Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods

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Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods


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sido necesario, claro, pero por regla general había dejado que ellas cometieran sus propios errores y tomaran sus propias decisiones.

      El problema radicaba en que, a esas alturas de la vida, ninguna de las tres parecía interesada en echar raíces. Todas tenían logros profesionales de los que enorgullecerse, pero ninguna de ellas tenía una vida; al menos, lo que ella consideraba que era una vida de verdad.

      Las cosas tenían que cambiar. Ninguna de sus tres nietas se había criado en Sand Castle Bay, pero el tiempo que habían pasado allí les daba derecho a considerar que aquel lugar era su hogar.

      Se limitó a observar en silencio mientras B.J. bombardeaba a Emily con un sinfín de preguntas sobre Hollywood, preguntas a las que su nieta fue contestando con paciencia y una sonrisa en los labios.

      –¿Y en Disneyland?, ¿has estado allí? ¡Apuesto a que has ido mil veces!

      Emily se echó a reír.

      –Siento decepcionarte, pero no he ido nunca.

      El niño la miró atónito.

      –¿Nunca?

      –No.

      –¡Pues puedes venir con papá y conmigo! –exclamó él con entusiasmo–. Él me prometió que me llevaría, y nunca rompe sus promesas.

      Emily puso cara de desconcierto, como si no supiera cómo contestar ante semejante sugerencia, y al final dijo:

      –Seguro que lo pasaréis muy bien los dos.

      –¡Tú también puedes venir! ¡Voy a decírselo a papá!

      Cora Jane y sus nietas sonrieron al verle salir de la cocina a toda velocidad.

      –Me parece que has hecho una conquista –comentó Gabi.

      –De tal palo tal astilla –apostilló Samantha.

      –¡Dejadlo ya! –protestó Emily, ruborizada–. Está en esa edad en la que se quiere a todo el mundo.

      –¿Tienes mucha experiencia con niños de ocho años? –le preguntó Gabi en tono de broma.

      –No, pero me parece una obviedad. Estaba charlando muy animado con la abuela y contigo antes de que llegáramos Samantha y yo, aquí se siente cómodo.

      Gabi se puso seria al advertirle:

      –Ten cuidado con él, Em. Ha sufrido mucho.

      –¿A qué viene eso? Voy a estar aquí un par de días, no va a tener tiempo de encariñarse conmigo.

      –Solo te pido que tengas cuidado. Es posible que él no entienda que tú acabarás por marcharte.

      –Me parece de lo más dulce lo bien que le habéis caído las tres de buenas a primeras –comentó Cora Jane–. Le vendrá bien contar con algo de influencia femenina.

      Emily soltó una carcajada antes de preguntar:

      –¿Crees que Boone no es capaz de inculcarle buenos modales?

      –Boone es capaz de eso y de mucho más. Yo lo que digo es que eso no es lo mismo que contar con el toque de una madre, nada más.

      Emily la miró con suspicacia.

      –Abuela, no te habrás hecho ilusiones pensando que Boone y yo podríamos retomar nuestra relación, ¿verdad? Porque eso es imposible, mi vida está en California.

      –Sí, vaya vida –murmuró Cora Jane.

      Emily la miró ceñuda.

      –¿Qué significa eso? Mi vida es fantástica. Gano un montón de dinero, y soy una profesional respetada en mi campo.

      –¿Ah, sí? ¿Y con quién compartes ese éxito?, ¿a quién tienes a tu lado? ¡A nadie! A menos que haya alguien especial, y no te hayas molestado en hablarnos de él –miró a sus otras dos nietas, y les preguntó con firmeza–: ¿Alguna de vosotras la ha oído hablar de alguien?

      –Muchas mujeres tienen una vida feliz y plena sin un hombre –protestó Emily, antes de volverse hacia sus hermanas–. ¿A que sí?

      –Bueno, los hombres tienen alguna que otra utilidad –comentó Gabi, sonriente.

      –En eso tienes razón, hermanita –afirmó Samantha.

      Emily las miró indignada.

      –Gracias por el apoyo, ¡esperad a que empiece a sermonearos a vosotras!

      –Eso no va a pasar, porque nuestras vidas son perfectas –alegó Gabi, antes de ponerse en pie y de posar la mano sobre el hombro de su abuela.

      Cora Jane alzó la mirada hacia ella y se limitó a decir:

      –Bueno, ahora que lo mencionas…

      Dejó la frase inacabada ex profeso, pero el significado implícito en sus palabras estaba claro y seguro que les daría que pensar a las tres. Tenía planes para cada una de sus nietas y, Dios mediante, se le había concedido una oportunidad inesperada y perfecta para llevarlos a cabo.

      Boone se había quedado impactado al ver a Emily, eso estaba claro. Le temblaba la mano mientras reemplazaba las bombillas dañadas, tanto las que se habían fundido con el apagón como las que se habían roto cuando la tormenta había arrancado la protección de una de las ventanas delanteras.

      En teoría, se suponía que la había olvidado. Eso era lo que le había dicho a Gabriella escasos minutos antes de que Emily entrara por la puerta y le pillara desprevenido, ¿no? Sí, eso era lo que él mismo había dicho… y lo había dicho convencido de que era la pura verdad, ¿no? No estaba dispuesto a permitir que aquella mujer pisoteara sus sentimientos por segunda vez, sobre todo teniendo en cuenta que tenía que pensar en su hijo.

      Había tenido unas cuantas citas tras la muerte de Jenny, pero siempre había procurado dejar a B.J. al margen. Su propia madre había hecho desfilar por su vida a media docena de hombres antes de decidirse por el que había reemplazado a su padre, así que conocía de primera mano los peligros que conllevaba permitir que un niño se encariñara demasiado con alguien que al final iba a marcharse.

      Por desgracia, eso no parecía factible con Emily, ya que en ese mismo momento B.J. y ella parecían estar pasándoselo de maravilla en la cocina junto con las demás integrantes de la familia Castle. Seguro que entre el niño y ella ya estaba creándose un vínculo afectivo, y que Cora Jane estaba contribuyendo a que así fuera.

      Su hijo salió de la cocina justo entonces. Tenía la cara pringada de sirope de arce, sus ojos brillaban de entusiasmo, y el comentario que brotó de sus labios no hizo sino confirmar sus sospechas.

      –¡Papá, Emily conoce a estrellas de cine!

      –¿Ah, sí? –aunque fingió indiferencia, una perversa parte de su ser estaba deseando saber hasta el último detalle.

      –¡Sí, ha estado en sus casas y todo! Habló una vez con Johnny Depp, ¿a que es genial?

      Boone vaciló, no sabía cuál era la respuesta apropiada en ese momento. Se preguntó si debía mostrar un entusiasmo ficticio y explicar que un famoso era una persona como cualquier otra, o si era mejor dejarlo pasar y aceptar que Emily había impresionado a su hijo con un estilo de vida que él no podía igualar.

      –Oye, papá, ¿por qué no me habías dicho nunca que conocías a una famosa?

      –No sé si Emily es famosa por el mero hecho de trabajar con estrellas de cine…

      –No, ella no, Samantha –le corrigió el niño con impaciencia–. Sale en las telenovelas esas que dan por la tele, y estuvo en una obra de teatro de Broadway. Ah, y también salió en un anuncio de los cereales que me gustan… ¿Te acuerdas?, ella hacía de madre. Yo no la he reconocido al principio porque es más guapa en persona.

      Boone solo se acordaba de que, cada vez que había visto


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