Un príncipe y una tentación. Dani Collins

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Un príncipe y una tentación - Dani Collins


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      –Ramón será el siguiente, es mi hermano mayor –le informó ella justo antes de que sonara el teléfono–. Ahí está. La Inquisición española –ella se agarró las manos y miró el techo con un placer fingido–. ¡Qué divertido! Gracias.

      –¿Estás echándome la culpa?

      Él no podía estar más asombrado por todo lo que había pasado. Ella se encogió de hombros mientras contestaba el mensaje y volvía a dejar el teléfono en la mesa.

      –¿Te apetece un café? –le preguntó Angelique mientras se dirigía hacia la balda de un rincón.

      Angelique, con la mano todavía temblorosa, bajó el émbolo y sirvió dos tazas. Necesitaba algo que le calmara los nervios. Habría sido el colmo que hubiesen matado a tiros al príncipe en su despacho.

      ¿Qué le había pasado para dejarle que la besara así? Había estado martilleándola desde que había entrado allí y sus defensas o sus maniobras de distracción habituales no habían servido de nada. Había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para que él no notara hasta qué punto la había alterado.

      –¿Con leche y azúcar? –le preguntó ella para ganar tiempo antes de darse la vuelta.

      –Solo.

      Terminó de servirlo y tuvo que mirarlo. Él dejó de usar el pañuelo para borrarse los restos de pintalabios en la boca y se lo guardó. Parecía completamente imperturbable mientras le tomaba la taza y el plato.

      Ella también tomó apresuradamente su taza y dio un estimulante sorbo del café que había enriquecido con un poco de leche.

      El silencio se hizo más espeso.

      Angelique intentó pensar algo que decir, pero la cabeza no dejaba de darle vueltas para encontrarle sentido al beso. ¿Qué había querido decir cuando le había preguntado si quería empezar a hacer otra cosa? ¿Qué pensaría de ella en ese momento? Su nivel de seguridad había conseguido que algunos pretendientes salieran corriendo.

      Se recordó a sí misma que él no era un pretendiente, que era un dictador arrogante que estaba muy confundido. Por eso lo había agarrado del brazo, porque no estaba dispuesta a que pensara lo peor y exigiera lo peor.

      –Me había extrañado que tuviera que pasar tantos controles de seguridad para llegar hasta aquí –comentó él mirándola pensativamente–. No sabía que siguiera siendo una preocupación para tu familia.

      Solo faltaba que tuvieran que hablar del secuestro de su hermana y de cómo afectaba todavía a su familia, su tema de conversación favorito.

      –Hacemos todo lo que podemos para que no sea un motivo de preocupación, como has podido comprobar.

      Estaba intentado olvidarse de lo espantoso que había sido que los guardas de seguridad hubieran tenido que interrumpir el mejor beso de su vida solo porque había estado tan ofuscada que había cometido un error de principiante con el botón del pánico.

      Sin embargo, parecía que el secuestro se había convertido en la razón de ser de esa reunión y… Muy bien. Había días en los que se remontaba a los tiempos sombríos y ese era uno de ellos.

      Decidido eso, pudo pasar detrás de la mesa, apartó la taza de café con cierto dominio de sí misma y le invitó a que se sentara.

      –Me quedaré de pie.

      –Como quieras. En cualquier caso, sé que he captado toda tu atención. –Angelique puso las manos encima de la mesa para intentar controlarse–. Lo digo literalmente, y no vas a marcharte hasta que yo te deje.

      Él resopló, pero ella notó que, efectivamente, había captado toda su atención. Notaba que su mirada la abrasaba como un sol tropical.

      Tragó saliva y se alegró de llevar todavía el colgante, aunque él ya sabía que lo tenía. Tuvo que hacer un esfuerzo para no agarrarlo y que le diera tranquilidad.

      –Sigues teniendo la ventaja de que quieres rechazar la ropa que hemos hecho para tu hermana –siguió Angelique intentado aplacarlo–. He oído todo lo que has dicho sobre protegerla y a mí me pasa lo mismo con mi hermana –empatía, el segundo paso en una negociación con rehenes. Era un buen ejercicio, se dijo a sí misma, otro simulacro–. Evidentemente, estás al tanto, en general, del secuestro de Trella.

      Tuvo que tragar saliva para pasar esas palabras que se le habían quedado en la garganta y tenía los nudillos blancos como si fueran de marfil, pero no conseguía relajar las manos.

      –Sí, sé lo que salió en las noticias de la época.

      Ella lo miró sin saber muy bien lo que quería ver. La gente siempre quería detalles sórdidos, no se conformaba con lo más elemental, que el profesor de matemáticas había engañado a una niña de nueve años cuando estaba terminando el internado, que la había retenido cinco días y que la policía la había encontrado antes de que recibiera el rescate. Ese mismo día, durante la recepción por la boda de Hasna, le habían esbozado más de una pregunta.

      Ella estaba acostumbrada a sortear esas preguntas, pero le escocían como sal en una herida cada vez que se las hacían.

      Kasim era casi indescifrable, pero tenía una expresión parecida a la de la paciencia, como si supiera que eso tenía que ser doloroso para ella y estuviera dispuesto a esperar.

      Fantástico. Empezaban a escocerle los ojos. Desgraciadamente, era una llorona. Ya sabía que lloraría más tarde, cuando hablara con sus hermanos. No era porque le hubiese alterado la falsa alarma, era porque cuando pasaba un día como ese, con tantos acontecimientos, acababa desmoronándose como una forma de liberarse.

      Pospuso la crisis y estiró la espalda hasta que creyó que iba a partírsela, pero consiguió mantener la compostura.

      –Lo que nunca se hizo público fue el papel que tuvo Sadiq para ayudarnos a recuperar a Trella.

      Kasim dejó la taza en el plato, lo depositó en un rincón de la mesa y cruzó los brazos.

      –Sigue.

      –¿No puedes entender que es un motivo para que nos sintamos en deuda con él?

      –Tu hermano podría darle acciones de Sauveterre International y tu otro hermano, el piloto, podría regalarle un coche. ¿Por qué esto?

      –Sadiq es muy modesto, ha rechazado todas las compensaciones que hemos intentado ofrecerle. No alardea de su relación con nuestra familia. Protege nuestra intimidad de todas las maneras posibles. Por eso le queremos.

      Angelique dio otro sorbo del café rebosante de azúcar e intentó encontrar las palabras acertadas.

      –Como ya has comentado, su familia tiene mucho dinero, y regalarle unas acciones sería un gesto, pero nada significativo. Aparte, no le interesan los coches como a Ramón, ni mucho menos. Sin embargo, cuando tu hermana dijo que iba a hablar con nosotras para que le hiciéramos el vestido, él se emocionó porque tenía… influencia.

      Maison des Jumeaux era muy exclusiva no solo por los precios, que eran desorbitados, también lo era porque Trella y ella elegían minuciosamente los clientes y siempre protegían su intimidad por encima de todo. Las famosas de las revistas de cotilleos ni siquiera conseguían una cita, y mucho menos un vestido de noche con su etiqueta cosida a mano.

      –Sadiq solo apeló a nuestra amistad para que la aceptáramos como clienta, pero, naturalmente, nosotras estábamos encantadas y no íbamos a cobrarle. Él quería pagar. Creo que acabó consintiendo que no le cobráramos porque, en definitiva, la beneficiaria iba a ser Hasna, no él. Para Trella, iba a ser una manera de corresponderle personalmente. Es muy importante para todos nosotros, por ella, que le dejen hacerlo.

      Era parte del proceso de readaptación. Trella se había impuesto la meta de asistir a la boda e iba a conseguirlo contra viento y marea.

      –¿Tu hermana tiene una aventura con él?

      –¿Eso


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