Bajo sospecha. Сара Крейвен

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Bajo sospecha - Сара Крейвен


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está tu hermano?

      –No está bien –apretó los labios–. Destrozado, de hecho.

      –Me lo imagino –volvió a titubear–. Lo… lo siento tanto.

      –Quizá sea lo mejor –se encogió de hombros–. Si alguien tiene recelos reales, es preferible una ruptura limpia ahora a un divorcio hostil más adelante, cuando podría haber hijos involucrados y se corre el riesgo de causar un daño verdadero.

      –Supongo que sí –coincidió lentamente Kate–. Pero parecían tan compenetrados. ¿Él sospechaba algo de las dudas de ella?

      –Imagino que cualquier problema se atribuirá a los nervios –contempló el destello de platino en el dedo anular de Kate–. Trampa que al parecer tú lograste evitar.

      –Cielos, fue hace tanto tiempo que ya no puedo recordarlo –repuso con ligereza.

      –Seguro que no hace tanto, o te habrías casado siendo una niña.

      –Por favor –Kate le lanzó una mirada irónica, consciente de que había vuelto a ruborizarse–. Han pasado cinco años.

      –Toda una vida –dijo divertido–. ¿Te arrepientes?

      –En absoluto. Somos muy felices. Demasiado –añadió, preguntándose por qué necesitaba ese énfasis adicional.

      –¿Hijos?

      –Todavía no –de nuevo fue consciente de los ojos azules que evaluaban su figura–. Ambos estamos asentando nuestras carreras –alzó el martini y después de todo le dio un sorbo, deleitándose en la sensación de frío en su garganta–. En el caso de Ryan un cambio de carrera –indicó.

      –¿Algo que no apruebas?

      –Todo lo contrario –se puso rígida–. ¿Qué te hace pensar eso?

      –El hecho de que tomaras un trago antes de mencionarlo.

      –Me temo que has establecido una conexión equivocada –rió–. La verdad es que los martinis son mi debilidad.

      –¿La única?

      –Intento limitarlas.

      –¿Llamarme Peter sería considerado una debilidad?

      De pronto ella fue consciente de un cambio ínfimo en su lenguaje corporal; se había relajado, volviéndose hacia él. Se puso recta y lo miró con frialdad.

      –Posiblemente un error de juicio –recogió la carpeta y ordenó algunos papeles–. Y no muy profesional –añadió con rigidez.

      –Pero conmigo no mantienes tratos de negocios. Como tú, lo que intento es recoger las piezas.

      –En ese caso, ¿no deberías estar con tu hermano en vez de conmigo?

      –Andrew está con nuestros padres. Se lo llevan a casa a pasar unos días –miró la copa con el ceño fruncido–. No sé si es bueno o malo. Mi madre tiende a ser más bien emocional, y además nunca ha sido fan de Davina. Quizá dificulte el acercamiento.

      –¿De verdad crees que eso podría pasar… a pesar de todo? –Kate enarcó las cejas.

      –Tal vez… si los dejan pensárselo sin demasiadas interferencias –suspiró–. De hecho, no me sorprendería si algún día fueran a un juzgado y se casaran con unos testigos desconocidos. Ninguno de ellos quería tanto alboroto. Me pregunto si habrá sido tanta presión lo que impulsó a Davina a escapar.

      –Espero que no –bebió el resto del martini y depositó la copa en la mesa–. O podría desarrollar un complejo de culpa.

      –Culpa a los padres de ambos –indicó–. Fueron ellos los que no pararon de aumentar la lista de personas que debían ser invitadas.

      –Por lo general eso es lo que sucede –coincidió Kate–. Y he de reconocer que yo también lo habría odiado.

      –¿Quieres decir que no tuviste el vestido blanco con cola, la flota de coches y el reparto interminable… cuando estás metida en este mundo?

      –Pero entonces no trabajaba en esto –sonrió–. Hicimos lo que acabas de recomendar para Davina y Andrew. Un juzgado a primera hora de la mañana, con dos testigos.

      –¿Seguido de una felicidad constante?

      –Jamás me atrevería a esperar eso –frunció el ceño–. Ni siquiera lo desearía. Suena muy aburrido.

      –¿Así que el señor Dunstan y tú tenéis encontronazos esporádicos?

      –Por supuesto –se encogió de hombros–. Ambos somos individuos en una relación que presupone un buen grado de unión y todo tipo de ajustes –hizo una pausa–. Y no es el señor Dunstan. Ese es mi apellido. El de mi esposo es Lassiter.

      –¿Quieres decir que estás casada con Ryan Lassiter… el escritor?

      –Sí –sonrió–. ¿Eres uno de sus fans?

      –En realidad, sí –Peter Henderson pareció momentáneamente confuso–. Yo mismo empecé como corredor de bolsa, así que leí Riesgo Justificado en cuanto se editó. Me pareció asombroso… la combinación de altas finanzas y absoluta frialdad. Y el segundo libro fue igual de bueno, lo que no siempre es el caso.

      –Se lo diré –indicó Kate–. Por suerte mucha gente comparte tu opinión.

      –¿Trabaja en un tercer libro?

      –En un cuarto –corrigió–. El tercero ya ha sido entregado y se publicará este otoño.

      –No puedo esperar. ¿Y mientras él trabaja ante el teclado tú te dedicas a esto? –alargó la mano y recogió una de las tarjetas de visita que se había deslizado fuera de la carpeta–. Y con tu nombre de soltera –añadió despacio.

      –Podría habernos ido mal –volvió a encogerse de hombros–. Pareció una buena idea mantener nuestras actividades individuales completamente separadas.

      –Pero ahora vuelas alto, ¿no?

      –Digamos que mantenemos el tipo en tiempos comercialmente difíciles –cerró la carpeta–. Por favor, guarda la tarjeta, por si uno de estos días planeas alguna celebración propia –le lanzó una mirada pícara–. Quizá incluso una recepción de boda.

      –Dios no lo permita –tembló.

      –¿Estás en contra del matrimonio?

      –No para otras personas –la miró pensativo–. Aunque también ahí debería hacer excepciones.

      Sus ojos se encontraron, se desafiaron, y para sorpresa de Kate ella fue la primera en apartarlos.

      «¿Qué me pasa?», pensó, tragando saliva. «Soy una mujer adulta. Ya me habían intentado seducir antes, en muchas ocasiones. ¿Por qué ésta sería diferente?»

      Con lo que reconoció como un esfuerzo deliberado, recogió el maletín negro del suelo, lo abrió y guardó la carpeta. Al ponerse de pie, le dirigió una sonrisa breve y distante a Peter Henderson.

      –Bueno, gracias por la copa. Ya debo irme.

      –¿Sí? –él echó hacia atrás su silla y se incorporó–. Esperaba que en cuanto quedaras libre de tus ocupaciones profesionales pudiéramos cenar juntos –hizo una pausa–. He decidido quedarme a pasar la noche aquí.

      –Y yo he decidido regresar a Londres lo antes posible –el tono de voz de Kate salió más seco que lo que había pretendido.

      –¿Huyendo, señorita Dunstan? –su sonrisa fue cautivadora y desenfadada. Bajó la vista a la tarjeta que sostenía–. ¿O puedo llamarte Kate?

      –Si lo deseas –adrede miró el reloj–. Aunque no veo por qué podrías desearlo. A menos que decidas dar una fiesta uno de estos días, es improbable que volvamos a vernos. Aunque Andrew y Davina volvieran a juntarse, dudo


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