Un refugio en la tomenta. Cara Colter

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Un refugio en la tomenta - Cara Colter


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le había fallado una vez, cuando estaba en Edmonton. Cuando se había dejado engañar por un rostro bello, y buenos modales.

      Se preguntaba si sus hermanos se habrían reído al verla experimentar con el maquillaje. Incluso había llegado a comprarse una falda extremadamente corta. Los ojos de admiración con que la contempló Dorian justificaron la enorme cantidad que pagó por ella. Shauna cortó de golpe los recuerdos y se puso a escuchar. Se obligó a aguzar los sentidos. Sería lamentable que su desprecio hacia los fisgones le llevara a disparar a algún excursionista despistado.

      La verdad era que, cuando se enteró de la verdad, le habría encantado poder lanzar unos cuantos tiros al aire alrededor de Dorian para darle un susto de muerte. Casado. El reptil estaba casado.

      Si de hecho estaba sola en su guarida de montaña no importaría, y si no lo estaba no estaría mal que mostrara que sabía manejar el arma y que estaba dispuesta a hacerlo.

      ¡Boom! «Para ti Dorian».

      Disparó hacia lo alto. El sonido del disparo retumbó en el silencio. Metió otra bala en el cargador. Al principio pensó que no había logrado asustar al intruso que se escondía entre los árboles. Y entonces un agudo gemido llenó el silencio dejado por el disparo. Shauna abrió la boca y se puso de pie de un salto, porque no había forma de confundir aquel sonido. Incluso para una mujer como ella que se negaba a tomar ninguno en brazos.

      Había un bebé en aquella zona del bosque. Un hombre salió de entre los árboles antes de que ella llegara a recorrer la mitad del claro. Shauna se paró en seco. Era un hombre imponente, que mediría casi dos metros. La impresionante anchura de sus hombros se reducía drásticamente al llegar a su terso estómago. Sus piernas eran largas, delgadas y musculosas, y llevaba una camisa de color marrón claro con las mangas remangadas, que dejaban ver sus fuertes brazos. Tenía los botones superiores de la camisa abiertos, mostrando un mechón del pelo negro y rizado que cubría su pecho. Se movía con confianza, relajado, y al mismo tiempo listo para afrontar cualquier posible eventualidad. Parecía un hombre capaz de enfrentarse a los elementos y no solo salir victorioso, sino además fortalecido por el enfrentamiento.

      Ella lo miró a la cara. Su rostro tenía una enorme fuerza. Pómulos altos, nariz recta, mandíbula cuadrada. Llevaba el pelo, del color del chocolate negro, corto y bien arreglado, y su piel bronceaba mostraba que era un hombre acostumbrado a pasar mucho tiempo al aire libre. Sus ojos grises profundos y fríos denotaban un enorme cansancio.

      Entonces, Shauna percibió un movimiento tras él que le hizo retirar la vista de su rostro, y dirigir la mirada hacia su espalda. No pudo evitar que sus ojos y su boca se abrieran de golpe. Pegado a la espalda de aquel hombre había un bebé. ¡Un bebé! Con un mechón de pelo negro, tieso en mitad de la cabeza, grandes ojos negros y sonrosadas mejillas, por las que se deslizaban algunas lágrimas.

      —¿Estás sola? —le preguntó el hombre.

      El cansancio que ella había percibido en su mirada, se apreciaba también en su voz, profunda y sedosa. Pero aquella no era una pregunta apropiada para que la hiciera un extraño. Un hombre que la había estado observando durante largo rato antes de decidirse a salir. Un hombre que tal vez no habría dado a conocer su presencia si ella no hubiese disparado. Aquella pregunta no era el fruto de una amistad.

      —No —mintió instintivamente—. No estoy sola.

      Los músculos de él se tensaron. Un hombre listo para todo, incluso para pelear. Con un bebé en la espalda.

      —¿Quién está contigo? —preguntó mientras miraba con detenimiento hacia la cabaña que estaba detrás de ella.

      —No es de tu incumbencia.

      —¿Quién está contigo? —volvió a preguntar con tranquilidad, pero con voz inflexible.

      —Mi amigo Sam —respondió ella desafiante. Un bonito nombre. Sonoro. Fuerte. Leal. Razones por las cuales había decidido bautizar así a su caballo.

      —¿Y por qué no ha salido Sam al oír el disparo? —preguntó él, mientras se iba relajando

      —¿Por qué no lo hiciste tú? —alegó ella.

      —Pensé que podrías dispararme.

      —Todavía puedo.

      —No parecen gustarte mucho los vecinos —apuntó él con suavidad.

      —Sam y yo no estamos acostumbrados a tener vecinos.

      —Pero estás acostumbrada a manejar armas —replicó él con un amago de sonrisa—. Tú y Sam.

      Era obvio que él ya se había dado cuenta de que Sam no existía, pero ella decidió continuar:

      —Esa es la razón por la que no ha salido. Está acostumbrado a oír disparar a las alimañas.

      La sonrisa desapareció del rostro del extraño antes de haber llegado a formarse del todo, y mirándola primero a ella y luego a la cabaña, decidió:

      —Estás sola.

      Ella quiso insistir en que no lo estaba, pero comprendió que era inútil. Aquel hombre parecía tener una intuición tan fina como la de ella.

      —¿Estás perdido?

      —Necesito un lugar para quedarme —ella lo miró fijamente—. Estuve aquí hace años. Me acordaba de la cabaña.

      Podía tratarse de cualquier loco. Podía incluso haber secuestrado al bebé. No parecía el tipo de hombre al que le gustara salir de excursión con un niño a la espalda.

      —¿Un lugar para quedarte? ¿Aquí?

      —Solo por un par de días.

      Oh, bien, pensó Shauna con desmayo. Trataba de ablandarla. A un hombre solo, podía decirle que no con facilidad, con firmeza. ¿Pero a un hombre con un bebé? Avanzó unos pasos hacia él y comprobó con horror que había un charco de sangre junto a él.

      —¡Estás herido!

      —Se trata solo de un rasguño.

      Ella pudo ver cómo un hilo de sangre descendía desde la espalda por un lado de su camisa, justo encima de la cintura del pantalón. Se acercó a él y se puso a su espalda, notando cómo él se ponía nervioso, como si se tratara de un viejo pistolero del oeste al que no le gustara tener la espalda al descubierto.

      El bebé estaba en la parte superior de una mochila que no había sido diseñada para bebés, sujeto con cuerdas. Shauna desató las cuerdas y tomó en sus brazos al pequeño. Si hubiese sido un poco más alta habría podido ver qué más cosas había en la mochila, y tal vez aquello le habría permitido encontrar respuesta a algunas preguntas.

      El hombre olía a jabón, matizado por los aromas del bosque, del sudor y de la sangre. Miró hacia abajo y vio la herida justo sobre su cadera derecha. Deseaba que no fuera una herida de bala, porque les llevaría bastante tiempo llegar hasta un centro médico, eso suponiendo que su camión decidiera arrancar a la primera. ¿Por qué creía que le habían disparado? Podía haberse caído de una roca, o engancharse con una rama.

      Sentía el peso del bebé sobre su brazo. No creía haber sostenido a un bebé antes. En general, Shauna los rehuía, y ahora sabía por qué. Los bebés hacían que la gente se reblandeciera por dentro, incluso cuando había un hombre sangrando en su jardín.

      —Vamos —dijo ella, subiendo las escaleras con el bebé, mientras recapacitaba.

      Un hombre herido y con un bebé acababa de aparecer en la puerta de su cabaña. Él se sentía aliviado de que no hubiera nadie con ella, de encontrarse con una mujer sola. Tal vez era ella la que tenía un problema. Un problema serio. Esquivó un pequeño dedo sonrosado que apuntaba a su ojo. El bebé enturbiaba el panorama. Era difícil pensar en la posibilidad de una amenaza habiendo un bebé de por medio.

      El hombre se paró en el porche, tras ella. Shauna vio cómo descargaba la escopeta, y se metía el cartucho en el bolsillo.

      «Tengo


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