En el paraíso con su enemigo. Annie West

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En el paraíso con su enemigo - Annie West


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      Entonces ella dio otro paso más, sus senos quedaron a un milímetro del brazo de Damen y se puso de puntillas. Estaba tan cerca que Damen podía sentir el calor de su aliento en el rostro; sus labios se redondearon en una invitación a ser besados. Él no inclinó la cabeza, expectante. Stephanie posó la otra mano sobre su corazón y extendió los dedos, sosteniéndole la mirada. Y cuando Damen pensó que retrocedería, susurró con voz aterciopelada:

      –Damen –subió las manos hasta su cuello y él tuvo que recordarse que solo era un juego. Stephanie se inclinó aún más, apretando sus senos contra su brazo–. No tienes ni idea de hasta qué punto me resulta tentador… –le susurró al oído.

      Damen inclinó a cabeza, atraído por aquellos luminosos ojos y convencido de que, finalmente, Stephanie había aceptado la atracción que había entre ellos. Los dedos que ella posó en sus labios lo detuvieron en el momento que le oyó añadir:

      –… que me des dos millones.

      Y se separó de él bruscamente.

      Damen se quedó helado. Debía de haber sabido que Stephanie Logan aceptaría el reto y no debía haberle permitido que lo distrajera de su objetivo. Stephanie no era de las que se echaba atrás… o, por lo visto, de las que dejaría pasar dos millones de dólares.

      Apretó los dientes diciéndose que no debía olvidarlo. Por muy dulce que la encontrara o que respetara la lealtad que había mostrado hacia su amiga, solo había aceptado aquel acuerdo por el dinero, y era evidente que podía resultar totalmente convincente.

      Pero también le asaltó la duda. Stephanie solo había hecho lo que le había pedido: demostrar que sabía fingir. Sin embargo, al ver aquel bonito rostro iluminado por la satisfacción, no pudo evitar pensar en otra mujer, que también había sido extremadamente convincente al aparentar un intenso amor; una mujer que había estado a punto de destrozarlo y que había sido la razón del mayor arrepentimiento de su vida

      –¿Qué tal lo he hecho? –preguntó ella poniendo los brazos en jarras.

      ¿Esperaba que la aplaudiera? Quizá se lo merecía. Había sido él quien había insistido en una prueba de interpretación; no tenía sentido que se sintiera traicionado por lo bien que lo había hecho.

      –Bastante bien.

      No estaba dispuesto a alabarla más por mentir, pero tenía que admitir que al menos estaba siendo sincera respecto a su motivación. Aun así, no podía sacudirse la desilusión de que Stephanie volviera a mirarlo con desdeñosa indiferencia.

      –Entonces ¿tenemos un acuerdo?

      –Haré que redacten el contrato con las especificaciones que pides.

      Bien fuera porque estaba de un humor inestable, por los recuerdos negativos que le había despertado o por la irritación de que pareciera inmune a él cuando meses atrás había buscado sus caricias, Damen añadió un apunte mental al acuerdo: cumpliría la cláusula, pero conseguiría que Stephanie Logan se arrepintiera de haberla incluido; de hecho se aseguraría de que sintiera la insatisfacción de que su romance no fuera real. Conseguiría que volviera a desearlo.

      «Estás loca, odias mentir, y más aún por un hombre que no te cae bien, o todavía peor, un hombre al que rechazas pero por el que te sigues sintiendo atraída».

      –¿Stephanie?

      –Perdona –volvió la mirada hacia el hombre de presencia imponente. El sol barría el despacho de la villa de Emma, iluminando su rostro y los documentos que ella tenía ante sí.

      –Decía que lo he hecho redactar en inglés para que no necesitaras a un traductor.

      –Gracias –dijo ella, sonriendo a pesar de los nervios.

      Conteniendo un escalofrío, fue con paso titubeante hacia el escritorio. Llegado el momento definitivo, albergaba dudas. Excepto que Damen transferiría el dinero a su cuenta cuando firmara, y con ese dinero podría comprar una casa para su abuela. No podía rechazar la oferta.

      Aun así, se sentó con lentitud ante el contrato y la pluma preparada para firmarlo. Respiró profundamente, pero en lugar de tener un efecto calmante, con la inspiración le llegó la fragancia a madera que identificaba a Damen, densa, cálida, demasiado seductora para su propio bien.

      Cerró los ojos y se sintió transportada de inmediato al día anterior en el jardín, cuando Damen le había retado a demostrar que podía ser una amante convincente en público. Al sentirse retada había experimentado por un instante una seguridad en sí misma que le había permitido actuar de manera decidida y pragmática… Hasta que se había aproximado tanto a él como para poder besarlo, y entonces se había sentido como un ratón entre las garras de un gato. El calor en la mirada de Damen le había hecho darse cuenta de que jugaba con fuego. Se había separado de él y al volver a mirarlo, se había dado cuenta de que había estado equivocada, de que no había ni ardor ni deseo en sus ojos.

      Tal y como había dejado claro en Melbourne, Damen Nicolaides no la deseaba. Lo que había visto en su mirada era rabia al comprobar que ella podía interpretar el papel de mujer enamorada a la vez que permanecía inmune a él. Aunque no lo fuera y aunque tuviera que hacer lo que fuera necesario para ocultárselo a Damen.

      –¿Has acabado de leerlo? –la voz de Damen le llegó por encima del hombro y ella abrió los ojos.

      –Me gusta tomarme mi tiempo con documentos legales.

      Eso no había impedido que Jared se fuera con su dinero.

      Steph apretó los dientes. Aquel contrato era la única manera de recuperar lo que había perdido, no ya solo el dinero, sino el control de su vida.

      Y por más que sintiera que era un error y que asumía un gran riesgo al pasar tiempo con un hombre al que era vulnerable, se dijo que no tenía nada que temer, puesto que Damen Nicolaides no la deseaba.

      Leyó el contrato detenidamente, asombrándose de las penalizaciones en caso de que vendiera la noticia a la prensa pero, dado que no tenía la menor intención de hacerlo, eso no sería un problema. Todavía le quedaba decidir qué le diría a Emma, pero ya lo pensaría.

      Suspiró al llegar a la cifra del pago; la mitad aquel mismo día; la otra mitad en ocho semanas. Y la última cláusula:

      No se besarán en los labios a no ser que la señorita Logan haga un invitación expresa.

      ¡Cómo si tuviera la intención de pedirle que la besara! ¿Y por qué especificaba «en los labios»?

      –¿Hay algún problema?

      Steph miró a Damen, que la miraba con lo que ella interpretó como hastío. No había en él el menor atisbo de sentirse atraído por ella. Solo quería convencer a la gente de que tenía una novia.

      No valía la pena discutir por detalles tan nimios. Sonriendo, tomó la pluma y firmó.

      –Excelente –Damen sacó el teléfono–. Voy a ordenar la trasferencia de fondos.

      Así de sencillo. Su abuela tendría su casa y su dinero, y ella saldaría sus deudas.

      ¿Por qué entonces tenía la premonición de que no iba a ser tan fácil?

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