La riqueza de las naciones. Adam Smith

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La riqueza de las naciones - Adam Smith


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de más importancia real para la persona que la posea allí, que una mercancía que se venda por una onza en Londres para su propietario en Londres. Si un comerciante londinense puede comprar en Cantón por media onza de plata una mercancía que puede vender en Londres por una onza, ganaría el cien por ciento con el negocio, como si una onza de plata en Londres valiese exactamente igual que en Cantón. A él no le importa nada que media onza de plata en Cantón le permita ordenar más trabajo y una mayor cantidad de cosas necesarias y convenientes para la vida que una onza en Londres. Pero con una onza en Londres siempre podrá comprar el doble de esas cosas que con media onza, y esto es precisamente lo que quiere.

      Así, como es el precio nominal o precio en moneda de las cosas lo que finalmente determina la prudencia o imprudencia de todas las compras y las ventas, y por ello regula casi todos los negocios de la vida cotidiana que tienen que ver con el precio, no debe sorprendernos si ha sido objeto de mucho más atención que el precio real.

      En una obra como esta, sin embargo, a veces puede ser conveniente el comparar los diferentes valores reales de una mercancía concreta en momentos y lugares distintos, o los varios grados de poder sobre el trabajo de otras personas que es capaz de otorgar a sus propietarios en ocasiones diferentes. Debemos en tal caso comparar no las diversas cantidades de plata a cambio de las cuales fue vendida sino las diferentes cantidades de trabajo que dichas cantidades diversas de plata podrían haber adquirido. Los precios corrientes del trabajo en tiempos y lugares lejanos, empero, casi nunca pueden ser conocidos con exactitud. Los del cereal, aunque sólo han sido registrados en unos pocos lugares de forma regular, son en general mejor conocidos y han sido más frecuentemente estudiados por los historiadores y otros autores. Deberemos generalmente, entonces, contentarnos con ellos, no porque siempre estén en exactamente la misma proporción que los precios corrientes del trabajo, sino porque son la aproximación más cercana que podemos tener a esa proporción. Tendré oportunidad más adelante de formular bastantes comparaciones de esta índole.

      Con el progreso de la industria, las naciones comerciales han creído conveniente el acuñar varios metales en forma de moneda; el oro para los pagos más grandes, la plata para los moderados, y el cobre o algunos metales ordinarios para los pagos más pequeños. Pero siempre han considerado sólo a uno de estos metales como una mejor medida del valor que los otros dos; y la preferencia se ha inclinado generalmente por el metal que utilizaron primero como instrumento del comercio. Comenzaron a emplearlo como patrón cuando no tenían otra moneda, y por regla general continuaron después aun cuando la necesidad no fuera ya la misma.

      Se dice que los romanos no tenía más que moneda de cobre hasta cinco años antes de la primera guerra Púnica, cuando acuñaron plata por primera vez. Y así el cobre continuó siempre siendo la medida del valor en esa república. Todas las cuentas en Roma y los valores de todas las propiedades se calculaban en ases y sestercios. El as fue siempre el nombre de una moneda de cobre. La palabra sestercio significa dos ases y medio. Por lo tanto, aunque el sestercio fue originalmente una moneda de plata, su valor fue estimado en cobre. En Roma cuando una persona debía una gran suma de dinero, se decía que tenía una gran cantidad de cobre ajeno.

      Las naciones nórdicas que se establecieron sobre las ruinas del Imperio Romano recurrieron a las monedas de plata desde sus primeros asentamientos, y durante siglos no conocieron las monedas ni de oro ni de cobre. Hubo monedas de plata en Inglaterra en tiempo de los sajones, pero se acuñó muy poco oro hasta la época de Eduardo III, y ningún cobre hasta la de Jacobo I. En Inglaterra, por tanto, y creo que por la misma razón en todas las otras naciones modernas de Europa, todas las cuentas son llevadas y los valores de todos los bienes y todas las propiedades son generalmente computados en plata: y cuando deseamos expresar la suma de la fortuna de una persona rara vez hablamos de las guineas sino de las libras esterlinas que suponemos se darían a cambio de ella.

      Al principio, en todos los países un pago de curso legal sólo podía efectuarse en la moneda del metal particularmente considerado como patrón o medida del valor. En Inglaterra el oro no fue considerado de curso legal durante mucho tiempo después de haber sido acuñado como moneda. La proporción entre los valores de las monedas de oro y la plata no fue estipulada por ley ni declaración oficial alguna, y se dejó que la determinara el mercado. Si un deudor ofrecía pagar en oro, el acreedor podía o bien rechazar esta forma de pago totalmente, o bien aceptarla con una valoración del oro que él y su deudor acordasen. El cobre no es actualmente de curso legal, salvo cuando se cambia por moneda de plata fraccionaria. En tales circunstancias la distinción entre el metal que era el patrón y los que no lo eran representaba bastante más que una distinción nominal.

      Con el transcurso del tiempo, y a medida que la gente se familiarizó con el empleo de diferentes metales acuñados, y apreció por ello mejor la proporción entre sus valores respectivos, en la mayoría de los países se ha creído conveniente fijar esa proporción, y estipular mediante una ley pública que una guinea, por ejemplo, de determinado peso y ley, se deberá cambiar por veintiún chelines, o tendrá capacidad liberatoria legal de una deuda de tal monto. En este estado de cosas, y en tanto perdure cualquier proporción regulada de esa suerte, la distinción entre el metal que es el patrón y el que no lo es resulta poco más que una distinción nominal.

      Pero como consecuencia de cualquier cambio en esta proporción regulada, la distinción nuevamente se vuelve, o al menos parece volverse, algo más que nominal. Si el valor establecido de una guinea, por ejemplo, fuese reducido a veinte o aumentado a veintidós chelines, y todas las cuentas se llevaran y casi todas las obligaciones por deudas se expresaran en moneda de plata, la mayor parte de los pagos en cualquiera de los casos se saldarían con la misma cantidad de moneda de plata que antes, pero requerirían muy diversas cantidades de moneda de oro, mayores en un caso y menores en el otro. El valor de la plata parecería más invariable que el del oro. La plata parecería medir el valor del oro, pero el oro no el de la plata. El valor del oro parecería depender de la cantidad de plata, y el de la plata no depender de la cantidad de oro por la que se intercambiaría. Esta diferencia, empero, derivaría totalmente de la costumbre de llevar las cuentas y de expresar el monto de todas las sumas grandes y pequeñas en moneda de plata y no de oro. Uno de los billetes del señor Drummond de veinticinco o cincuenta guineas aún valdría, después de una alteración de ese tipo, veinticinco o cincuenta guineas como antes. Después de tal modificación valdría la misma cantidad de oro que antes, pero unas cantidades muy distintas de plata. Al hacer efectivo ese billete, el valor del oro parecería más invariable que el de la plata. El oro parecería medir el valor de la plata, y la plata no el del oro. Si la costumbre de llevar las cuentas y expresar los pagarés y otras obligaciones monetarias de esta forma se transforma alguna vez en general, será el oro y no la plata el considerado como el metal patrón o medida del valor.

      En la práctica, durante la permanencia de cualquier proporción regulada entre los valores respectivos de los diferentes metales acuñados, el valor del metal más precioso determina el valor de todas las monedas. Doce peniques de cobre contienen media libra avoirdupois de cobre, no de la mejor calidad, que antes de ser acuñado rara vez vale más de siete penique de plata. Pero como por ley doce de tales peniques deben intercambiarse por un chelín, se considera en el mercado que valen un chelín, y se puede obtener en cualquier momento por ellos un chelín. Incluso antes de la última reforma de la acuñación del oro en Gran Bretaña, el oro, o al menos el que circulaba en Londres y sus alrededores, estaba en general menos devaluado con relación a su peso legal que la mayor parte de la plata. Veintiún chelines gastados y lisos eran considerados equivalentes a una guinea, que acaso estaba también gastada y lisa, pero rara vez tanto. Las últimas reglamentaciones han llevado a la moneda de oro tan cerca de su peso legal como es posible llevar a la moneda de cualquier nación; y la orden de no recibir oro en las oficinas públicas si no es por peso probablemente lo preservará en tanto continúen esas reglamentaciones en vigor. La moneda de plata prosigue en el mismo estado depreciado y desgastado que antes de la reforma en la acuñación del oro. Pero en el mercado veintiún chelines de esta devaluada moneda de plata todavía se considera que valen una guinea de esa excelente moneda de oro.

      La reforma de la moneda de oro evidentemente ha elevado el valor de la moneda de plata por la que se intercambia.

      En la Casa de la Moneda inglesa con una libra de peso en oro se acuñan cuarenta y cuatro


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