Penélope, ¿pececilla o tiburón?. Lorraine Cocó
Читать онлайн книгу.hipnótica y oscura. El sentido lírico de la tragedia de sus personajes los convierte en perturbadores y adictivos…
—Vale, vale… Que te pone Verraca.
Penélope alzó una perfecta ceja pelirroja, tras despertar de su momento de ensoñación mientras describía las bondades de su escritor favorito.
—¿Verraca?
—Cachonda, lujuriosa, libidinosa, lasciva… Que te pone como una moto, que te vuelve obscena, guarrilla…
Penélope se tapó los oídos inmediatamente. Bufó, puso los ojos en blanco y empezó a contar mentalmente hasta veinte. Cuando vio que los labios de su amiga se detenían, se destapó los oídos.
—No me pone nada, solo me parece admirable. Tiene una de las mejores mentes para la ficción que he visto en mi vida.
—¿Y está bueno?
—¿Has oído que he dicho que tiene una de las mentes más brillantes?
Zola no le contestó, pues ya, móvil en mano, lo buscaba en internet. No tardó ni un segundo en silbar, como lo habría hecho el más basto de los trabajadores de una obra. Su amiga empezó a abanicarse, mordiéndose el labio inferior, mientras pasaba una tras otra las imágenes que encontró del escritor.
—¡Por Dios! ¿Este tío es de verdad?
Era real, Penélope sabía que era real. Y estaba de acuerdo con su amiga en que era sumamente atractivo, aunque ella no fuera su más fiel adepta llevada por sus encantos físicos. Le había dicho la verdad, admiraba su maravillosa mente, su sagacidad, su capacidad para crear mundos en los que ella desearía vivir para siempre.
No estaba ciega.
La primera vez que lo vio en la solapa de un ejemplar en tapa dura de su primer éxito, había pasado más de diez minutos con la mirada clavada en la suya, como si a través de la foto aquel hombre la hubiese hipnotizado con su mirada azul, su sonrisa ladeada, y la onda sexi que hacía su cabello rubio al caer sobre la frente. Por experiencia sabía lo producidas que estaban esas fotos, que intentaban proyectar una imagen apabullante de éxito, pero a ese hombre no le hacía falta. Descalzo, con el cabello revuelto, un suéter blanco y fino y un pantalón vaquero y desgastado, era… Al recordarlo, sacudió la cabeza con tanta energía que las ondas de su cabello cobrizo azotaron sus mejillas. No debía pensar en eso. Y mucho menos después de que en su mente se trazasen las primeras ideas para un plan que podría salvar su trabajo y el inicio de su futura carrera como agente literaria.
—Créeme, es auténtico. Pero eso no es lo más importante. Hace meses que se rumorea que está sin representación, tras algunos problemas con la agencia anterior. Es solo un rumor… Y no suelo dar crédito a ese tipo de información, pero va a estar en la ciudad esta noche para un encuentro con seguidores de su club de fans. Ha sido una noticia de última hora. Participará de manera frugal en el macroevento que se desarrolla hoy en Lockeford Street y después para sus más acérrimos seguidores, a puerta cerrada, habrá un meet and greet, sin prensa, entrevistas, o cualquier posibilidad de mantener una reunión exclusiva con él.
—¿Y entonces? ¿Cómo piensas hacerlo?
—No lo sé —repuso levantándose para comenzar a caminar por el despacho, frotándose la barbilla, concentrada.
Había intentado varias veces hablar con la asistente personal del escritor para concertar una reunión con él y hacerle una propuesta, pero esta, más parecida a un bulldog que a una ayudante, se había mostrado impenetrable. Frank Beckett tenía fama de reservado e inaccesible y eso alimentaba el misterio en torno a su figura. Concedía contadas entrevistas a los medios, siempre dentro del calendario de firmas y promoción, pero no accedía a alimentar a la prensa amarilla ni foros de cotilleo. Durante sus periodos de encierro creativo, como él mismo lo llamaba, desaparecía por completo, como si se lo tragara la tierra. Y eso era lo que estaba a punto de pasar, pues aquel encuentro era el último que habían publicado en redes como parte de la promoción de la última entrega de su serie distópica. Si no lograba colarse y hablar con él, no volvería a tener oportunidad de hacerlo hasta seis meses más tarde. Y entonces, con total seguridad, sería demasiado tarde para ella, que ya se habría quedado sin trabajo.
Detuvo sus pasos en mitad del despacho, mirando a su amiga sin ni siquiera creer que estuviese a punto de pronunciar sus siguientes palabras, pero la desesperación hablaba por ella. Y antes de permitirse pensarlo un segundo más, dijo:
—Voy a necesitar que me ayudes. Y… un par de pelucas.
Capítulo 2
—Aún no puedo creer que te hayas vestido de esta guisa cuando te negaste en Halloween a que lo hiciéramos de trekkies.
—Era una frikada —protestó Penélope con una mueca.
—Claro, claro, ¿y esto no lo es?
Su amiga las señaló a ambas y a sus uniformes azul brillante, sus botas altas negras y las pelucas cortas de cabello blanco, como la nieve, que de milagro habían conseguido encontrar en la última de las ocho tiendas de disfraces que habían recorrido con desesperación esa tarde.
—Si consideramos que el grado de vergüenza de presentarse en público con estas pintas es directamente proporcional a tus ganas de conseguir a ese tipo como cliente, tu nivel de ansia ha alcanzado cotas que no te había visto jamás —le dijo Zola elevando una mano, y pegando un tirón a su peluca se la colocó derecha.
Ella, al mismo tiempo, estiraba la escueta falda azul del uniforme de las fuerzas de la rebelión, a la que pertenecía la protagonista de la saga futurista de Frank Beckett, intentando cubrirse lo suficiente para no mostrar el trasero. Admiraba a ese personaje, que representaba a una mujer fuerte, con determinación y estoicas convicciones, dispuesta a arriesgar su vida y luchar hasta la muerte por proteger a los suyos. Pero ahora se preguntaba si era realista hacer todo aquello, ataviada con ese trajecito de dos piezas con el que resultaba casi imposible conservar la dignidad.
El hecho de estar en la Comic-Con, en mitad de una masa de al menos un centenar de fans, con exactamente la misma pinta que ellas, no la hizo sentir mejor. Los asistentes al evento que pasaban junto al espacio en el que se desarrollaría la rueda de prensa del escritor clavaban sus miradas curiosas en ellas, y más de uno se detenía sin reparo a fotografiarlas y grabarlas, divertido. No dudando en convertirlas en trending topic.
Muchos de aquellos fans estaban encantados de exhibir con orgullo su uniforme de la rebelión, y por lo tanto del grado de atención que recibían. Saludaban a las cámaras y posaban como lo hacía Daneka, la protagonista de los libros, en las portadas de los mismos. Pero ella solo podía pensar en no ser vista por algún conocido. Se cubrió con la mano y giró su cuerpo para impedir, al último de los curiosos, captar un primer plano de su rostro pintado imitando los tatuajes que portaba el personaje. Por suerte, Zola pasó por su lado y, lanzada, dio al tipo todas las poses que esperaba, con una radiante sonrisa.
—Te voy a dar mi número para que me mandes esas fotos, guapo —la oyó decir con picardía al joven, y a pesar de tenerla de espaldas, supo que estaba brindándole la más explícita de sus sonrisas. Él, casi babeando, se dejó coger de la mano en la que ella le escribió su número con el delineador líquido de ojos que había sacado de su bolsito plateado, a juego con el uniforme.
—¡Zola! Están a punto de comenzar, ¿puedes centrarte en nuestra misión y parar de ligar?
—¿Y tú puedes dejar de parecer que tienes un palo metido por el… trasero, y divertirte un poco? —le dijo volviendo con ella, tras lanzar un beso al chico con su mano—. Esto ha sido idea tuya, deberías estar emocionada por estar a segundos de ver a tu adorado Beckett.
—No es mi adorado Beckett —protestó—. Es mi admirado Beckett. Esto es un asunto de trabajo. Y emoción no es precisamente lo que siento en este momento —añadió posando una mano en su vientre.
Desde niña, cada vez que estaba alterada, los nervios se le enredaban