E-Pack HQN Susan Mallery 3. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 3 - Susan Mallery


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ya eran casi las siete. En esos casos, su madre se ocupaba de prepararle la cena a Lillie y de ayudarla con los deberes, lo cual hacía que ese turno no le resultara muy complicado. Sabía que era afortunada y que muchas madres divorciadas no tenían ese apoyo.

      Abrió la puerta principal y estaba a punto de decir que había llegado cuando vio a su madre hablando por teléfono. Ava parecía seria y preocupada y ninguna de esas cosas era buena. Patience soltó el bolso sobre la mesa junto a la puerta y subió a la habitación de su hija.

      Lillie estaba acurrucada y leyendo en la cama.

      —Ey, cielo —le dijo al entrar y sentarse en la cama.

      —¡Mamá! —Lillie soltó el libro y se echó a sus brazos—. Ya estás en casa.

      —Sí, aquí estoy. ¿Cómo te ha ido el día?

      —Bien. El examen de Matemáticas era fácil. Mañana vamos a ver un vídeo sobre gorilas y hemos cenado tacos.

      Patience la besó en la frente y se la quedó mirando a los ojos.

      —Veo que has hablado muy por encima del examen de mates.

      Lillie sonrió.

      —Si estudio, los exámenes me resultan más fáciles que si no lo hago.

      —Ajá. Y eso significa que yo tenía...

      —Razón —farfulló su hija—. Tenías razón.

      Patience la abrazó de nuevo.

      —Eso siempre será verdad.

      —Te encanta llevar la razón.

      —Y me encanta más todavía cuando lo dices —miró hacia las escaleras—. ¿Sabes con quién está hablando la abuela?

      —No.

      Bueno, suponía que ya se enteraría cuando su madre colgara.

      —Voy a prepararme una ensalada. ¿Quieres algo?

      —No, gracias —respondió la niña agarrando de nuevo el libro.

      Patience volvió a bajar y entró en la cocina. Podía oír la voz de su madre, pero no la conversación. Abrió la nevera y sacó la carne de los tacos que había sobrado. Para cuando su madre había colgado, ya se había preparado una ensalada y estaba llevándola a la mesa.

      —Lo siento —dijo Ava al entrar en la cocina—. Era mi prima Margaret —se sentó frente a su hija.

      Patience pinchó la ensalada y masticó.

      —Vive en Illinois, ¿no? —preguntó al tragar.

      Su madre tenía parte de familia en el Medio Oeste. Patience apenas los recordaba de cuando habían ido de visita siendo ella niña, pero en los últimos años no habían tenido mucho contacto. Intercambiaban las felicitaciones de rigor en Navidad y cumpleaños, pero no mucho más.

      —Sí. Margaret y mi «tiastra», su madre. Es complicado.

      Patience la miró, consciente de que había sucedido algo. Ava estaba sonrojada y no podía dejar de mover las manos.

      —¿Estás bien?

      —Muy bien —empezó a sonreír y después sacudió la cabeza. Hizo ademán de levantarse, pero volvió a sentarse de golpe—. La tía abuela Becky ha muerto.

      —¿Quién?

      —La tía abuela Becky. La madre de mi «tiastra». No era teóricamente pariente mía, o al menos no que yo sepa. Nos escribíamos de vez en cuando. La conociste una vez. Tenías cuatro años.

      Patience soltó el tenedor.

      —Siento que haya muerto. ¿Estás bien?

      —Estoy triste, por supuesto. Pero no la vi muchas veces. Nos visitó cuando eras pequeña —sonrió—. A ti te encantaba. Desde el segundo en que la viste no pudiste apartarte de ella. Querías que te llevara en brazos, querías sentarte en su regazo. Cuando se levantaba, la seguías de habitación en habitación. Era muy dulce verte.

      —O irritante, si a la tía abuela Becky no le gustaban los niños.

      Ava se rio.

      —Resultaba que estaba tan encandilada contigo como tú con ella. Prolongó su visita y las dos llorasteis cuando finalmente se marchó. Siempre decía que volvería, pero nunca pudo ser.

      —Ojalá pudiera recordarla —tenía vagos recuerdos de una mujer alta, aunque podría haber sido cualquiera—. ¿Quieres que les envíe una tarjeta de condolencias?

      —Si quieres... La cuestión es que la tía Becky te ha dejado algo de dinero. Una herencia.

      —¡Oh! —eso sí que era inesperado—. ¿Es que no tenía hijos?

      —Una hija. Ya te he dicho que era la madre de mi «tiastra». La tía abuela Becky era muy rica, así que sus familiares más directos están muy bien acomodados. No tienes que preocuparte por eso —se inclinó hacia delante y le agarró las manos—. Te ha dejado cien mil dólares.

      Patience se quedó mirando a su madre. Oyó como un zumbido y, de haber estado de pie, se habría caído redonda al suelo. Sintió como si la habitación se moviera ligeramente a la izquierda.

      —Cien...

      —Mil dólares. Has oído bien.

      Era una cifra demasiado grande. No. ¡Era enorme! Imposible de asimilar. Para ella era como todo el dinero del mundo.

      —Margaret quería que supiera que el abogado que está llevando el tema de la herencia te llamará por la mañana. Tiene el cheque firmado y listo para entregártelo.

      Patience se llevó una mano al pecho.

      —Creo que no puedo respirar.

      —Lo sé.

      —Podremos saldar la hipoteca.

      —No quiero que te preocupes por eso.

      Patience sacudió la cabeza.

      —Mamá, has estado cuidando de mí toda mi vida. Quiero saldar la hipoteca. Y después meteré dinero en la cuenta de la universidad de Lillie —se mordió el labio.

      Y aun después de todo eso, le quedaría dinero de sobra. Tal vez unos veinticinco mil dólares. Y contando con guardar un poco para imprevistos y malas rachas, seguiría teniendo suficiente para...

      Ava asintió.

      —Lo sé. Yo también he pensado en eso.

      —La cafetería.

      —Sí. Podríamos hacerlo.

      Patience se levantó y corrió arriba. Cuando llegó a su dormitorio, abrió el último cajón de su pequeño escritorio situado bajo la ventana y sacó una carpeta. Era su plan de negocio, el mismo en el que llevaba años trabajando.

      Volvió a la cocina y extendió los papeles.

      Todo estaba ahí. El coste del alquiler, el presupuesto para alguna que otra reforma, para suministros y para publicidad. Tenía proyecciones de costes, estimaciones de ingresos y un estado de ganancias y pérdidas.

      —Podríamos hacerlo —dijo con la respiración entrecortada—. Aunque iríamos un poco justas.

      —Yo tengo algunos ahorros y me gustaría invertir en el negocio. Así seríamos socias.

      —Lo somos pase lo que pase.

      —Quiero hacerlo, Patience. Quiero que abras ese negocio y quiero ayudarte.

      Patience volvió a su silla.

      —Estoy aterrorizada. Tendría que dejar mi trabajo con Julia para hacerlo —lo que implicaba renunciar a la seguridad de un sueldo regular. También tendría que hacerse cargo del alquiler y de contratar empleados.

      El estómago le daba vueltas.


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