E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras

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E-Pack Los Fortune noviembre 2020 - Varias Autoras


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pensar —le dijo Drew. Revisó el salpicadero, tomó un pequeño cuaderno y hojeó las páginas. No había nada escrito—. Ya no sé qué pensar —volvió a guardar el cuaderno y cerró el compartimento con un golpe seco. Entonces bajó la visera.

      Un pedazo de papel le cayó sobre las rodillas y se deslizó hasta caer al suelo. Él se agachó y trató de recogerlo.

      —Lo veo —le dijo ella. Podía ver el pedacito de papel. Estaba justo debajo del asiento. Se arrodilló junto a él y metió la mano por debajo de sus piernas. Entonces se resbaló un poco y el papelito se le escurrió de entre las manos. Para recuperar el equilibrio tuvo que asirse a algo…

      El muslo de Drew… Rápidamente agarró de nuevo el papel y se incorporó.

      —Aquí tienes —le entregó el papel.

      Era una fotografía en blanco y negro de una mujer.

      —Es mi madre —le dijo él, contemplando la foto.

      —¿Y el niño que tiene en brazos?

      Drew ni siquiera tuvo que mirar la foto.

      —Es J.R.

      Deanna se mordió el labio por dentro. Él no parecía querer decir nada más. Un momento después oyeron un ruido. Era Ross, que acababa de salir de la maleza.

      —¿Ya has visto suficiente? —le preguntó a Deanna, acercándose.

      Había visto más que suficiente, pero no se trataba de ella. Si Drew quería quedarse, entonces reuniría todo el coraje que le quedaba y se quedaría con él todo el tiempo que hiciera falta.

      Pero él ya estaba bajando del maltrecho coche, así que se apartó para dejarle salir.

      —¿Has encontrado algo? —le preguntó él a su primo una vez fuera del vehículo.

      —Muchas huellas parciales —dijo Ross. No parecía muy entusiasmado al respecto—. La mayoría deben de ser de la policía, de cuando vinieron con los perros. Es difícil de saber, sobre todo después de la lluvia. Por lo que pude ver, todas las huellas de zapatos parecían bastante grandes, como si fueran de botas de montaña. Como no sabemos lo que llevaba puesto William… —se detuvo, hizo una mueca y volvió a guardar la cámara en el bolsillo de la chaqueta—. Nos llevará un buen rato volver a los coches y si no salimos ahora se nos hará de noche.

      —Ya he visto bien el coche —Drew puso la mano sobre el hombro de Deanna y la hizo moverse adelante.

      —Espera —ella dio media vuelta después de dar unos pasos y corrió a buscar las botellas de agua.

      Unos segundos después iban de vuelta hacia los coches.

      Tal y como Ross había calculado, cuando llegaron hasta las camionetas, el sol ya se estaba poniendo, tiñendo de fuego el horizonte.

      Ross sacó dos botellas de agua fresca del pack que tenía en su vehículo y se las ofreció a Drew y a Deanna.

      —Voy a irme directamente a Haggarty. No quiero que se me vaya el tipo que respondió a la llamada. Su turno termina dentro de poco. ¿Venís conmigo o vais a volver ya?

      Drew tiró las botellas vacías dentro del coche y tomó las que le daba Ross.

      —Vamos a volver —dijo, dándole una a Deanna.

      —Te aviso si averiguo algo. Tened cuidado — se despidió con un gesto y se puso en camino rápidamente.

      Deanna volvió a la camioneta de Drew por el lado del acompañante, pero justo antes de subir, se detuvo. Drew seguía en el mismo sitio. Tenía la foto en la mano.

      —Tenía esta misma foto en su despacho. Una más grande. Claro. Tenía seis en total. Una con mi madre el día de su boda. Y una de ella con cada uno de nosotros.

      —Qué bonito —dijo Deanna con sutileza.

      —¿Por qué tenía esta foto en el coche?

      —¿Qué quieres decir?

      —¿Por qué no tenía una de Lily?

      —Porque era un recuerdo —le sugirió Deanna—. Tú mismo me has dicho que tenía fotos en su despacho.

      —Cierto —dijo él con un gesto pensativo, y entonces volvió a mirar la foto—. Recuerdo un día en que mi madre estaba redecorando el despacho de papá… Se llevó todas esas viejas fotos y le dio una foto enmarcada. Era un retrato de familia que nos había hecho cuando yo estaba en el instituto. Pero él la hizo traer de vuelta todas las otras fotos.

      Sosteniendo la foto con las dos manos, Drew miró a Deanna antes de proseguir:

      —Ella quería saber por qué se empeñaba en tener todas esas viejas fotos cuando ya tenían una nueva donde salía tan guapa, mejor que nunca. Él le dijo que todas esas viejas fotos le recordaban los momentos de su vida en los que su amor por ella se había hecho más grande.

      Deanna sintió que el corazón se le encogía, y no sólo por la historia, sino también porque Drew se la hubiera contado. Casi no quería ni hablar, temiendo que él se detuviera si lo hacía. Pero no podía seguir callada. Dejó la botella en el asiento del acompañante.

      —Debe de haberla querido mucho.

      —Todos la queríamos mucho —volvió a mirar la foto—. Creo que le habrías caído bien.

      Deanna tragó con dificultad.

      —¿Por qué?

      —Porque estás aquí. Incluso después de que yo intentara convencerte para que te fueras, tú te quedaste.

      Deanna sintió el picor de las lágrimas en los ojos y entonces parpadeó con fuerza para que él no se diera cuenta. Fue hacia él, le quitó la foto de las manos, y miró aquella vieja foto de su madre. Molly Fortune estaba sentada en una cama, con una bata de hospital puesta. Miraba a la cámara con un gesto sereno.

      Era una foto pequeña, pero la felicidad de la nueva madre, con su primer hijo en brazos, era inconfundible. Deanna no recordaba haber visto nunca fotos de su madre con ella en brazos. Si existía alguna foto, debía de haber desaparecido mucho tiempo antes.

      —Supongo que tu madre tendría un álbum de fotos para cada uno de vosotros —le dijo. Tal y como se la había descrito, Molly debía de haber sido la clase de madre que hacía algo así, además de hacerles retratos de familia a lo largo de los años.

      Algo que Deanna tampoco había tenido… Una familia feliz, retratada para la posteridad. Los Gurney nunca habían conocido esa clase de felicidad. En realidad su madre y ella nunca habían sido una familia de verdad. Miró a Drew, que la miraba con un gesto ceñudo.

      —¿Tu madre no tenía un álbum para ti?

      —No lo creo —se encogió de hombros. No se sentía muy cómoda hablando de sí misma—. Y si lo tuvo, nunca me lo enseñó. Además, a Gigi no se le dan bien esa clase de cosas.

      —¿Y qué se le da bien, aparte de ver la Teletienda?

      —Ella vive haciendo castillos en el aire, soñando con vivir el idilio perfecto.

      —¿No es eso lo que quieren casi todas las mujeres?

      Deanna hizo una mueca.

      —Pero es que mi madre siempre busca en el sitio equivocado.

      —¿Y es que hay un lugar correcto donde buscar?

      —A mí no me preguntes. Yo no soy la que tiene mucha experiencia. ¿Dónde conociste a tu ex?

      —En la universidad. Pero eso no cuenta porque no fue más que una fantasía.

      —¿Porque te engañó?

      —Supongo que sí —le dijo él, haciendo una mueca.

      —Cuando hay amor verdadero no hay lugar para el engaño —le dijo ella, mordiéndose el labio inferior.

      —¿Entonces


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