Un refugio en la tomenta. Cara Colter

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Un refugio en la tomenta - Cara Colter


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      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 2000 Cara Colter

      © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Un refugio en la tormenta, n.º 1129- enero 2021

      Título original: A Babe in the Woods

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1375-095-8

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      LA ESTABAN observando. Lo sabía.

      Continuó meciéndose en la mecedora. No estaba realmente preocupada. Todavía no. Probablemente se trataba de un animal. Estaba acostumbrada a sentir aquella sensación. A pesar de saber que estaba sola, en la espesura, a millones de kilómetros de cualquier otro ser humano, sentía de pronto que la observaban. Algunas veces llegaba a vislumbrar algún rasgo del espía, el movimiento de la cola de un ciervo, la espalda de un oso en retirada, pero muchas veces ni eso.

      Un caballo, probablemente Sam, lanzó un sonoro relincho desde el corral que había tras la cabaña, era un sonido reconfortante. A excepción del trinar de los pájaros del bosque, el silencio era absoluto. Había una leve brisa fresca que llegaba de la montaña, y que agitaba los mechones de pelo que se habían desprendido de su coleta. Los brotes de hierba tierna estaban comenzando a salir, y ella creyó poder oler ya la primavera. Todo era normal, pero no se relajó, y la sensación de que estaba siendo observada no desapareció. Cuando inesperadamente se le erizó el vello de la parte de atrás del cuello, supo instintivamente que no era un animal el que la observaba. Alargando las manos tomó la escopeta que estaba apoyada contra la pared de la cabaña, y la puso en su regazo.

      —Más vale que salga —dijo—. Sé que está ahí.

      Silencio.

      Shauna Taylor, apodada Tormenta por sus hermanos, había llegado a la cabaña, a la que solo se podía acceder a caballo o a pie, pocos minutos antes. Ni siquiera había vaciado aún sus alforjas, optando por disfrutar primero de unos instantes de tranquilidad contemplando la puesta de sol.

      Trató de hacer memoria para recordar si algo fuera de lo normal le había llamado la atención por el camino. Pero todo estaba como siempre, a excepción de la cantidad de árboles que había caídos a lo largo del sendero, como consecuencia del duro invierno. Le había llevado bastante tiempo retirarlos, porque era pequeña y le costaba manejar la sierra eléctrica. Su hermano Jake se había ofrecido a ir con ella para ayudarla, si esperaba una semana. Pero no era mujer a la que le gustara esperar, ni tampoco de las que dejaba que le hicieran las cosas si podía hacerlas ella. Su afán de independencia le estaba pasando factura. Le pesaba el cansancio. Ese era probablemente el problema. Estaba cansada, exhausta. Hasta el punto de imaginar cosas. Miró con detenimiento hacia el claro del bosque que se extendía frente a ella. En un momento de inspiración había dado un nombre a la cabaña: El descanso del corazón. El año anterior había grabado con fuego aquel nombre en un trozo de madera que pendía de un poste junto a los macizos de flores.

      Se sintió más tranquila. Probablemente estaba imaginando cosas. Eso esperaba. Sin embargo, su otro hermano, Evan, le decía con orgullo que ella poseía el sentido de la intuición más desarrollado que había visto en toda su vida. Ella pensaba que se debía al hecho de pasar tanto tiempo a solas, amando la soledad de aquellos remotos parajes, y pasando mucho tiempo entre caballos, animales cuyo lenguaje es más el de la intuición que el de las palabras. Pensaba que podía deberse a haber crecido bajo la tutela de sus dos hermanos, mucho mayores que ella, en un rancho remoto en las Coast Mountains al oeste de Williams Lake en British Columbia.

      Conocía el bosque y las montañas que rodeaban su rancho tan bien como la palma de su mano. Se sentía segura en aquellos parajes salvajes, conectada de alguna forma con las inmensas fuerzas creativas del universo, protegida. Incluso en aquel momento, sabiendo que había algo ahí fuera, se sentía segura. Aquel era su territorio, y podía hacerle frente a cualquier cosa que se cruzara en su camino. La única vez en su vida en que no se había sentido segura había sido cuando fue a la Universidad de Alberta, en Edmonton, durante dos años. Sus hermanos, con una determinación inesperada en ellos, le habían comunicado que les parecía bien que algún día se convirtiera en ranchera, pero primero querían que conociera el mundo exterior. Y, de hecho, también Shauna sentía un extraño y acuciante deseo por conocer el mundo exterior. Pero la ciudad le había resultado un shock: el tráfico, tener que preocuparse de no salir sola de noche, cerrar las puertas… No se podía vivir de aquella forma.

      Se oyó un crujido. Metió


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