Deuda de familia. Nadia Noor

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Deuda de familia - Nadia Noor


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que invirtió con sensatez en compraventa de tierras. En pocos años se convirtió en un tipo respetado por los hombres y amado por las mujeres. Cuando cumplió veintisiete años decidió que había llegado la hora de regresar a Vejer, su tierra natal. No poseía bonitos recuerdos, pero era el único lugar al que podía llamar hogar. La llamada de la tierra tocó a su puerta y comprendió que había llegado la hora de asentarse y formar una familia. Decidió comprar la finca donde había vivido siendo un niño, para cambiar las cosas y evitar que otros niños tuvieran la misma infancia que él. Ningún niño se merecía aquello. Adoptó el apellido Conde, por una parte, para parecer de linaje importante y, por otra, porque no se sabía el suyo, y regresó a España dispuesto a comerse el mundo. Organizó partidas de póquer en las ciudades más importantes de la península y compró la finca donde él y su familia habían trabajado.

      Capítulo 9

      La propuesta

      Tras varios días sin comer, Natalia cayó enferma. Fue un golpe duro perder a su padre y al amor de su vida en la misma semana. Lloró y se lamentó, después se apoderó de ella una sensación de rabia e impotencia. Quería olvidar la época en la que los cerezos florecían, por lo que comenzó a leer libros sobre el desamor, buscando encontrar la clave para poder sacarlo de su maltrecho corazón. Por desgracia, los libros no tenían una poción mágica y la mayoría daban la misma solución: el tiempo y una nueva ilusión.

      Fácil de decir, difícil de imaginar siquiera. ¿Qué hombre podría sustituir a Sergio?

      La llegada del cartero la animó. ¡Quizá ese día recibiría una carta de Sergio!

      Salió apresurada con el corazón en llamas y la cara ardiendo por la expectación. Cuando la criada levantó los hombros en señal de impotencia, Natalia se derrumbó. Aquel día fue igual que el anterior.

      Cada mañana esperaba ilusionada la visita del cartero. Y cada mañana su ánimo decaía al no recibir noticias suyas. Su cara ovalada, antaño resplandeciente, había perdido vitalidad; su mirada parecía hundida, sin brillo; su boca generosa, estaba casi siempre con las comisuras hacia abajo, reflejando la tristeza en su rostro. Natalia Vega había perdido la energía y las ganas de vivir. Tan solo una semana atrás, el mundo entero giraba a su alrededor y, de repente, el mundo parecía haberse detenido.

      «Te amo. Solo a ti».

      —¡Natalia Vega! —Su madre apareció de la nada interrumpiendo el hilo de sus lamentaciones. La escrutó con gesto severo—. ¿Qué significa ese aspecto? ¿Desde cuándo sales en camisón y con el pelo hecho un desastre?

      Natalia bajó la cabeza arrepentida. No quería enfrentarse a su madre. Por lo menos, no aquel día.

      —Lo siento, madre, iré a cambiarme.

      Patricia la examinó con ojo crítico y la tomó por el brazo con determinación, arrastrándola a la salita de estar.

      —Ven, tenemos que hablar.

      Una vez dentro de la estancia, cerró la puerta y corrió las gruesas cortinas de brocado, permitiendo la entrada de los primeros rayos de sol. Agarró un pequeño espejo y lo acercó a la cara de su hija, quien apartó la vista cegada por el sol.

      —¡Mírate! —le ordenó su madre en tono autoritario—. Dime, ¿qué ves?

      —A mí… —contestó con un hilo de voz.

      —No, señorita, esa no eres tú —negó su madre con vehemencia—. Cuando te miro, veo una cara delgada y un aspecto descuidado. Con una hija enferma ya tengo suficiente. Tu padre ha muerto, pero la vida sigue. A partir de ahora, tú eres el sostén de nuestra familia porque yo ya soy mayor.

      En ese momento, entró la cocinera, por lo que Natalia se comió las duras palabras que estaba a punto de arrojarle a su madre.

      —Señora Patricia, la despensa está vacía. No queda queso, ni jamón, la fruta hace días que escasea, por no hablar de la carne y el pescado. Necesitamos dinero para abastecer la casa, de lo contrario, nos quedaremos hoy sin almuerzo.

      —Nos ocuparemos de eso más tarde —con un gesto descortés, Patricia despachó a la cocinera.

      —¿Tan mal estamos? —preguntó Natalia una vez que se quedaron a solas.

      —Si solo nos faltase la comida… —Se lamentó su madre mientras se dejaba caer con pesadez en una silla.

      —¿Qué quiere decir con eso?

      —Supongo que te habrás preguntado por qué tu padre se ha quitado la vida. Es hora de que sepas la verdad.

      —Madre, me está asustando —balbuceó Natalia estremecida. Un golpe de calor la obligó a apoyarse en el respaldo afelpado de una silla.

      —Tu padre lo ha perdido todo —continuó en tono pausado—. Ha apostado en un maldito juego de cartas esta casa y la hacienda. Y las ha perdido. Estamos prácticamente en la calle.

      Natalia rompió a llorar desconsolada. Mientras se enjugaba las lágrimas, se asomó a la ventana dándole la espalda a su madre.

      —Padre era bueno, honesto y justo; jamás habría puesto en peligro nuestra integridad — murmulló entre lágrimas.

      —Era todo eso sin duda, pero también era débil y le gustaban las apuestas —Patricia se acercó a su hija y le abrazó la espalda.

      Se quedaron un tiempo en silencio, cada una presa de sus preocupaciones.

      —Lo siento, Natalia. Como ves, nuestra realidad no es muy alentadora. Ahora escúchame bien, tenemos que hablar sobre nuestro futuro. —Le dio la vuelta y la miró cara a cara.

      «¿Sin Sergio podría existir futuro?», se preguntó Natalia con amargura.

      —El hombre que ganó esta casa, la quiere cuanto antes. Eso significa que tenemos que tomar decisiones rápidas.

      —Ese hombre, es mi más feroz enemigo —Natalia comenzó de nuevo a llorar—. Por su culpa, padre ha muerto. ¿Quién es?

      Patricia se giró hacia la ventana y tardó unos segundos en contestar. Debía tratar con mucho tacto la situación, para alentar a Natalia a aceptar la propuesta de Robert.

      —No lo conozco, el asunto lo lleva un abogado de Marchena. Me pide ejecutar las escrituras cuanto antes o abonarle la cantidad equivalente que corresponde a cincuenta mil pesetas.

      —Madre, eso es mucho dinero, ¿qué podemos hacer? —preguntó asustada—. Delia está enferma, necesita cuidados y… no… no podemos quedarnos en la calle.

      —Hay una opción, pero depende de ti.

      —¡¿De mí?! —Los ojos negros de Natalia se agrandaron todavía más, bajo la espesa cortina de pestañas—. ¿Qué podría hacer yo?

      —Un amigo de tu padre, que está al corriente de nuestra tragedia, está dispuesto a casarse contigo. Él pagaría la deuda y cuidaría de nosotras —Patricia se sintió mal por mentir a su hija, pero se animó pensando que era una mentira piadosa y muy necesaria.

      —No, madre —protestó Natalia indignada—. No puede ponerme en venta.

      —Jovencita, en unos meses cumplirás dieciocho años, estás en la edad de casarte, este hombre es un buen partido y, además, es joven y apuesto. ¿Por qué te niegas? Por lo menos, conócelo.

      —Porque va en contra de mis principios —respondió con desdén, al tiempo que se aireaba la cara sonrojada con una servilleta de batista que sacó del bolsillo de su vestido. —Padre siempre dijo que…

      —Padre y sus principios —resopló Patricia acalorada. Sabía que su hija era una terca romántica, pero no pensaba que tanto.— ¡Mira dónde nos han llevado! Además, ¿tienes una idea mejor?

      Natalia dejó la cabeza descansar entre sus manos. Cerró los ojos y pensó en una solución. La imagen de Sergio apareció delante de sus ojos, pero se desvaneció con rapidez. No, él ya no era una salida,


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