Retales de sus vidas. David Masobro

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Retales de sus vidas - David Masobro


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la pareja que lo cogió del otro brazo, una chica que fue a buscar ayuda y el agente de policía que se acabó haciendo cargo con tanta amabilidad de aquel hombre. Cuando vimos que aquel señor estaba ya en buenas manos, todos nos miramos con alegría y tranquilidad y nos dimos las gracias unos a otros.

      Todas aquellas personas –creyentes y no creyentes– vieron, se compadecieron y ayudaron. Seguro que unos lo habrían hecho aunque Dios no hubiera existido. Otros, en cambio, ayudaron, creyendo que Dios estaba allí aunque no fueran muy conscientes de ello.

      Y Dios, en ese momento, ¿dónde estaba?, ¿qué rostro tenía?, ¿qué hacía? Creo que Dios nos miraba con amor, tanto a los que ayudamos como a los que no. Pero Dios era, sobre todo, la mirada del pobre, que no espera nada, que no pide nada, pero que si te acercas y la acoges, te sana y te devuelve la paz y la alegría.

      Dice el filósofo Kierkegaard que el amor a Dios y el amor al prójimo son las dos hojas de una puerta que solo pueden abrirse y cerrarse juntas.

      Que Dios nos dé una mirada contemplativa que nos haga estar atentos a los necesitados que nos rodean. Quizá estén más cerca de lo que parece...

      Feliz día amigos samaritanos.

      4. El quinto pájaro

      ¿No se venden cinco pajarillos por dos monedas? Pues bien, de ninguno de ellos se olvida Dios (Lucas 12,6)

      Hace unos meses murió un señor que dejó en mí una honda huella. Era un hombre mayor, bajito, calvo, extremamente delgado y de mirada penetrante. Caminaba con mucha lentitud y apenas hablaba, si no era para quejarse.

      Vivía en un hospital psiquiátrico desde hacía muchos años. Siempre le veía sentado y solo, como inmerso en cavilaciones sin fin. Jamás recibió una sola visita durante los años que compartí con él. Nunca le vi esbozar una sonrisa, ni pronunciar una palabra de cariño. Apenas comía y es por esto que algunos compañeros le empezaron a decir: «comes como un pajarito». De ahí le quedó el mote de «pajarito». Falleció sin que a su lado hubiera ningún familiar ni amigo. En su entierro solo hubo tres personas: un enfermo, una religiosa y un voluntario del hospital.

      La vida de esta persona no puede dejar de recordarme a un texto entrañable del evangelio de Lucas: «¿No se venden cinco pajarillos por dos pequeñas monedas? Sin embargo, Dios no se olvida de ninguno de ellos» (Lc 12,6).

      Jesús, que vivió como un hombre de su tiempo, sabía que los pajarillos eran vendidos a cuatro por dos cuartos y que regalaban uno gratis. Pues bien, el Señor nos dice que Dios no olvida ni siquiera al que es gratuito. El evangelio de Mateo explica que ninguno de estos cae a tierra sin que nuestro Padre lo permita.

      Dios ama a todos los seres humanos porque fueron creados a su imagen. Realmente, este hombre era el «quinto pajarillo» del que habla el evangelio de Lucas. Es posible que su vida pasara desapercibida para muchos, pero no a los ojos de Dios.

      Dios amaba a este hombre tal y como era… Hay una bella oración de un monje francés de la comunidad de Jerusalén que nos puede ayudar a comprenderlo mejor. Os cito un pequeño fragmento: «Yo, tu Dios, conozco tu miseria, los combates y debilidades de tu alma. Sin embargo, te digo: Dame tu corazón, ámame tal como eres. Yo amo el amor de los pobres. Quiero que, desde tu indigencia, se eleve continuamente este clamor: ‘Señor, te amo’. Yo, tu Dios, te llamo y te espero, apresúrate a abrirme. No tomes por pretexto tu miseria. Pero recuerda: ‘Ámame tal como eres’. No esperes a ser un santo para lanzarte a amar. Si no, no me querrás nunca».

      5. Una familia más grande

      Que nadie presuma cuando socorra al pobre, ni diga en su espíritu: yo doy, él recibe; yo lo admito en mi casa, él no tiene techo. Quizá es más lo que tú necesitas. Quizá es justo aquel al que tú acoges, y él necesita pan y tu verdad; él necesita techo y tu cielo; él no tiene dinero y a ti te falta justicia (San Agustín)

      Hace unos meses conocí a una mujer especial. Era una mujer mayor, delgada, que tenía el pelo largo y bien cuidado y siempre llevaba un toque justo de maquillaje. Nació en un pueblo de Jaén, de donde vino con su familia cuando era una niña. Había trabajado toda su vida de secretaria en una empresa de ropa y cuando se jubiló se compró un pequeño piso en un barrio de Barcelona en el cual vivía sola, ya que nunca se casó ni tuvo familia.

      La conocí en una residencia. Se había roto la cadera en un accidente doméstico y la habían enviado allá hasta que se restableciera. Recuerdo su amabilidad y su sentido común. Siempre tenía algún buen consejo para darme. Le gustaba quedarse sentada en la sala de la residencia viendo la televisión o leyendo un buen libro.

      Un día, mientras yo visitaba a otra señora, la vi sentada en la entrada de la residencia. Me dijo con alegría: «Hoy ha venido mi nieto a verme». Yo me sorprendí porque creía que la señora era soltera. Pero esa sorpresa fue pequeña comparada con la que tuve al verla salir con una mujer y un niño de otra raza. Me saludaron todos con alegría y se fueron a pasear. Una señora que había al lado, al ver mi cara de sorpresa, me explicó una historia...

      Hace unos años, una pareja decidió emigrar de su país para buscar un futuro mejor en el nuestro, para huir de la miseria y de la violencia. El hombre murió por el camino y ella llegó a Barcelona con el bebé. Encontró trabajo en una empresa de limpieza y fue a vivir justo delante de aquella señora. Aquella mujer, al conocer la situación de la madre y del niño se volcó a ayudarles como si se tratara de su propia familia... Y ahora ellos la venían a ver cada día a la residencia...

      El papa Francisco dijo en 2016 en la isla de Lesbos: «Todos somos emigrantes, viajeros de esperanza hacia Ti, que eres nuestra verdadera casa, allí donde toda lágrima será enjugada, donde estaremos en paz y seguros de tu abrazo».

      Señor, que no olvide el ejemplo de esta familia y sepa acoger a todo aquel que se acerca a mí con alguna necesidad.

      6. Una vida que da vida

      Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Juan 10,10)

      Hace unos días leí una noticia que me sorprendió gratamente. Por desgracia, estamos demasiado acostumbrados a las malas noticias. Los desastres de la guerra, las catástrofes ambientales o los accidentes de tráfico son un buen ejemplo de ello.

      Es por esto que me impresionó vivamente leer la noticia de que un hombre había decidido donar uno de sus riñones para salvar la vida a un desconocido. El donante trabajaba de conductor de ambulancia y relataba que durante años había acompañado a enfermos que iban al hospital para someterse al tratamiento de diálisis. El hombre quedó tan impactado de la situación de aquellos pacientes, que decidió dar uno de sus riñones para al menos poder salvar la vida de alguno de ellos. Aquel hombre no buscaba agradecimiento alguno. Al contrario, daba gracias por haber tenido la posibilidad de mejorar la vida de alguna persona; explicaba, además, que lo que más le llenaba de satisfacción era poder ayudar a alguien que lo estuviera pasando mal.

      Una de las páginas más bellas del evangelio de Lucas nos habla de una persona similar a nuestro conductor de ambulancia. Jesús está en el templo de Jerusalén y ve a gente rica tirando sus monedas en la sala del tesoro. Sin embargo, la mirada de Jesús se fija especialmente en una viuda pobre que tira dos pequeñas monedas de cobre. Jesús dice: «esta viuda ha tirado más que todos los demás, ya que los ricos han dado de lo que les sobraba; ella, en cambio, ha dado de lo que necesitaba, todo lo que tenía para vivir».

      El protagonista de nuestra historia arriesga su propia salud para ayudar a los demás, da de lo que él necesita para vivir. Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ofrecer algo tan valioso a un desconocido es un acto de generosidad a los ojos de Dios.

      Este texto de la viuda pobre me ayuda a entender un poco más cómo era la mirada de Jesús. En aquel templo habría mucha gente. Aquella viuda pasaría desapercibida para la mayoría. Jesús, sin embargo, solo se fija en la viuda pobre. Y se fija en ella porque ama especialmente a los más pequeños. Se dice también popularmente: si quieres ser invisible, hazte pobre... Solo el amor hace visible lo invisible.

      La generosidad no hace vacaciones. Pidamos


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