El pequeño libro del lenguaje. David Crystal

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El pequeño libro del lenguaje - David  Crystal


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¿cómo de pronto es pronto? ¿Cuánto tardan los niños en aprender a hablar? ¿Y qué elementos de su lengua materna aprenden primero?

BEBÉS, PERIQUITOS Y MORATONESUsamos el maternés para dirigirnos a los bebés, pero existen dos ocasiones más en las que también recurrimos a este tipo de habla.Una es cuando hablamos a los animales. Si escuchamos con atención a alguien que le está hablando a su mascota, lo que oímos es algo muy parecido a lo que sucede cuando nos dirigimos a los bebés. De hecho, puede ser incluso más peculiar, y la gente no se da cuenta de lo que está haciendo. Una vez grabé a mi madre hablándole a su periquito y después le enseñé la grabación. ¡No podía creerse que hablara de esa manera tan extraña! Seguramente, el periquito no pensaba lo mismo.
¿Y la otra ocasión? Cuando picamos a nuestros amigos y los tratamos como si fueran niños. Imagínate que te pillas un dedo y te vuelves hacia un amigo buscando consuelo, pero tu amigo piensa que estás exagerando. Levantas el dedo. «Mira, me duele», le dices. «Ayyy, ¿el pequeñín se ha hecho pupita en el dedito?», pregunta tu amigo. Aunque, después de esto, es posible que ya no sigáis siendo amigos por mucho tiempo.
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      DE LOS GRITOS A LAS PALABRAS

      Es verdaderamente fascinante escuchar a los niños durante su primer año de vida y tratar de descifrar lo que están diciendo. De esa manera podemos aprender mucho sobre el lenguaje.

      Lo primero que notaremos, si los escuchamos cuando son muy pequeños —digamos, durante el primer mes de vida—, es que los sonidos que producen no suenan a ningún idioma en absoluto. No están hablando. Únicamente están vocalizando, usando su voz para comunicar sus necesidades más básicas.

      La mayor parte del tiempo podríamos decir, simplemente, que están «gritando». Pero los gritos no siempre son iguales. Si el bebé quiere comer, el grito de hambre suena a algo parecido a esto:

      b b b b

      u u u u

      a a a a

      a a a a

      a a a a

      Cada «buaaa» es bastante corto y hay una breve pausa entre ellos.

      Si el niño siente dolor, de inmediato podemos percibir la diferencia, pues ahora el grito hace algo parecido a esto:

      b

      u

      a b

      a u

      a a b

      a a u b

      a a a u

      a a a a

      El grito de dolor empieza muy agudo y con una gran explosión de sonido; después, la siguiente explosión es un poco más breve y más grave, y las siguientes son todavía más breves y graves. Si lo cogemos y abrazamos, deja de llorar. Si no, el patrón se repite hasta que llegue alguien a consolarlo.

      ¿Y si está contento? Entonces, los ruidos son más suaves y más relajados —como un gorjeo—. A veces se los denomina gritos de alegría.

      Puede surgir ahora una pregunta. Si no viéramos al bebé y solo escucháramos esos gritos, ¿seríamos capaces de identificar qué idioma está aprendiendo? ¿Esos gritos suenan a inglés, francés o chino? La respuesta es «no». A esa edad, los bebés de todo el mundo suenan igual. Los investigadores han llevado a cabo experimentos para probarlo. Han grabado gritos de hambre, de dolor y de alegría de bebés de diferentes partes del mundo, han mezclado las grabaciones y luego han pedido a diferentes personas que los identificaran. «¿Podrías decir cuál es el bebé inglés?» No. «¿Y el francés?» No. «¿Y el chino?» No. Es imposible saberlo.

      Sin embargo, un año después, los mismos niños sonarán claramente como ingleses, franceses o chinos y, de hecho, ya habrán comenzado a decir algunas palabras. Entonces, ¿cuándo empezamos a distinguir sonidos de la lengua materna en las emisiones vocales de un niño? Sigamos a un bebé durante su primer año de vida y descubrámoslo.

      No notaremos gran cambio en sus gritos hasta los tres meses de edad. En ese momento, oiremos que algo nuevo empieza a ocurrir. Podremos verlo también. Observaremos que el niño mueve los labios al mismo tiempo que vocaliza, de modo que se producen sonidos como /u:/ o el /br/ que hacemos con los labios cuando tenemos frío. Los gorjeos en la parte de atrás de la boca parecen ligeramente más formados y deliberados. Es imposible transcribir estos sonidos con las letras simples del alfabeto, pero muchos de ellos se perciben como si el niño dijera «guu» o «cuu» —razón por la cual en inglés se suele denominar a esta etapa cooing (‘de arrullo’). Es una etapa maravillosa. Por primera vez tenemos la impresión de que el niño está intentando decirnos algo.

      ¿Existe el arrullo inglés, el arrullo francés y el arrullo chino? No. A los tres meses de edad, los bebés de diferentes entornos lingüísticos suenan exactamente igual.

      Avancemos otros tres meses. Ahora, los niños prueban distintos sonidos de una manera mucho más controlada. Escucharemos sonidos que creemos reconocer porque algunos de ellos se parecerán bastante a los empleados en el idioma de su entorno. Particular de este momento es que aprenden a juntar firmemente los labios y soltarlos de repente, produciendo un /ba/, /pa/ o /ma/. La sensación les gusta y también suena bien, así que lo dicen varias veces seguidas. Si repetimos esos sonidos varias veces —«ba-ba-ba-ba», «pa-pa-pa-pa», «ma-ma-ma-ma»—, pareceremos un bebé de seis meses de edad. A esta etapa se la denomina balbuceo.

      Los bebés balbucean, aproximadamente, de los seis a los nueve meses. En ese tiempo intentan numerosos sonidos distintos. Escucharemos «na-na-na» y «da-da-da», así como «bu-bu-bu», «de de de» y otras combinaciones. Se trata de una etapa muy importante en el desarrollo del lenguaje. Es como si estuvieran practicando. Podemos imaginárnoslos pensando: «¿Qué pasa si pongo la lengua hacia delante y golpeo arriba con ella? Qué bien suena. ¿Y si ahora junto mis labios con fuerza? ¡Genial!».

      Luego comienzan a notar que algunos de esos sonidos provocan una gran emoción en los adultos que los rodean: «Eso que hago con los labios, lo que suena como “ma-ma-ma-ma”, pone muy contenta a esa simpática señora que me alimenta. Y el “pa-pa-pa-pa” parece impresionar mucho a ese amable señor de voz grave que me levanta arriba y abajo. Y lo que resulta más interesante es que, cuando yo lo hago, ellos también producen esos sonidos. Me encanta este juego. ¡Creo que voy a volver a hacerlo!».

      Los padres se emocionan con razón. En español, y en muchos otros idiomas, el sonido «ma-ma-ma» suena como la palabra mamá, y el «pa-pa-pa», como papá. Naturalmente, ellos se creen que su hijo por fin les está llamando, pero no es así. En esta etapa, los bebés no tienen ni idea de lo que están diciendo. Simplemente están haciendo ruidos por el mero hecho de hacerlos. Si algunos de esos sonidos parecen palabras reales, no es más que una casualidad. Pasarán todavía algunos meses más antes de que un bebé que aprende español se dé cuenta de que «ma-ma» (/mam'a/) tiene, en realidad, un significado.

      ¿Cómo sabemos que un bebé no tiene ni idea de lo que está diciendo? Porque observamos que utiliza el mismo sonido «ma-ma-ma» en todo tipo de situaciones, esté su madre presente o no. Imagínate que estás aprendiendo una palabra en un idioma extranjero, como el francés; la palabra porte, por ejemplo, que significa ‘puerta’. Si la gente nos escuchara decir porte cuando viéramos un gato, una manzana o una cama, rápidamente concluirían que no tenemos la menor idea de lo que significa porte. Solo conseguiríamos que cambiaran de parecer cuando nos escucharan decirla siempre que viéramos una puerta. Lo mismo ocurre con los bebés. Llegará un momento en el que aprenderán que, en español, /mam'a/ es el sonido que necesitan hacer cuando quieren referirse a su madre o quieren


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