Amor entre viñedos - Un brote de esperanza. Kate Hardy
Читать онлайн книгу.tipo de información?
–Para empezar, los planes a cinco años vista. Tengo que saber qué producimos, cuánto producimos, a quién vendemos y cómo distribuimos los vinos.
–Ya veo…
–También tengo saber quién compite con nosotros y qué producen… Ah, y qué clase de campañas de publicidad has hecho en el pasado. Sé que tenemos una página web, pero necesito compararla con las páginas de la competencia –explicó–. Cuando estudie la situación, te daré un análisis general y mis recomendaciones al respecto.
–Oportunidades, amenazas, puntos débiles, puntos fuertes… –dijo él, mirándola a los ojos–. ¿Crees que no conozco mi propio negocio?
Ella se sintió derrotada y él se dio cuenta. Pero también se dio cuenta de algo más importante: que, bajo su apariencia segura y profesional, se encontraba una mujer vulnerable, terriblemente frágil.
Si la presionaba en ese momento, se rompería y le vendería su parte de los viñedos.
Sin embargo, sabía que más tarde se odiaría a sí mismo. De repente, sentía la necesidad de protegerla. ¿Cómo era posible? Aquella mujer le había partido el corazón. No debía protegerla. Debía protegerse de ella.
–¿Me estás diciendo que tienes intención de dirigir tu parte de los viñedos desde Londres? –preguntó con ironía.
–No. Desde aquí.
Xavier se quedó perplejo. ¿Allegra se iba a quedar en Ardeche? ¿Lo iba a condenar a verla todos los días?
–Hace unos minutos, me has dicho que tus raíces estaban en Londres.
Ella suspiró.
–Y lo están.
–¿Entonces?
–No he dicho que mi decisión sea racional, Xav. Es lo que es. Me quiero poner en los zapatos de Harry, por así decirlo… y, obviamente, no puedo hacer ese trabajo si me quedo en Londres –respondió–. Además, Ardeche fue mi hogar durante muchos veranos, cuando era una niña.Puede serlo otra vez.
Xavier pensó que llegaba diez años tarde. En otra época, habría deseado que se quedara y se convirtiera en su esposa. Ahora, solo quería que lo dejara en paz y volviera a Londres.
–¿Y qué vas a hacer con tu trabajo actual?
–Estoy en paro.
–¿Desde cuándo? –se interesó.
–Dimití ayer, después de hablar con mi abogado.
Xavier recibió la noticia con emociones contrapuestas. Por una parte, le alegró saber que el compromiso de Allegra era firme; al menos, ahora sabía que no tenía intención de vender su parte de la propiedad a otra persona. Por otra, aumentó su preocupación.
–¿Qué pasará si las cosas salen mal? ¿Por qué crees que van a salir bien?
–Porque pondré todo mi empeño en ello.
Él asintió; no podía negar que era una mujer resuelta y valiente, dos virtudes más que necesarias en su negocio. Pero seguía sin creer que mantuviera su compromiso.
–Trabajar en unos viñedos no se parece nada a trabajar en una oficina –alegó–. Tendrás que trabajar en las propias viñas… y no puedes trabajar con ese aspecto.
–El trabajo duro no me asusta. Enséñame lo que tengo que hacer y lo haré. Además, no necesito trajes y zapatos caros. No tengo ni los conocimientos ni la experiencia de Harry –continuó ella–. No estoy en modo alguno a su altura, pero aprendo deprisa y, cuando no sé algo, pregunto. No soy de las que cometen errores por falta de atención.
–Quizás deberías saber que Harry no trabajaba en el negocio –dijo en voz baja–. Era socio a distancia.
–Entonces, ¿no me vas a conceder esa oportunidad?
Él se pasó una mano por el pelo.
–Me has interpretado mal, Allegra. Harry tenía ochenta años y, obviamente, no podía trabajar tanto como yo. Él lo sabía, así que dejó los viñedos en mis manos.
–¿Qué me intentas decir? ¿Que me puedo quedar, pero solo si me mantengo a distancia? –preguntó–. Olvídalo, Xav.
–No te estoy ofreciendo un trato. Me limito a decirte cómo son las cosas –replicó–. A veces, acudía a Harry para pedirle consejo sobre algunos asuntos; pero contigo no podría porque, como bien has dicho, no tienes ni sus conocimientos ni su experiencia.
–También he dicho que tengo otras habilidades que, por cierto, son muy útiles. Si me das la información que te he pedido, te presentaré unas cuantas propuestas. No sé nada de viñas, pero sé de otras cosas que te pueden venir bien.
Xavier respiró hondo.
–La información que me pides es material clasificado, Allegra.
–Descuida. Soy tu socia y no voy a permitir que caiga en malas manos. Lo que afecta a nuestro negocio, me afecta a mí.
Xavier comprendió que no iba a renunciar y se preguntó si podía confiar en ella, si se podía arriesgar otra vez.
Allegra tenía razón en una cosa; Harry no le habría dejado la mitad del negocio en herencia si no la hubiera creído digna de confianza. Y Xavier siempre había respetado el buen juicio de su difunto socio. Además, Xavier no olvidaba que Marc había hablado en su favor cuando hablaron por teléfono y que Guy, su propio hermano, se había tomado la molestia de abandonar su precioso laboratorio durante unos minutos para acompañarla al despacho.
Por lo visto, Allegra contaba con el apoyo de las únicas personas en las que él confiaba. Un motivo importante para concederle una oportunidad.
La volvió a mirar y pensó que tal vez se había dejado llevar por los fantasmas del pasado. También era posible que se estuviera engañando a sí mismo por la sencilla razón de que la deseaba. Con su vuelta, Allegra había llenado un vacío que, hasta entonces, solo podía llenar con el trabajo.
–¿Y bien? –preguntó ella con suavidad.
Xavier asintió.
–Imprimiré los documentos que necesitas. Estúdialos a fondo y llámame si tienes alguna duda –declaró.
–Gracias. No te arrepentirás.
–Faltan dos meses para la vendimia. ¿Qué te parece si los aprovechamos como periodo de prueba? Si podemos trabajar juntos, excelente; si no podemos, me venderás tu parte de la propiedad y te irás. ¿De acuerdo?
Ella lo miró con desconfianza.
–Si no sale bien, ¿seré yo quien se tenga que marchar? ¿Yo quien sufra las pérdidas?
–Tus raíces no están aquí, Allegra; pero las mías, sí.
Allegra guardó silencio durante unos segundos. Luego, le ofreció una mano y dijo:
–Muy bien, dos meses. Cuando termine el plazo, volveremos a hablar. Pero consideraremos la posibilidad de disolver la asociación y de que yo me quede con los viñedos.
Xavier le estrechó la mano. Era tan obstinada como valiente.
Al sentir el contacto de su piel, se habría acercado a ella y habría asaltado su boca como en los viejos tiempos. Pero si querían que aquello saliera bien, tendrían que mantener las distancias.
–Trato hecho.
Capítulo Tres
Allegra dedicó el resto del sábado a estudiar los documentos de Xavier, consultar cosas en Internet y tomar notas. Xavier le había dado su número de teléfono, pero no su dirección de correo electrónico. Y no le podía enviar un informe al móvil, no si quería incluir gráficos y fotografías. Al final, le envió