Educar para ser. Francisco Riquelme Mellado

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Educar para ser - Francisco Riquelme Mellado


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Esos cambios personales comenzaron inevitablemente a reflejarse inmediata y progresivamente en el aula. Y empecé a ser el docente que mis alumnos necesitaban que fuera. Sin pretenderlo, los cambios internos implicaron cambios externos. Porque los cambios son adaptativos cuando vienen desde fuera, pero son generativos cuando surgen desde dentro.

      La presencia del docente es el resultado de una alineación

      La presencia del docente encarna todas las cualidades del ser, desde las más superficiales a las más profundas, para irradiarlas desde la coherencia y la congruencia en la corporalidad, el lenguaje y la emocionalidad. Y ello implica la alineación de todos los niveles de conciencia.

      Nosotros somos como el director de orquesta que debe poner a todos los músicos de esa orquesta interna de acuerdo para interpretar la partitura. En este estado, se actúa en resonancia con el ser. Las disonancias son estados en los que falta conexión, alineamiento y congruencia entre personalidad (capas adaptativas, más superficiales) y ser (capas profundas, más identitarias).

      Esta presencia alineada tiene dos cualidades fundamentales:

      • Es impersonal, porque va más allá de sí misma (sistémica), entrando en contacto con una conciencia compartida generada por el grupo. Más allá de la diversidad de cada individuo, en el nivel del ser la trascendencia y los valores son comunes (en lo esencial, todos somos iguales).

      • Es atemporal, porque se sitúa en el único momento que de verdad existe: el ahora. No se escapa al pasado o al futuro, sino que es en el presente continuo, de instante a instante, en el ejercicio de una observación profunda. Pasado y futuro se integran como experiencia de la que aprender y como proyección con la que impulsar el proceso; siempre sostenidos desde el ahora.

      Los aspectos o cualidades que se han de desarrollar e incorporar (encarnar las competencias) son las herramientas para modelar la presencia docente y convertirla en un poderoso factor de transformación personal y colectivo.

      El fundamento para su desarrollo consiste en adoptar una determinada actitud, más relacionada con la aceptación incondicional de lo que hay y lo que es frente a una acostumbrada actitud reactiva de falta de aceptación que “patalea” para cambiar la realidad, pero que está desempoderada.

      Los conocimientos que posee un docente en su formación están sobradamente constatados. Los talentos, seguramente cultivados. El factor diferencial es la actitud, que nace de la voluntad y de la motivación propias hacia un sentido y un propósito.

      Lo que somos y obtenemos en la vida no es el resultado de nuestros talentos, sino de nuestras expectativas, creencias y actitudes. Por ello, en la formación docente se hace necesario el atravesar procesos personales de revisión y transformación de nuestra personalidad (aspectos adaptativos) para que se afine con el ser (aspectos identitarios). Hemos de reeducarnos en un proceso que tiene más que ver con desaprender que con adquirir nuevos conocimientos.

      Cuentan que las águilas pueden vivir cientos de años, pero a mitad de su vida, llega un momento en que el pico y las garras les han crecido tanto que no pueden cazar ni comer. Así que buscan retirarse un tiempo a los picos más altos de las montañas. Y allí, en solitario, rompen sus garras y sus picos. Entonces esperan pacientemente hasta que les crezcan otros nuevos. Y entonces, renovada, el águila puede vivir otros tantos años.

      Del mismo modo, a veces las personas necesitamos actualizar nuestros conocimientos, adquirir nuevas competencias, o hacer un ejercicio de honestidad y desechar lo que ya no sirve para desaprender y dejar espacio a nuevos enfoques más maduros y actualizados. Nadie dice que sea fácil salir de la zona de confort y de nuestras certidumbres (aunque no sean funcionales y nos hagan repetir errores) para adentrarse en un terreno de aprendizaje poco seguro atravesando nuestros miedos. Sin embargo, aquellos que traspasan su zona de pánico ganan nuevas oportunidades de crecer y estar más satisfechos de su desempeño docente.

      Por sí mismas, estas cualidades de la presencia crean el necesario e imprescindible vínculo de naturaleza emocional que va a permitir al docente acompañar al alumno en la germinación de las cualidades de su propio ser.

      Competencias de la presencia docente

      • La mirada

      La mirada se refiere a la competencia de mirar activamente: de observar profundamente. ¿Cómo es nuestra mirada?, ¿qué filtros le ponemos?, ¿de qué color son los cristales con que miramos? Mirar de verdad es hacerlo sin filtros, sin condicionantes. ¡Qué difícil es eso!, pues renunciar a ellos es un fuerte acto de desapego que no siempre se está dispuesto a asumir. Nuestra memoria es de gran ayuda, pero en ocasiones nos impide ver algo nuevo en lo que miramos, entorpece observar lo que se da, lo que es, con actitud abierta. Esa nueva mirada implica asumir con naturalidad lo que ocurre por encima de “lo que debe ser”, dando el necesario espacio a los procesos corporales, emocionales y del lenguaje que aparecen.

      Está claro que el docente ha de sostener el proceso de aprendizaje y que, para ello, debe establecer un marco y un contexto. Pero ambos han de ser respetuosos para permitir la individualidad en busca de crecimiento. Hay que sostener la tensión creativa de una mirada limpia y nueva sobre la tendencia automática de la memoria y sus hábitos, que crean preconceptos y filtros (generalizaciones, distorsiones, omisiones). Por eso esta mirada es impersonal y atemporal. Y con ella podemos reconocer “lo que es". La mirada apreciativa es un mirar que enviste de valor a lo que mira y le permite ser desde lo esencial.

      • Escuchar

      Esta observación no es solo una mirada respetuosa, también, y, sobre todo, es escucha. Lo más importante en la escucha es el otro, el alumno. Cuando escucho, le estoy diciendo: “Tú eres lo más importante en este momento. Estoy disponible para ti”. Cuando la escucha es así se considera que es activa, pues esa escucha tiene un sentido. Hay que crear un espacio en clase para la mirada y la escucha, dar espacio al ser del otro, que se sienta tenido en cuenta y se construya desde nuestra mirada.

      • Aceptar

      Aceptar la realidad implica estar con lo que es y se da sin pretender cambiarlo, en ese espacio que no juzga, sino que quiere conocer. Hay que sostener creativamente la aceptación sobre la tensión que ejercen en nosotros las creencias de lo que debe ser. Aceptar es la base del respeto al otro tal cual es, sin querer cambiarlo (el cambio o el crecimiento no puede venir “impuesto”, sino que procede de la germinación interior). Aceptar es también respetar las necesidades en los diversos niveles (físicas, emocionales, mentales y trascendentes) y darles espacio en el aula.

      • La curiosidad

      Deja de juzgar y sé curioso. Observa tus autodiálogos y pasa del “esto debería ser...” al “¿cómo es que...?”. Sé curioso como un niño que explora el mundo por primera vez y al que todo le maravilla. Cuando acepto al alumno, le digo: “Te respeto tal cual eres y, a partir de ahí, acepto tus problemas y necesidades. Veamos qué podemos hacer juntos”.

      El juzgar se convierte así en curiosidad y en querer conocer, saber y comprender. Los alumnos disruptivos usan maneras molestas de llamar nuestra atención y demandan así fuertes necesidades insatisfechas, sobre todo de cariño y reconocimiento, algo que posiblemente les falte en su familia. “Entre el dolor y la nada prefiero el dolor”, decía William Faulkner. Si respondemos desde lo que debe ser, si lo hacemos desde nuestra propia neurosis, no podemos atender esas necesidades, que van más allá de lo académico, pero que, siendo profundamente humanas, afectan mucho al aprendizaje de los alumnos. La excelencia no es tanto hija de la exigencia como fruto del amor.

      • El reconocimiento

      Implica reconocer la singularidad del ser en el otro, su belleza intrínseca, la especificidad en cada persona. Es decir, dar valor a cada persona por lo que es en sí misma. Hay que sostener esa mirada admirativa frente a las acostumbradas etiquetas de la memoria y los juicios mentales o las interpretaciones. El reconocimiento se manifiesta con los tres aspectos de la presencia (corporalidad, emocionalidad y lenguaje). Reconocer el intrínseco valor de cada alumno tiene efectos impresionantes para alcanzar la excelencia educativa, sobre todo, porque le devolvemos un alto autoconcepto y un refuerzo de


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