Gabriel García Márquez. Nuevas lecturas. Juan Moreno Blanco
Читать онлайн книгу.Por otra parte, a partir de 1960, la Revolución cubana lideró, desde la Casa de las Américas, un proyecto cultural orientado a fortalecer la conciencia de la identidad latinoamericana, frente a la penetración extranjera, mediante la organización de congresos, festivales y concursos, la reedición comentada de sus autores clásicos en la Colección Literatura Latinoamericana y las recopilaciones, en la serie Valoración Múltiple, de estudios críticos sobre la obra de Rulfo, Onetti, Guillén, Carpentier, García Márquez y Lezama Lima. Esta propuesta contribuyó eficazmente al descubrimiento de otra revolución que venía madurándose, desde finales de los años cuarenta, en diversas capitales de América Latina: el boom de la novela latinoamericana, cuyo momento culminante lo constituyó la publicación en 1967 de Cien años de soledad, obra que logró el suceso casi milagroso de situar en el centro de la literatura mundial a una tradición literaria periférica, vista hasta entonces como la expresión incipiente y primitiva de países tropicales en los que muchas realidades carecían de nombre.
Esta novela, que encumbra a Gabriel García Márquez como el máximo representante del boom, a través de un relato mitológico fundacional en el que se integran lo extraordinario y lo cotidiano, la belleza de la poesía y la violencia de la historia, al romper con la rigidez cronológica, la visión maniquea y otros prejuicios del realismo social, consolida una nueva interpretación literaria de América Latina. Apoteosis de la imaginación, espejo en el cual el continente americano ve reflejada su verdadera cara, Cien años de soledad al adoptar la perspectiva de la cultura popular y los usos de la oralidad, integrándola a los grandes mitos occidentales grecolatinos y bíblicos, las crónicas de Indias, Las mil y una noches y las lecciones de Rabelais, Faulkner, Hemingway, Borges, Carpentier y Rulfo, entre otros modelos, posee la virtud de llegar tanto a un público masivo como a la élite de los entendidos.
Clave en la consolidación del boom de la novela latinoamericana, la Revolución cubana lo fue también de su fractura y su disolución final: primero, a raíz del caso del poeta Heberto Padilla, apresado en 1971 y forzado a redactar una denigrante autocrítica que trajo a la memoria mundial los dolorosos episodios del estalinismo con los disidentes; y, luego, por el respaldo público de Castro a la invasión de Checoslovaquia.
Las vidas paralelas de Castro y García Márquez pueden servirnos para explorar un tema inagotable que se reitera, con algunas variantes, en la historia de la América Latina, desde las vísperas de la independencia: el de las relaciones entre la lucidez de las letras y el pragmatismo de la acción política1.
En sus inicios, sin partido comunista, con alegría y ritmo de rumba y son cubano, habanos y maracas, bongós y tiradas de caracoles, nacionalismo independentista y materialismo esotérico, la Revolución Cubana proyectó una ilusión de pluralidad y autonomía política para la América Latina, que pronto se desvaneció. En contraste, la narrativa del boom, con García Márquez como su representante emblemático, logró la afirmación plena de ese proyecto de búsqueda de una expresión americana planteada por los románticos, pero iniciada, en realidad, por los modernistas.
Itinerario de una amistad
En su libro Redentores: ideas y poder en América Latina, el ensayista mexicano Enrique Krauze (2011) afirma: «No hay en la historia de Hispanoamérica un vínculo entre las letras y el poder remotamente comparable en duración, fidelidad, servicios mutuos y convivencia personal al de Fidel y Gabo» (p. 363). No obstante, pese a la contundencia de esa afirmación es preciso aclarar que la relación entre estos dos colosos de la historia latinoamericana no se dio de manera fácil: fue la culminación de un largo proceso que se remonta a 1948 y solo comienza a consolidarse hacia 1975, poco después de la publicación de El otoño del patriarca.
El 9 de abril de 1948, en Bogotá, cuando Castro organizaba el Congreso de Estudiantes Latinoamericanos como alternativa frente a la Conferencia Panamericana y García Márquez comenzaba a ganarse el reconocimiento nacional con la publicación, en la prensa capitalina, de sus primeros cuentos, los dos jóvenes coincidieron, sin encontrarse, en el caos de incendios, saqueos, sangre y muerte en el cual quedó sumida la ciudad a raíz del asesinato a balazos del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán. Las lecciones de esa experiencia trágica fueron diversas para cada uno: mientras que Castro aprende la necesidad de la organización colectiva para conducir la energía de cambio de un país inconforme, García Márquez se ve obligado a regresar a su tierra natal, en una suerte de viaje a la semilla que lo reencuentra con sus orígenes caribeños y le permite descubrir el material y la perspectiva genuinos para la edificación de su obra que, mediante un giro radical, pasará de los cuentos fantásticos de corte kafkiano a la certera invención del mundo mítico de Macondo.
Aproximación y rechazo iniciales: choques con comunistas y exiliados
Gabo tenía noticias concretas de Castro y la Revolución desde 1956, en sus años de hambre parisinos, cuando los latinoamericanos en el exilio vivían pendientes de la caída de los dictadores que gobernaban sus países: Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957), en Colombia; José Manuel Odría (1948-1956), en Perú; la familia Somoza (1934-1979), en Nicaragua; Rafael Leónidas Trujillo (1920-1961), en República Dominicana; Fulgencio Batista (1952-1959), en Cuba, y Marcos Pérez Jiménez (1953-1958), en Venezuela. Por esa época, el poeta de vuelo popular Nicolás Guillén le habló de un abogado, joven y loco, en quien los cubanos tenían fincadas sus esperanzas de libertad y, desde entonces, García Márquez comenzó a seguirle la pista al líder revolucionario.
En enero de 1958, al redactar un balance de lo ocurrido el año anterior, al que denominó «El año más famoso del mundo», García Márquez le dedicó un apartado a la inminente partida de Batista del poder, en el que se refirió también al joven abogado cubano que «conoce la estrategia mejor que los códigos» (García Márquez, 2015a, p. 543). Y el 18 de abril, García Márquez, a partir de una entrevista a Emma Castro, hermana del comandante cubano, publicó en la revista venezolana Momento el reportaje «Mi hermano Fidel», en el que destacaba sus habilidades como cocinero de espaguetis, sus dotes de deportista, su familiaridad con las armas de fuego, su afición por la cacería, su puntería de buen tirador, su disposición a la escucha y el paso paulatino del «bigotillo lineal y un poco afectado de los enamorados antillanos» a su «barba mesiánica» (p. 594).
El 31 de diciembre de 1958, al subir las escaleras hacia su apartamento en Caracas, García Márquez y Mercedes escucharon, antes de la hora del fin de año, un alboroto de bocinas de automóviles, campanas de iglesia y sirenas de fábrica y taller y, al recordar que no disponían de un radio para informarse, incrédulos ante la posibilidad de un nuevo golpe militar en Venezuela, debieron devolverse y bajar para averiguar qué ocurría. Se enteraron entonces, por la portera portuguesa del edificio, que en Cuba había caído Batista. Al día siguiente, cuando se produjo la entrada triunfal de Castro y su cortejo en La Habana, Gabo y su compadre y jefe Plinio Apuleyo Mendoza celebraron esa esperanzadora victoria con cervezas vestidas de novia.
El 18 de enero del 59, le avisaron a García Márquez del vuelo nocturno de un avión cubano que llevaría a La Habana a los periodistas interesados en asistir como observadores internacionales de los juicios públicos contra los partidarios de la dictadura de Batista, implicados en crímenes de guerra, la denominada «Operación Verdad», una estrategia de Fidel Castro para desmentir las alarmas de la prensa norteamericana acerca del baño de sangre que estaba ocurriendo en Cuba y contrarrestar la imagen negativa de la revolución, a raíz de los casi seiscientos fusilamientos de los esbirros batistianos, casi siempre sin juicio previo, en ese célebre –y celebrado– enero. García Márquez aceptó sin dudar y viajó el 19, por la mañana, incluso sin documentos –se identificó con un recibo de lavandería caraqueña donde figuraba su nombre–, en un avión con sobrepeso que debido a una tormenta tropical debió aterrizar de emergencia en Camagüey. Allí García Márquez, de pie, pudo ver de cerca, por primera vez, y a solo tres personas de distancia, al comandante Castro, quien acababa de descender de un helicóptero para explicar la operación. Esa noche, García Márquez se llevó el susto de su vida al sentirse encañonado por la espalda, pues lo habían confundido con un infiltrado, pero pronto se aclararon las cosas. Al periodista lo impresionó la preocupación puntual del comandante