Cooperar para crecer. Francisco Zariquiey Biondi

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Cooperar para crecer - Francisco Zariquiey Biondi


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todos, maestra y alumnos, el brillante recurso en forma de maestrico de matemáticas entusiasta y eficaz. ¡Qué buenos andamios ofreció Álvaro a los demás! ¡Y qué buena suerte para mí disfrutar de este magnífico espectáculo cooperador!

      En el libro aparecen unos puntos fundamentales que quiero nombrar y que a veces son olvidados en el trajín del día a día en las escuelas: la gran importancia del mundo afectivo de cada sujeto, la fuerza de la diversidad y el valor de lo grupal en el proceso educativo. Porque lo realmente significativo para los niños es descubrir que no estamos solos, que somos diferentes unos de otros y que tenemos que aceptar nuestras diferencias y las de las demás personas que están a nuestro lado. Esos otros a quienes convendrá escuchar, observar, conocer, respetar y querer. Esos otros que pueden ser nuestros compañeros e interlocutores a la hora de aprender, de compartir y de disfrutar. Esos otros con los que lograremos hacer una bolsa común de conocimientos que nos ayudará a avanzar, a crecer y a vivir en amor y buena compañía.

      Para ello sería conveniente emprender una dinámica de diálogo continuado en nuestros grupos de alumnos. Establecer la vía de hablar con los niños sobre lo que van preguntando, explicitando y mostrando tanto en sus palabras, como en sus comportamientos cotidianos acerca de sentimientos, reacciones y actitudes, les proveerá de una especie de alfabetización sentimental que les será muy útil para comprender qué emociones los conmueven, cómo se llama cada una de ellas y de qué modo les afectan, tanto a sí mismos, como a los compañeros.

      Gestionar el universo emocional y empezar a manejarse en las relaciones con las otras personas son dos tareas complejas y cargadas de humanidad, que precisarán de un acompañamiento eficaz y afectuoso. Adentrarse en ellas supondrá reconocer en los niños la capacidad que tienen de observación, de expresión, de autonomía, de intuición y de introspección para ir avanzando en unos modos de relacionarse que logren ser curiosos, vitales, respetuosos y genuinos. Pero esto no se logra en un día, y ni siquiera en un año. Harán faltan al menos los cinco o seis primeros años para poder transitar desde el mundo intuitivo y mágico de los impulsos y el narcisismo, hasta el momento del inicio de la lógica, el descentramiento y la búsqueda de las primeras amistades.

      La lectura de este libro propone a cada maestro una reflexión seria y esperanzada sobre la dinámica que se ha de proponer para trabajar hacia el logro de la cooperación entre los alumnos, ya que, según nos dicen los autores: “El aprendizaje cooperativo contribuye al desarrollo cognitivo, reduce la ansiedad, fomenta la interacción, promueve la autorregulación, permite la adecuación de los contenidos al nivel de comprensión de los diferentes alumnos, favorece la integración y la comprensión intelectual y el desarrollo socioafectivo, aumenta la motivación y mejora el desempeño académico”.

      También sugieren, muy acertadamente, que sea cada maestro quien elabore su propio currículo de cooperación, según sea la edad de sus alumnos, su ritmo, su estilo, su talante más o menos decantado hacia el narcisismo o hacia la incipiente cooperación. Y según sea el propio docente, teniéndose en cuenta a sí mismo tanto en su formación como en su personalidad, y sus saberes sobre las dinámicas grupales y sobre el aprendizaje cooperativo. Por cierto, he encontrado muy interesante lo que se dice en el libro sobre la flexibilidad que ha de tener el maestro en estos menesteres de acercar a los niños a la cooperación. A esa flexibilidad en las actitudes y en sus concreciones le llaman los autores: ”diseñar a lápiz”, para representar que hace falta seguridad en la toma de decisiones, pero también capacidad para reconocer la realidad y adaptarse a ella cambiando las cosas que sean precisas.

      Así que, siguiendo sus consejos, podríamos concluir que sí que se podría iniciar el aprendizaje cooperativo en Educación Infantil, pero sin prisas, rigidez o exigencia. Más bien con palabras que expliquen la realidad y aclaren tanto los buenos encuentros entre los niños, como los conflictos que puedan surgir. Con esperanza y dando tiempo a los niños para recorrer su socialización placenteramente. Con la ilusión puesta en el descubrimiento de cómo es cada uno, cómo afianzar su autoestima y cómo presentarlos como queribles a los demás. El resto vendrá casi solo, con las decisiones pertinentes, con la valentía para ir cambiando, con la observación bien orientada, con el deseo abierto.

      Gracias Olga y gracias Francisco por este libro claro, cooperador y crecedero.

      Mari Carmen Díez Navarro

      Introducción

      Empezamos…

      Hacer aprendizaje cooperativo en Educación Infantil es, sin duda, una de las mejores decisiones que se pueden tomar a la hora de potenciar la experiencia escolar del alumnado. No solo porque maximiza las oportunidades de aprendizaje de todos los niños y niñas, sino porque también contribuye al desarrollo de toda una serie de destrezas, procedimientos y actitudes que son indispensables para (con)vivir con los demás y trabajar con ellos.

      Ahora bien, los que avisan no son traidores: hacer aprendizaje cooperativo en Infantil no es una tarea sencilla. Vas a embarcarte en una empresa que tiene su complejidad, ya que supone un plus de exigencia en lo que se refiere al diseño didáctico y la gestión del aula. A lo largo de los distintos capítulos de este libro te ofreceremos herramientas, propuestas y recursos que te guiarán en el proceso de implantación, ayudándote a tomar las decisiones correctas, pero no vamos a mentirte: te va a tocar tomar esas decisiones y llevarlas a la práctica y eso, evidentemente, supone trabajo. Sin embargo, a lo largo del proceso de “cooperativización” de tu práctica docente podrás comprobar que compensa… y mucho.

      Llevo más de una década —casi toda mi carrera docente— trabajando con el aprendizaje cooperativo en Educación Infantil y, sin duda, visto con perspectiva, puedo decir que la adopción de las estructuras y dinámicas cooperativas es una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Contemplar cada día el “milagro” de la cooperación hace de mi trabajo una experiencia maravillosa, sorprendente y gratificante. Cuando uno tiene la suerte de trabajar con un grupo de niños que aprenden juntos a hacer las cosas solos, siempre desde la premisa de que el éxito de uno es el éxito de todos, el aula se convierte en un espacio de crecimiento y convivencia mágico.

      Ahora bien, si tengo que ser sincera, no todo ha sido un “camino de rosas”. Los principios fueron difíciles, muy difíciles. Dejad que haga un poco de historia.

      Mi periplo cooperativo está íntimamente ligado a la creación y desarrollo del colegio Ártica de Madrid, un centro que se diseñó desde y para la cooperación. La apuesta que hicimos por el aprendizaje cooperativo como elemento vertebrador del acto educativo fue inequívoca y, casi podríamos decir, impúdica. No nos cortábamos un pelo. De cada diez palabras que pronunciábamos delante de las familias que se interesaban por nuestro proyecto educativo, una era siempre cooperación. La idea era sencilla: veníamos a poner en marcha una organización escolar que utilizaría la interacción entre iguales como herramienta clave para promover el aprendizaje de todos los alumnos. No solo el aprendizaje de aquellos contenidos más “académicos” que, sin duda, se potencian dentro de las dinámicas cooperativas, sino también el aprendizaje de toda una serie de destrezas, valores y estrategias relacionadas con el trabajo en equipo, la convivencia y la gestión constructiva del conflicto.

      Esta apuesta tan contundente por la cooperación como núcleo central de la dinámica escolar respondía a dos grandes motivos:

      • En primer término, que teníamos el convencimiento de que funcionaba. Un convencimiento que no solo se sostenía sobre el extenso corpus teórico que a día de hoy fundamenta el aprendizaje cooperativo, sino que se basaba también en la experiencia de un buen número de mis compañeros del cole que ya habían trabajado con gran éxito con estructuras cooperativas y que abandonaron sus centros anteriores para hacer realidad la idea de una escuela en la que la cooperación se convirtiera en la dinámica habitual de trabajo en el aula.

      • En segundo término, la apuesta por la cooperación respondía a la propia filosofía sobre la que se cimentaba el centro, que era una cooperativa de profesores en la que, como luego ocurrió en las clases, el éxito de uno representaba el éxito de


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