento.»

      Dogen Zenji, Eihei Koroku 5.360

      Introducción

      Desde hace tiempo me he dedicado a recorrer el camino del budismo zen, a estudiarlo y a compartirlo con otros. Sé que quien soy «aquí y ahora» no es solo producto del zen, sino de todas las vivencias en mi pasado, pero debido a que esta ha sido la dirección de mi vida puedo confirmar la influencia que el zen ha tenido sobre mí y la transformación que he experimentado durante estos años de práctica. Con frecuencia digo que el camino espiritual de cada ser humano no es una filosofía o una doctrina, sino la propia vida, aunque la dirección que le damos sí está determinada por lo que pensamos. El budismo enseña que todo acto está precedido por un pensamiento. Es importante comprender si con nuestros actos causamos sufrimiento a otros, ya que detrás de nuestras acciones está el marco conceptual con el que nos relacionamos con la vida. Esclarecer esto debería tener más significado que la búsqueda de algún paraíso irreal en un futuro incierto. Todo el reconocimiento social, la fama, el éxito o la riqueza que uno pueda alcanzar en esta vida no se comparan con la tranquilidad que se experimenta de poder actuar con libertad en lugar de ser arrastrados inconscientemente por las tendencias vertiginosas de la sociedad. Mientras actuamos comprendiendo las consecuencias de nuestros actos y nos responsabilizarnos de estas, podemos decidir de qué manera queremos influir sobre la vida a nuestro alrededor. He querido compartir con esta serie de escritos mi visión acerca de cómo podemos modificar las raíces de nuestro sufrimiento a través del camino del zen, que nos permite despertar a nuestra naturaleza íntima en interconexión con todo en el universo.

      El presente libro reúne una serie de escritos en los que he querido plantear de manera un poco más académica mi proceso de indagación en el zen, sustentado en algunos textos tradicionales y otros científicos. A través de la historia se ha pretendido desvirtuar el uso del lenguaje para mostrar la experiencia espiritual y no son pocos los practicantes zen que denigran el valor de las palabras. Pero muchos de los maestros dentro de la tradición han confrontado a sus discípulos, buscando generar en ellos una expresión de su propia realización. En el zen japonés el término monju no dotoku, significa «expresión minuciosa en forma de pregunta». De esta manera, los textos no son afirmaciones de mi comprensión, sino la manifestación de una duda recurrente, para continuar preguntándome exhaustivamente: ¿qué tienes tú que decir? Pienso que existe un tremendo riesgo cuando uno cree que al final ha comprendido algo decisivo, ya que puede caer en fundamentalismo o en arrogancia.

      Me he atrevido a citar disciplinas en las que no soy ningún especialista, pero mi intención no es la de escribir sobre neurofisiología, ciencias cognitivas o física cuántica, sino la de compartir mi punto de vista personal acerca de este camino, el budismo zen, y matizarlo con el conocimiento de muchas personas que nos han acercado a vislumbrar el fenómeno, en constante cambio, del ser humano. El origen del budismo zen se remonta a la experiencia de Sidharta Gautama, quien abandonó su vida privilegiada para encontrar la respuesta al sufrimiento inherente a la existencia. Pasó días enteros en posición de meditación sedente, zazén, bajo el árbol bo, hasta que una mañana, tras percibir la luz de la estrella del sur que emergía en el horizonte, despertó a la realidad inmediata de la vida. En ese momento, enunció las palabras: «Atravesé muchos nacimientos buscando en vano al constructor de la casa. Más, ¡oh, Arquitecto, has sido hallado! Nunca más construirás una para mí». El Buddha había comprendido en su despertar cómo nosotros mismos construimos nuestro ego, mediante el cual nos relacionamos con la vida, y, por lo tanto, generamos las causas de nuestra propia insatisfacción.

      Luego de este día, dedicó el resto de su vida a compartir su «visión clara», a ayudar a abrir los ojos a los seres humanos para ver lo que él mismo vio. En cierta ocasión, el Buddha dijo: «Solo una cosa enseño y solo una, el sufrimiento y el camino que lleva a la liberación del sufrimiento».

      Espero que estos textos ayuden en alguna medida a entender cómo somos nosotros mismos, a través de nuestras conductas más ordinarias, los causantes de nuestra propia insatisfacción. Y cómo mediante una práctica continua podemos modificar los comportamientos que dan origen al sufrimiento. Es mi deseo que estas palabras produzcan una chispa de inquietud, para que al menos algunos quieran aventurarse a indagar su propia naturaleza desde la tradición del zen.

      El zen de Dogen, auténtica transmisión del Dharma de Buddha

      «En una sombría primavera cerca de la media noche, la lluvia mezclada con la nieve rociaba los bambús en el jardín. Quise aliviar mi soledad, pero fue casi imposible. Mi mano, detrás de mí, alcanzó el Registro1 de Eihei Dogen. Bajo la ventana abierta frente a mi escritorio, ofrecí incienso, encendí una lámpara y leí en silencio. Cuerpo y mente abandonados es simplemente la verdad erguida. En mil posturas, diez mil apariciones, un dragón juguetea con la joya. Su comprensión allende patrones condicionados limpia las actuales corrupciones. El estilo del antiguo gran maestro refleja la imagen de la India.»

      Daigu Ryokan (1758-1831)

      En la actualidad hemos visto la proliferación de métodos sincréticos de superación personal que incluyen el zen, mezclado con todo tipo de terapias «nueva era» y técnicas de autosugestión, para mejorar la autoestima y preparar a los individuos en la delirante carrera hacia el éxito. No es poco frecuente ver el surgimiento de autonombrados «maestros zen» que proponen esta herramienta para potenciar el «liderazgo» en personas que se sienten oprimidas por la competencia en sus vidas y ambientes laborales. En el mercado de este tipo de propuestas puede uno incluso encontrar talleres de fin de semana que venden experiencias de iluminación por elevados precios. Debido a la desilusión ante las instituciones religiosas, en la sociedad contemporánea existe una fuerte tendencia a la secularización y a destituirlo «todo» de elementos espirituales. Es así como se ha vendido la idea de zen como una herramienta de progreso individual, desprovisto de cualquier elemento del budismo en el cual se originó.

      Hablar del zen como una técnica carente de elementos espirituales y desligada del budismo puede remontarse a la manera como muchos de los intelectuales y propagadores de esta tradición lo presentaron en Occidente. Los orígenes de esta visión pueden incluso encontrarse en la historia misma del Japón, de donde llegó la «práctica» del zen a Europa y Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX.

      Hasta mediados del siglo XIX, Japón había vivido aislado del resto del mundo. En 1854,


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