Síndrome de Asperger. Jaime Tallis

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Síndrome de Asperger - Jaime Tallis


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la personalidad de los familiares, rasgos similares a sus hijos en un 52% de los padres, en el 15% de las madres y en el 7% de los hermanos.

      Los mayores problemas conductuales de los niños admitidos como pupilos fueron las dificultades de integración, que se detectaron en el 90% de ellos. Es significativo el porcentaje de chicos con torpeza motriz (74%), y se destacan también un 28% con problemas de atención, un 27% con problemas de conducta, un 23% con aislamiento marcado, un 20% con actitudes de agresión, un 20% con actitudes de distanciamiento con los otros, un 19% con estereotipias y tics, un 16% con hiperactividad, porcentaje similar con ansiedad y fobias, y un 13% con labilidad afectiva.

      Sobre 44 casos estudiados, el 82% tenía intereses estrechos especialmente desarrollados; podemos mencionar, dentro de los más frecuentes, animales y naturaleza (30%), técnicos o científicos (27%), coleccionadores y lectores obsesivos (24%), sistemas de transportes (18%), religión (12%) y dibujo (12%). Otras temáticas eran más extravagantes (gusanos, músculos de los ojos, himnos religiosos, gángsteres, etc.).

      Siendo la afectación del lenguaje uno de los síntomas distintivos del síndrome, vamos a describir detalladamente la revisión de los autores: el 95% de la muestra tenía algún grado de desviación de la normalidad; lo que más fue señalado es un desconocimiento de la situación social en el despliegue del discurso (68%); porcentajes por encima del 50% se registraron en la presencia de monólogos extensos y trastornos prosódicos; con una incidencia menor y decreciente, lenguaje pedante, verbosidad, temáticas obsesivas, neologismos, ecolalias, etc.

      También se registró comprometida la comunicación no verbal, con un 80% de expresiones faciales limitadas o diferentes y un 35% de falta de contacto visual.

      Siendo sumamente ilustrativo para la discusión actual sobre la identificación de pacientes, vayamos ahora a la comparación del diagnóstico original de Asperger a los que se originarían de aplicar los criterios del ICD-10. Bajo esta clasificación, solo el 68% se incluirían en este síndrome; una parte significativa de los pacientes no podrían ser considerados como pertenecientes al cuadro por tener afectación cognitiva o lingüística anterior a los 3 años; el 25% de la muestra recibiría hoy un diagnóstico de Trastorno Autístico y un 7% el de Trastorno Obsesivo-Compulsivo.

      ¿Qué sucedió luego de las publicaciones de Asperger? El síndrome permaneció poco conocido en el mundo científico occidental; en 1963 Van Krevelen introduce el tema de la Psicopatía Autística en los países angloparlantes, tratando de distinguirlo del Autismo Infantil Precoz (AIP) de Kanner, marcando diferencias en la edad de comienzo, en la adquisición del lenguaje, en el contacto ocular, en la profundidad del aislamiento y en un pronóstico más sombrío. Este autor sostenía que el paciente asperger “vive en nuestro mundo a su manera, mientras que el autista está fuera de él”; el autismo sería una psicosis con compromiso cerebral, mientras que el síndrome de Asperger un rasgo de personalidad (Van Krevelen, 1971).

      Pero los aportes de Van Krevelen tampoco tendrían mucha difusión, y quien rescataría de su escasa repercusión el cuadro de la Psicopatía Autística, proponiendo el nombre de Síndrome de Asperger, será Lorna Wing, del Instituto de Psiquiatría de Londres, en el año 1981. El trabajo de Wing se basó en las descripciones originales de Asperger y en la observación de 34 casos propios. La autora sostiene que es un cuadro de conducta anormal y que puede presentar una gravedad variable, existiendo pacientes en el límite del síndrome, en los cuales el diagnóstico se vuelve complejo, por lo cual el mismo debe basarse en la historia del desarrollo y en el cuadro clínico y no en la presencia o ausencia de algún rasgo particular (Wing, 1981).

      Los rasgos que Wing encuentra en sus pacientes coincidentes con Asperger son la afectación del lenguaje, la comunicación no verbal, las dificultades de la interacción social, el apego a actividades repetitivas con resistencia a los cambios, la torpeza motora (presente en el 90% de la muestra) y el desarrollo de habilidades en intereses peculiares (76% de la serie).

      Después de detallar las dificultades que pueden aparecer durante la escolaridad, la autora se refiere a aquellos signos de sus observaciones que no coinciden con los pacientes de Asperger; en este sentido, da cuenta de la posibilidad de casos con tendencia al aislamiento desde lactantes, de pacientes con compromiso lingüístico temprano y de algunos con afectación intelectual. Asimismo, difiere en la interpretación de la presencia de intereses especiales, vinculándolos más a una memoria de repetición que a un acto de creatividad como pensaba Asperger, colocando un interrogante sobre la real capacidad de los pacientes, marcando dificultades cognitivas y un razonamiento poco flexible e inadaptado a los contextos. Hay también, en su casuística, una mayor presencia femenina.

      Tampoco la evolución de los pacientes de Wing fue tan positiva como los de Asperger, ya que varios presentaron problemas psiquiátricos que necesitaron de internaciones y 9 no pudieron finalizar el ciclo secundario.

      Con respecto a la etiología del cuadro, la autora no expresa conclusiones; si bien el 55% de los padres de sus pacientes estaban en funciones profesionales o de dirección, la personalidad de los mismos no fue estudiada sistemáticamente. En la mitad de sus casos había factores de riesgo perinatales, los pacientes no tenían rasgos físicos especiales y descarta expresamente la posibilidad de causas emocionales. La tendencia a una mayor afectación en varones también es señalada en su serie de pacientes.

      Con respecto al diagnóstico diferencial, separa el síndrome de Asperger de la esquizofrenia, de la personalidad esquizoide, de la neurosis obsesiva y de la depresión, aunque considera la posibilidad de que algunos de estos cuadros se presenten como complicaciones. En relación con el autismo, considera que son más las similitudes que las diferencias entre ambos trastornos, insinuando que la variación sería solo en la severidad de los síntomas.

      Wing escribe también que todos los rasgos que caracterizan al síndrome de Asperger pueden encontrarse como variantes de la normalidad, siendo la diferencia fundamental que el individuo normal, con un mundo interno complejo, puede por momentos realizar interacciones sociales adecuadas, mientras el niño con asperger no, el cual tampoco sería influenciado por estos escasos contactos sociales.

      Con respecto al tratamiento, la autora señala la importancia de los aspectos educativos, descarta al psicoanálisis y es cauta con los métodos conductistas.

      L. Wing piensa que diferentes situaciones patológicas pueden conducir a un deterioro cerebral que afecte las funciones vinculadas a la interacción social, la comunicación verbal y no verbal y al desarrollo de la imaginación; sus descripciones aportan una mayor flexibilidad en el diagnóstico del síndrome, y a pesar de pensar que el cuadro es parte del espectro autístico, sostiene sin embargo la utilidad de mantener apartados estos pacientes bajo una denominación distinta del autismo de Kanner, proponiendo el término de Síndrome de Asperger.

      Después de las publicaciones de Wing, los pacientes con el cuadro comienzan a ser objeto de numerosos estudios y criterios diagnósticos. Gillberg (1989) señala que no siempre el nivel mental es normal, pudiendo haber retrasos leves; tampoco el lenguaje tiene siempre un desarrollo temprano en término, ampliando entonces aún más la inclusión de pacientes, pero marcando, al igual que Wing, que no puede separarse el síndrome de Asperger del trastorno autista, señalando haber visto pacientes que de niños eran totalmente encuadrables dentro del trastorno autista evolucionar posteriormente a cuadros compatibles con asperger.

      Mencionemos otros dos aportes. Por un lado, el grupo canadiense encabezado por Szatmari (1992) se opone a considerar como similares los cuadros de autismo y de asperger, siendo excluyentes entre sí, y así figura en sus criterios diagnósticos; por otro, los aportes del inglés Tantam (1988a) fueron muy significativos para el reconocimiento de jóvenes y adultos con el cuadro y para el diagnóstico diferencial con otras enfermedades psiquiátricas con las cuales puede ser confundido, sosteniendo que hay casos en los cuales el diagnóstico pasa desapercibido en la infancia, haciéndose evidente recién en la adolescencia, cuando las exigencias sociales se acentúan.

      En la década de 1990, tanto la Organización Mundial de la Salud como la Academia Americana de Psiquiatría reconocen como entidad separada, pero dentro de los Trastornos Generalizados del Desarrollo, al síndrome de Asperger, figurando como tal en la última edición del DSM-IV


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