El reino de este mundo. Alejo Carpentier

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El reino de este mundo - Alejo  Carpentier


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      El reino de este mundo

Editorial

      El reino de este mundoFundación Alejo Carpentier, 2010

      D. R. © Editorial Lectorum S.A. de C.V. (2010)

      D. R. © Editorial Cõ

      Leemos Contigo Editorial S.A.S. de C.V.

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      Cõeditor digital

      Edición: Marzo 2021

      © Prólogo: Guillermo Samperio

      © Portada: José Antonio Valverde / Gabriela León

      Prohibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

      Abriendo maletas

       por Guillermo Samperio

      Nueve años después del fallecimiento de Alejo Carpentier se recuperó una maleta que cuarenta y cuatro años atrás, el escritor, tras regresar a Cuba huyendo de la Segunda Guerra Mundial, había dejado encargada en casa de una amiga en la región de Saint Florent sur Cher, en Francia. Se dice que la valija contenía un par de óleos del pintor cubano Eduardo Abela, uno llamado La comparsa del gavilán y otro sin título; cartas a la madre del escritor, donde la llamaba cariñosamente “Toutouche”, y también algunas grabaciones difíciles de restaurar con voces de poetas; todo ello perteneciente a la primera época del escritor.

      La aparición de la maleta fue toda una sorpresa, incluso para Lilia Esteban, esposa de Carpentier, pues el escritor nunca mencionó su existencia ni hizo nada por recuperarla. Fue hasta finales de 1989 en que un sobrino de Madame Chamard, la amiga de Carpentier, llevó el veliz a la casa Gallimard para saber si la documentación contenida pertenecía al escritor cubano. Así fue corroborado y la maleta entregada a la viuda del escritor.

      En 1949, apenas cuatro años después de haber dejado encargada la valija, se publicó El reino de este mundo en México, donde fueron publicados la mayoría de sus libros. Es en el prólogo de esa primera edición donde Carpentier define el término de lo real maravilloso americano: “Durante mi permanencia en Haití [...] a cada paso hallaba lo real maravilloso. Pero pensaba, además, que esa presencia y vigencia de lo real maravilloso no era privilegio único de Haití, sino patrimonio de la América entera...”. Porque es menester advertir que el relato que va a leerse ha sido establecido sobre documentación extremadamente rigurosa que no solamente respeta la verdad histórica de los acontecimientos, los nombres de personajes —incluso secundarios—, de lugares y hasta de calles, sino que oculta, bajo su aparente intemporalidad, un minucioso cotejo de fechas y de cronologías. Y, sin embargo, por la dramática singularidad de los acontecimientos, por la fantástica apostura de los personajes que se encontraron, en determinado momento, en la encrucijada mágica de la Ciudad del Cabo, todo resulta maravilloso en una historia imposible de situar en Europa, y que es tan real, sin embargo, como cualquier suceso ejemplar de los consignados, para pedagógica edificación en los manuales escolares. ¿Pero qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real maravilloso?

      Y es que fue durante un viaje de Carpentier —acompañado por su esposa Lilia Esteban— a Haití donde, tras su encuentro con la cultura sincrética formada por la de los negros africanos que habían sido traídos como esclavos para trabajar en las plantaciones, con la francesa, de lujos, títulos nobiliarios y religión católica, que pudo gestarse la novela.

      En este libro, Carpentier relata la independencia haitiana, menciona personajes históricos, lugares reales, sucesos reconocidos, como el envenenamiento masivo de blancos ideado por Mackandal en 1757, que luego de la traición de una de sus gentes, fue ejecutado en 1758; el escritor cubano incluye también el levantamiento de Bouckman en 1791, la huida de los plantadores franceses a la ciudad de Santiago de Cuba, entre los cuales se encontraba Lenormand de Mezy; el intento de Napoleón Bonaparte por recuperar el control de la colonia haitiana entre 1801 y 1804, el arribo de Paulina Bonaparte como representante real entre 1801 y 1802, el reinado de Henri Christophe de 1807 a 1820.

      Pero en sentido estricto, El reino de este mundo no es una novela histórica, pues si bien echa mano de personajes y situaciones históricas, también lo hace de la ficción, de personajes y situaciones inventados por el autor, pero que embonan precisos dentro del contexto, confundiendo al lector a propósito de qué es en estricto lo histórico y qué no. Además, los personajes principales no son los históricos, sino uno menor: Ti Noel. A manera de lo que hoy llamamos microhistoria, conocemos “La Historia” desde los acontecimientos cotidianos de un esclavo.

      Un recurso que aplica el escritor en esta obra, que la aleja también de la novela histórica tradicional, es la elipsis. No todos los acontecimientos están retratados, sino que en su ausencia cobran significado, como cuando Ti Noel acompaña a su amo a Santiago de Cuba y los lectores dejamos de saber el orden de los sucesos que transcurren en Haití, hasta que Ti Noel regresa, creyendo que la esclavitud ha sido abolida y se encuentra con la construcción del majestuoso palacio de Sans Souci, donde vuelve a ser esclavizado por el rey negro Henri Christophe. Los hechos históricos no dichos cobran fuerte relevancia ante la fatal sorpresa en la que acompañamos a Ti Noel.

      Alejo Carpentier no se limita, pues, a escribir una novela “histórica”, sino que crea una especie de novela-conciencia. Muestra la forma de ser americano a través de una mezcla que genera, en la literatura latinoamericana, una nueva forma de verosimilitud, de hecho fundacional: tradiciones, orígenes, causas, consecuencias, imaginación y acontecimientos históricos, maravilla y realidad, en un amalgamiento donde las aristas están difuminadas y lo maravilloso se presenta no sólo como cotidiano, sino también como verosímil. Carpentier logra al fin una novela que define la identidad americana, después de tantos intentos de literatura criollista de no pocas plumas latinoamericanas.

      Lo “real maravilloso” de Carpentier a menudo parece ser asimilado por el denominado posteriormente realismo mágico, donde Gabriel García Márquez es el representante natural. Ambos estilos muestran lo extraordinario como común, sobre todo porque no hay sorpresa de los personajes ante lo maravilloso, pero mientras que para Carpentier es necesaria la fe:

      Mackandal estaba ya adosado al poste de las torturas. El verdugo había agarrado un rescoldo con las tenazas. Repitiendo un gesto estudiado la víspera frente al espejo, el gobernador desenvainó la espada de corte y dio orden de que se cumpliera la sentencia. El fuego comenzó a subir hacia el manco, sollamándole las piernas. En ese momento, Mackandal agitó su muñón que no habían podido atar, en un gesto conminatorio que no por menguado era menos terrible, aullando conjuros desconocidos y echando violentamente el torso hacia delante. Sus ataduras cayeron, y el cuerpo del negro se espigó en el aire, volando por sobre las cabezas, antes de hundirse en las ondas negras de la masa de esclavos.

      García Márquez lo realiza, sin embargo, a través de la exageración:

      ... pidió ayuda para llevar a José Arcadio Buendía a su dormitorio. No sólo era tan pesado como siempre, sino que en su prolongada estancia bajo el castaño había desarrollado la facultad de aumentar de peso voluntariamente, hasta el punto de que siete hombres no pudieron con él y tuvieron que llevarlo a rastras a la cama.

      Como podemos notar, el recurso narrativo de Carpentier se instala con plenitud en “lo maravilloso”, mientras que el del colombiano sólo en el pobre recurso de la exageración.

      El mismo Carpentier habla de la fe en “lo real maravilloso”:

      Pero es que muchos olvidan, con disfrazarse de magos a poco costo, que lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de ‘estado límite’. Para empezar, la sensación de lo maravilloso presupone una fe.

      En la primera de sus Seis propuestas para el nuevo milenio —serie de


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