Pietro y Paolo. Marcello Fois

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Pietro y Paolo - Marcello Fois


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      PIETRO Y PAOLO

      SENSIBLES A LAS LETRAS, 64

      Título original: Pietro e Paolo

      Primera edición en Hoja de Lata: octubre del 2020

      © Giulio Einaudi editore s.p.a., Torino, 2019

      © de la traducción: Francisco Álvarez, 2020

      © de la imagen de la portada: Paolo Ventura, Morte e resurrezione 2#10, 2018

      © de la fotografía de la solapa: María Bringas, 2018

      © de la presente edición: Hoja de Lata Editorial S. L., 2020

      Hoja de Lata Editorial S. L.

      Avda. Galicia, 21, 4.º E, 33212 Xixón, Asturies [España]

      [email protected] / www.hojadelata.net

      Edición: Hoja de Lata Editorial S. L.

      Diseño de la colección: Trabayadores culturales Glayíu

      Corrección de pruebas: Tania Galán Álvarez

      ISBN: 978-84-16537-91-4

      Producción del ePub: booqlab

      La traducción de este libro se rige por el contrato tipo propuesto por ACE Traductores.

      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo las excepciones previstas por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

      ÍNDICE

       Dieciséis

       Quince

       Catorce

       Trece

       Doce

       Once

       Diez

       Nueve

       Ocho

       Siete

       Seis

       Cinco

       Cuatro

       Tres

       Dos

       Uno

       Cero

       Perdónanos nuestras deudas…

      DIECISÉIS

      Pietro Carta se puso en camino a primera hora de la mañana, cuando la luna y el sol se confabulaban para darse el relevo, y afrontó la cañada pedregosa cuesta arriba que constituía el camino más corto entre Lollove y Nuoro. Una especie de leve ansiedad hizo que acelerara el paso. La subida era empinada en el primer tramo, luego se suavizaba. Su movimiento comenzó a adaptarse a su respiración, como cuando, tras buscarlo durante mucho tiempo, uno encuentra por fin el ritmo interior, y entonces caminar ya no pesa, sino que más bien parece una bendición. El terreno, poco a poco, a medida que avanzaba, iba cambiando de forma y de esencia, porque lo que estaba llevando a cabo era un verdadero viaje.

      Cuando era niño, ese mismo trayecto le parecía infinito e intransitable. Y siempre prefería hacerlo en invierno, a pesar de la tenaza de frío que aferraba sus pantorrillas en cuanto atravesaba el umbral de la puerta. Pero, una vez superado ese encontronazo, era la estación del año ideal.

      —Camina.

      —Tengo frío…

      —Venga, vamos, ¿qué frío, si vas completamente abrigado?

      —¡Hace demasiado frío, Pie’!

      —Si caminas se te pasa… ¿Quieres moverte de una vez?

      Pietro había aprendido de su difunto abuelo Zua que andando se entra en calor, le decía siempre. Y no le faltaba razón. Pero, a pesar de la exhortación, Paolo seguía parado ante la embocadura del bosquecillo en el que los robles pubescentes, al igual que él, parecían congelados en una suspensión del tiempo. No sabía por qué se había dejado convencer para hacer algo así. Para levantarse poco antes de que saliera el sol y encaminarse hacia aquel lugar secreto que Pietro le había dicho que conocía.

      —¿Y si nos descubren? —preguntó Paolo comenzando a moverse hacia él, como si con las palabras quisiera contradecir su gesto.

      Pietro negó con la cabeza.

      —Si nos descubren me la cargaré yo —dijo, para evitar mayor dilación por parte de su amigo.

      —¿Falta mucho? —preguntó Paolo cuando, tras acelerar el paso, logró alcanzarlo.

      Su estatura era casi la misma. Pietro tal vez medía unos centímetros más, lo cual demostraba que era de buena raza, teniendo en cuenta que se había criado con muchas menos posibilidades que Paolo. Acababan de cumplir once años. Acababan de abandonar sus camas para descolgarse por la ventana de la casa de los Mannoni, la de Paolo, que desde la despensa desembocaba directamente en el campo.

      Una aventura que habían acordado días antes, cuando Paolo al volver de la escuela le contó a Pietro, que no podía ir a la escuela, que los zorros no son otra cosa que perros.

      —Cánidos. Los zorros son cánidos —especificó.

      Y Pietro no fue capaz de ocultar cierto fastidio, no tanto por las cosas que la escuela le enseñaba a Paolo y no a él, sino por las cosas que no enseñaba aquella escuela.

      —No se puede decir esa palabra allí —le espetó Pietro, con sincero desconcierto.

      —¿Cuál? ¿Zorros?

      —Sí, esa —confirmó Pietro con algo de oscuridad en la mirada, pero sobre todo en el ánimo—. No se puede decir.

      —¿Y por qué? —preguntó su amigo, no sin cierta provocación.

      —Ese nombre allí no trae nada bueno. Tú lo dices y se presenta. Eso es lo que pasa, ¿no lo sabes?

      —Claro que no lo sé, son creencias de ignorantes.

      —Lo dices solo porque nunca has pastoreado ovejas, y porque nunca has tenido que ocuparte tú de las gallinas en casa.

      —Sí, vale, ¿pero eso qué tiene que ver con el nombre? —insistió Paolo.


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