El pequeño libro del lenguaje. David Crystal

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El pequeño libro del lenguaje - David  Crystal


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      EL PEQUEÑO LIBRO DEL LENGUAJE

      DAVID CRYSTAL

      EL PEQUEÑO LIBRO DEL LENGUAJE

      BIBLIOTECA NUEVA

      Título original: A little Book of Language, Londres, Yale University Press, 2011

      © David Crystal, 2010

      © Traducción: Luis Carlos Fuentes Ávila

      © Corrección: Clara Morales Moreno

      Ilustraciones de Jean-Manuel Duvivier

      © Biblioteca Nueva, S. L. Madrid, 2020

      © Malpaso Holdings, S.L.

      C/ Diputació, 327, principal 1.ª

      08009 Barcelona

      www.malpasoycia.com

      ISBN: 978-84-18236-19-8

      Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

      EL PEQUEÑO LIBRO DEL LENGUAJE

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       MATERNÉS

      A veces hacemos tonterías con el lenguaje. Una de las más tontas ocurre cuando nos ponemos delante de un bebé. ¿Qué hacemos?

      Le hablamos.

      Probablemente digamos «Hola», «¿Cómo te llamas?», «¡Qué guapo!», o algo parecido.

      ¿Por qué hacemos eso? Está claro que el bebé no ha aprendido ningún idioma todavía. No hay manera de que entienda ni una palabra de lo que le estamos diciendo. Y, sin embargo, le hablamos como si de verdad lo hiciera.

      Su madre suele ser la primera en entablar una conversación con él. He aquí un ejemplo real, que fue grabado apenas unos pocos minutos después de que naciera el niño:

      Oh, qué bonito eres, qué bonito eres, sí, qué bonito, qué bonito, qué bonito, oh, sí, qué bonito… hola… hola… pero si eres precioso…

      Y continuó así durante un buen rato, mientras abrazaba al recién nacido. El bebé, por su parte, no le prestaba la menor atención. Había dejado de llorar y tenía los ojos cerrados. Quizá hasta estaba dormido, pero a la madre no le importaba. Estaba siendo totalmente ignorada y a pesar de todo seguía hablando.

      Y hablando de una manera muy graciosa. No me es fácil poner por escrito cómo sonaba su voz, pero era algo más o menos así:

      Oh

      h

      h,

      qué

      bonito

      eres,

      qué

      bonito…

      Al principio de la oración, su voz era muy aguda pero luego descendía. Era casi como si cantara. Cuando decía «hola», el tono de su voz se elevaba otra vez y alargaba la palabra: «hoooolaaaaaa». El «qué» y el «eres» eran muy agudos también, como si formulara una pregunta.

      Otra cosa que hacía, y que no podemos percibir aquí a través de la escritura, era redondear los labios al hablar, como si fuera a besar a alguien. Si decimos algo —por ejemplo, «Qué bebé más bonito»—, pero lo decimos con los labios de esa manera, nos daremos cuenta de que suena como si estuviera hablando un bebé. Por esa razón, a este tipo de habla se la denomina baby-talk (en español, ‘maternés’ o ‘maternalés’).

      El redondeo de los labios es una característica importante del maternés, así como la melodía exagerada de la voz. Existía también otra característica inusual en el modo en que la madre hablaba a su hijo. Repetía todo una y otra vez:

      Oh, qué bonito eres, qué bonito eres, qué bonito, qué bonito, qué bonito.

      Esto no es muy normal, ¿verdad? ¿En qué situación te acercarías a alguien y le dirías lo mismo tres veces seguidas? No nos encontramos con un amigo en la calle y le decimos:

      Hola, John, hola, John, hola, John. ¿Vas a la tienda? ¿Vas a la tienda? ¿Vas a la tienda?

      Seguramente nos encerrarían si hiciéramos eso. Sin embargo, nos dirigimos de ese modo a los bebés y a nadie le parece extraño.

      ¿Por qué lo hacía la madre? ¿Por qué lo hacemos muchos de nosotros?

      Veámoslo primero desde el punto de vista de la madre, que adora tanto a su hijo que quiere decírselo. Pero no solo eso: también quiere que el bebé se lo diga a ella. Desafortunadamente, él todavía no sabe hablar. «Tal vez —piensa ella— consigo que me mire, que me vea por primera vez… A lo mejor soy capaz de captar su atención…»

      No conseguiríamos atraer la atención de nadie si nos quedáramos en silencio o si habláramos normalmente. En vez de eso, gritamos o silbamos. Decimos algo diferente, que sobresalga: «¡Oye, Fred! ¡Aquí! ¡Yuju!». Pensemos en el yuju por un momento. ¡Qué combinación de sonidos más extraños! Y, sin embargo, se oye a la gente produciendo ruidos similares cuando quieren llamar la atención de alguien en la calle.

      De la misma manera, realizamos sonidos específicos cuando queremos captar la atención de los bebés. Nunca conseguiremos que se fijen en nosotros si decimos cosas ordinarias de manera ordinaria. He escuchado muchas grabaciones de conversaciones con recién nacidos, y no he oído nunca a nadie hablarles en un tono de voz contenido y monótono:

      Buenos días. Yo soy tu madre. Esto es un hospital. Ella es la gine- cobstetra. Esto es una cama. Te llamas Mary…

      Este es el tipo de lenguaje que utilizaríamos para hablar a los niños pequeños cuando son un poco más mayores; es más formal, más informativo. Se parece más al que usaría un profesor. Así habla la gente a los niños de dos años de edad. «Cuidado. Ese es el grifo del agua caliente. Esta es la fría…» No nos dirigimos de esta manera a los recién nacidos.

      Ahora, piénsalo desde el punto de vista del bebé. Ahí estás tú, acabas de llegar al mundo y suceden todo tipo de cosas a tu alrededor. Eso de nacer no ha sido una experiencia del todo placentera, y has estado llorando mucho, aunque poco a poco la cosa va mejorando… Ahora estás calentito y cómodo, y alguien te está haciendo ruiditos —ruidos sin sentido, pero aun así…—, ¿vale la pena prestarles atención? Si oyeras: «Esto es un hospital. Ella es una ginecobstetra. Esto es una cama» dicho en un tono plano y cotidiano, podrías perfectamente sacar la conclusión de que este nuevo mundo va a ser aburridísimo, y seguramente querrías volver al lugar del que venías. En cambio, si oyes «Oh, qué bonito que eres», con melódicas variaciones entre agudos y graves, y repetido varias veces… Bueno ¡quizás este mundo va a resultar divertido después de todo! Tal vez debería abrir los ojos y mirar: ¡oh, qué labios tan interesantes! ¿Y quién será ella? ¡Parece buena persona!

      El maternés es una de las maneras a través de las que las madres y otras personas desarrollan un fuerte vínculo con los niños pequeños. Además, sienta las bases para el desarrollo del lenguaje. Sin darnos cuenta, al hablar a los bebés de este modo, comenzamos a enseñarles su lengua materna —o lenguas, por supuesto, si el niño pertenece a una familia en la que se habla más de un idioma—. Al repetir las oraciones y hacerlas llamativas, ponemos en marcha el proceso de aprendizaje del lenguaje. Cuando la gente empieza a aprender un idioma extranjero ya sabe lo que necesita para poder decir sus primeras palabras. Necesita escucharlas, una y otra vez,


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