E-Pack HQN Susan Mallery 1. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 1 - Susan Mallery


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      Ella le sonrió.

      –¿Es aquí cuando te recuerdo que tienes cabras en tu zona de obras? No te burles de las vacas, pueden venir a por ti.

      Él se rio.

      –Puedo con unas vacas salvajes.

      –Eso lo dices ahora. Me he fijado en que tu padre no se ha presentado voluntario para devolvérselas a Heidi.

      –Él es más un hombre de hotel. Ha pasado demasiados años detrás de un escritorio.

      –Supongo que desde que tú empezaste a dirigir los grandes proyectos.

      Él asintió. Después de que su desastrosa relación con Cat hubiera terminado, se había volcado en el trabajo y al cabo de un año había estado dirigiendo la construcción de un edificio de diez pisos en Tailandia. Al año siguiente había construido un puente en la India y su padre había empezado a pasar más tiempo en la oficina.

      –No creo que pudiera vivir con eso –dijo ella–. Eso de ir de un sitio a otro. Me gusta tener un hogar.

      –Pues yo lo único que conozco es estar moviéndome.

      La miró. El sol iluminaba los distintos matices de su melena rubia y su perfil era perfecto, junto con su carnosa boca.

      Apartó la mirada al preferir no ahondar demasiado en ello. Resultaba tentador, pero era peligroso. Mejor era pensar en el día, en el brillante cielo azul, en los árboles, en el rítmico sonido de las pisadas de las cabras.

      –Háblame de Fool’s Gold –dijo él.

      Ella sonrió.

      –No estoy segura de que tengamos tanto tiempo. Tiene una historia muy distinguida.

      –Estoy seguro. Por aquí seguro que no hubo ni piratas ni villanos.

      –Puede que unos cuantos, pero yo soy descendiente directa de una de las familias fundadoras. Aunque los primeros en vivir aquí fueron tus parientes, la tribu Máa-zib.

      –Fuertes mujeres guerreras que utilizaban a los hombres para el sexo y después los abandonaban. Es algo que tú respetarás.

      –«Apreciar» sería una palabra más apropiada. O se marcharon o se extinguieron. La historia no se pone de acuerdo en eso. En el siglo XIX, una joven llamada Ciara O’Farrell estaba a punto de casarse con un hombre muy rico mayor que ella mediante un matrimonio concertado. Se fugó de su barco en San Francisco para buscar oro y ganar una fortuna para no tener que estar jamás a merced de un hombre.

      –Este lugar provoca algo en las mujeres, así que tendré que advertir a mis chicos.

      –Pueden cuidarse solos. ¿Quieres oír la historia o no?

      –Sí. Cuenta.

      –El capitán del barco, Ronan Kane, siguió a Ciara.

      –Ronan, ¿como el tipo que construyó el hotel en el que me alojo?

      –Por entonces no era un hotel. Fue tras ella y se enamoraron y encontraron oro. Él le construyó una preciosa mansión para demostrarle a todo el mundo su amor por ella –lo miró–. Ese es tu hotel.

      –De acuerdo, eso me gusta. Dramatismo, persecución, un final feliz.

      –Nos complace mucho que apruebes nuestra historia.

      –¿Sigue habiendo oro en las montañas?

      –Probablemente, pero ya nadie lo busca. Los niños a veces juegan a buscar oro, pero hace años que nadie ha descubierto nada.

      –Tal vez Heidi podría entrenar a las cabras para olfatear oro.

      –Se lo diré.

      Doblaron una esquina y al fondo vieron una vieja granja. Se había construido en los años treinta, por lo que Tucker suponía. El tejado no estaba en mal estado, pero a toda la casa le hacía falta una buena mano de pintura. Se preguntó si aún perduraría la carpintería original. Le gustaba la artesanía en cualquier forma.

      Una mujer salió corriendo por el portón hacia ellos.

      –Heidi –supuso.

      –Está buscando a las cabras.

      –A lo mejor debería comprarme una cabra.

      Nevada se rio.

      –Empieza por algo pequeño, como un pez. Si puedes mantenerlo con vida, ya hablaremos.

      –Me has hecho daño.

      –¡Lo siento! –gritó Heidi–. Es todo culpa mía. No estaba prestando atención y he dejado el portón abierto.

      –No te preocupes –le dijo Nevada–. Han llegado hasta la zona de obras y han asustado a los chicos, así que me lo he pasado muy bien.

      Heidi le dirigió una triste sonrisa.

      –Nos ha distraído una mala noticia –la sonrisa se desvaneció–. Un amigo de mi abuelo nos ha dicho que está enfermo y que necesita una operación y medicamentos, pero no tiene seguro médico. Es una situación terrible –miró las cuerdas con que llevaban a las cabras–. Gracias por traérmelas.

      –De nada –Nevada le acarició un brazo–. ¿Qué puedo hacer para ayudar a vuestro amigo?

      Tucker se fijó en que no dijo: «¿Puedo hacer algo?», sino «¿Qué puedo hacer?». Había diferencia e implicaba una intención de implicarse. ¿Una característica de la vida en un pueblo pequeño?

      –Ahora mismo nada, pero te avisaré si la situación cambia.

      –Por favor, hazlo. Ahora eres uno de los nuestros y nosotros nos cuidamos.

      Los ojos azules de Heidi se llenaron de lágrimas.

      –Gracias –dijo y abrazó a Nevada antes de volver al rancho con las cabras.

      –Has sido muy amable –le dijo Tucker cuando caminaban en dirección a la zona de construcción.

      –Lo he dicho en serio. Si necesita ayuda, estaremos aquí para ayudarla. Podemos organizar una recaudación de fondos o hablar con el hospital local para ver si pueden darle un respiro al hombre con los gastos de la operación. Iré luego y les expondré el caso. Tal vez hable incluso con la alcaldesa.

      –¿Y por qué iba a implicarse la alcaldesa?

      –Ahí está la belleza de un pueblo pequeño. O, al menos, de Fool’s Gold. Si alguien intenta ponérselo difícil a Heidi o a su abuelo, tendrá que vérselas con todo el pueblo.

      –Deberíais poner carteles de advertencia.

      –Preferimos la emoción del factor sorpresa.

      El hotel Gold Rush Ski descansaba sobre la montaña a más de mil doscientos metros. Había mucha nieve en el invierno para el esquí y el snowboarding y las frías temperaturas eran también una gran excusa para los que simplemente deseaban estar frente a la chimenea. El elegante hotel albergaba el único restaurante de cinco estrellas de Fool’s Gold y tenía una cena mensual elaborada por un chef que atraía a gente de lugares tan dispares como Nueva York y Japón. Era la clase de lugar al que cualquiera que disfrutara con la comida estaría deseando ir. Eso significaba que Nevada tendría que estar emocionada de estar allí, pero no era el caso.

      La invitación había surgido cuando su madre le había dejado un mensaje en el buzón de voz:

      Cena familiar a las siete. Conoceréis a Max.

      Ya que Nevada ya había visto a Max desnudo, no estaba segura de que una presentación fuera a ser necesaria. Por otro lado, no era una invitación especialmente bien recibida. ¿Qué iba a decir? ¿Adónde tendría que mirar? Había docenas de riesgos potenciales y no confiaba en su habilidad para evitarlos. Aunque, por otro lado, quedarse en casa no era una opción.

      Por un instante había pensado en llevarse a Tucker a modo de distracción, pero si se lo pedía tendría


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