Correr, la experiencia total. George Sheehan

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Correr, la experiencia total - George Sheehan


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menos de músculo y agresividad, sería una ardilla. Con un poco más, sería un lobo.

      Entonces, ¿quién es el 235? Como el zorro, es un animal solitario y desafiante que establece sus propias leyes: «El 235 –escribió Sheldon− es demasiado endeble para luchar directamente, está demasiado expuesto para aprovechar la estimulación excesiva de la vida social ordinaria, pero posee una confianza y un conocimiento subconsciente de que tiene una larga vida por delante».

      Esto determina una forma de vida desafiante que con frecuencia acaba en un hospital mental, aunque de vez en cuando surja de sus filas algún salvador. Como Prometeo, a veces cuenta con fuerza y resistencia suficientes para triunfar sobre el poder establecido.

      No estoy totalmente seguro de ser un 235, aunque hay días en que corro y sé que soy un zorro. Días en que siento al sabueso en mi persecución, días en que apelo a todo cuanto es rápido para huir de él entre una neblina de lágrimas y carcajadas. Eso ocurre cuando me caza, aunque sé que no cobrará la pieza: sé que al final el sabueso corre junto al zorro. No me cazará hasta que yo sepa lo que necesito saber y haga lo que se supone que tengo que hacer.

      No se necesita un ojo entrenado para distinguir a un maratoniano de un apoyador de fútbol americano, ni para diferenciar a ambos de una persona sedentaria que prefiera quedarse flotando en el agua y charlando con sus compañeros. Cada uno tiene una constitución física para una tarea concreta. El corredor de fondo –frágil, delgado y de huesos finos− es capaz de desplazar su ligero cuerpo durante kilómetros y más kilómetros. El jugador de fútbol, atlético y musculoso, es, como dijo una vez Don Meredith, hostil, ágil y todas esas cosas maravillosas. Y el nadador blando, gordo y orondo nada por el agua como un delfín. En los deportes, el cuerpo determina la función. La capacidad obedece a la estructura.

      La vida no es diferente. Nuestro trabajo, nuestro estilo de vida, debería ser nuestro juego. «Vivir en este planeta no es un infortunio –escribió Thoreau−, sino un pasatiempo; dado que las metas de las naciones más sencillas son los deportes de las más artificiales». Por eso, el componente dominante de la psique que convierte a una persona en corredor de fondo también determina su visión de las personas y la sociedad, de la comida y los viajes, de la educación y la disciplina, de los objetivos, de los valores y de la conducta que marca su «buena vida». No debe pillarnos por sorpresa que la «buena vida» sea muy distinta a la de un agresivo jugador de fútbol americano y a la de un ser social muy relajado.

      Pese a lo cual, educadores, psicólogos, teólogos, sociólogos y filósofos siguen amparándose bajo ese gran paraguas y usan indiscriminadamente la palabra «nosotros» y otras de valor colectivo, e imposiciones como «debemos», «deberíamos», o «tendríamos» que hacer esto o lo otro.

      Intentan establecer un sistema general para la ética y la psicología. Intentan decirnos cómo actuar y reaccionar. Intentan agrupar al maratoniano, al apoyador de fútbol americano y al ciudadano sedentario en un ser humano plural.

      Y eso no funciona en los deportes. Tampoco funcionará en la vida. El dicho milenario: «Conócete a ti mismo» sigue siendo válido. Y la mejor forma de conocerte es mediante un análisis de tu estructura corporal y de su funcionamiento.

      Los griegos fueron los primeros en reparar en ello. Aristóteles hubiera esbozado mi diagnostico basándose en la forma de mi nariz. Hi-pócrates habría examinado mi constitución física y habría predicho enfermedades futuras. Con posterioridad, los hombres se clasificaron por los humores corporales en sanguíneos, flemáticos, coléricos y melancólicos. Con el paso de los años, los hombres han determinado la conexión entre la constitución física del hombre y el modo en que actúa. Como todo en la naturaleza, la estructura determina la función.

      Sin embargo, no fue hasta hace tres décadas cuando Sheldon convirtió su psicología constitucionalista en una ciencia legítima. Reparó en que estábamos compuestos de distintas relaciones de las tres capas primarias de tejido en el embrión: ectodermo (dermis y tejido nervioso), endodermo (intestinos) y mesodermo (hueso y músculos). Dependiendo de esta relación y del tejido dominante, fue capaz de predecir las capacidades físicas, la reacción a la tensión, las preferencias estéticas, la personalidad, el temperamento y el estilo de vida apropiado.

      Leer a Sheldon es contemplar un nuevo mundo. Y aceptar a Sheldon es aceptarte a ti mismo con tus propias peculiaridades, y aprender a vivir con ellas, y también con las de los demás. Verte como una persona corriente y simpática sin importar lo raro que sea tu aspecto. Y ver a los demás como personas corrientes y también simpáticas, por difícil que sea de asimilar.

      Casi siempre nos hemos equivocado porque no hemos investigado la relación entre el somatotipo del hombre y su conducta. No hemos sabido ver que la psique y el carácter son dos caras de la misma moneda. Esa estructura debe de algún modo determinar la función y, con ella, las leyes de cada ser humano y su armonía interna. Identifica, usando la expresión de Emerson, la música de la danza vital de cada uno.

      Si se analizase correctamente su estructura, se podría descubrir el somatotipo de una persona y, por tanto, saber qué tipo de persona es. También se podrían conocer sus puntos fuertes y débiles, lo que le gusta y lo que no, su relación con las personas y las cosas, e incluso su estilo de vida más apropiado. Con ese análisis llegaría a conocer su propia fisiología y filosofía. («La religión o filosofía de un hombre –escribió Ellen Glasgow – es tan connatural como el color de los ojos o el tono de voz.»)

      A partir de entonces percibiría si su constitución física estaba hecha para la lucha o para la huida o la negociación. Si había nacido para dominar a sus congéneres o para socializarse con ellos o para evitarlos por completo. Ese estudio le diría cuál es su trabajo, su juego y si debía casarse y con quién.

      Estas son las restricciones a nuestros derechos inalienables, es decir, la vida, la libertad y la consecución de la felicidad. Nuestros cuerpos definen y determinan esa vida, esa libertad y la forma de la consecución de la felicidad. Se diferencian de una persona a otra, y el cuerpo, escribe Sheldon, es el récord objetivo de esa persona. La tarea que tenemos por delante, afirma él, es convertir ese récord en un discurso hablado.

      Para Sheldon no existe un problema entre el cuerpo y la mente, ni entre lo consciente y lo inconsciente, ni hay una fractura entre lo físico y lo mental. Él sólo ve la estructura y la conducta como un continuo funcional.

      «Mi objetivo –escribe él− es que cada persona se desarrolle según su potencial máximo y protegerlas de falsas ambiciones, del deseo de ser alguien que nunca serán y, quizá más importante si cabe, que nunca deberían ser.»

      Sin Sheldon, intentarás reformarte o que otros te reformen, sea despreciándote, sea viendo a los otros como a criminales o como a pelmazos. Al menos a dos tercios de la población mundial se les pondrán los pelos de punta por no conocer los somatotipos y la forma natural en que esas personas actúan.

      La humanidad, dijo Sheldon, se divide en tres razas. Sin embargo, esas razas nada tienen que ver con el color, la geografía ni el grupo sanguíneo. Está la raza atlética, los musculosos mesomorfos (los que actúan); la raza relajada y amistosa de los endomorfos (los que hablan); y la raza delgada y de huesos pequeños de los ectomorfos (los que piensan).

      Estas razas poseen cualidades especiales, y la armonía entre ellas es mucho más difícil de lo que se podría sospechar. Cada raza reacciona de manera distinta y de formas que las otras razas podrían definir como enojosas, penosas o incluso peligrosas. Los mesomorfos reaccionan a la tensión entrando en acción. La mejor forma de describirlos es como dominantes, alegres, enérgicos, seguros de sí mismos, competitivos, asertivos, optimistas, temerarios y emprendedores. Los endomorfos, por su parte, reaccionan a la tensión socializando. Lo más probable es que se describan como tranquilos, plácidos, generosos, afectuosos, tolerantes, misericordiosos, comprensivos y amables.

      El ectomorfo no es ninguna de esas cosas. Es imparcial, ambivalente, reticente, suspicaz, cauto, terco y reflexivo. Las ideas le resultan mucho más interesantes que las personas. Y reacciona a la presión con retraimiento.

      En


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