El libro de las 200 tisanas. Jordi Cebrián

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El libro de las 200 tisanas - Jordi Cebrián


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el tusílago, la malva, el malvavisco, los llantenes, el tilo, la violeta, la amapola, el erísimo, la ispágula, la pulmonaria y algunas algas como la espirulina o el agar agar.

       Polifenoles. Compuestos sintetizados solo por las plantas, que contiene uno o más grupos de hidróxilos (OH), unidos a anillos bencénicos. Ayudan a las plantas a defenderse de las agresiones externas. Son conocidos por su gran capacidad antioxidante y como moduladores del sistema inmunitario. Los polifenoles son los principales responsables de la acción antioxidante de muchas frutas y verduras de consumo corriente. Los encontramos, entre otras plantas, en la vid, el mate, el té verde, la milenrama, la mandarina, la naranja, el nogal (la nuez), el cacao (el chocolate negro) o el olivo (el aceite).

       Principios amargos. Son sustancias, presentes también en un gran elenco de plantas medicinales, responsables del aroma y del sabor moderada o altamente amargo de muchas de ellas. Tienen la particularidad de estimular la motilidad gástrica, y, por tanto, se revelan como un recurso herbario de primer orden para aumentar el apetito, previenen el estreñimiento y los gases, pero ejercen también un efecto protector sobre las funciones del hígado. Están presentes en muchas compuestas como el diente de león, la achicoria o la matricaria; en umbelíferas como la sanícula, el hinojo o la angélica; en labiadas como el romero, el marrubio o el hisopo, juntamente con el lúpulo, el harpagofito o el azafrán, entre otras.

       Resinas. Son productos generados por muchas plantas, por oxidación y polimeración de los terpenos. Se trata de mezclas bastante complejas, de consistencia más o menos sólida y muy pegajosa, insolubles al agua, pero solubles en alcohol, que se funden por calentamiento. Ejercen propiedades antiinflamatorias, balsámicas, antiespasmódicas, antisépticas y cicatrizantes sobre la salud humana. Encontramos resinas en una gran diversidad de plantas como mirra, gayuba, equinácea, guayaco, rusco, etc.

       Sales minerales. Son nutrientes esenciales que no faltan en la mayoría de las plantas. Son absorbidas principalmente por las raíces. Les confieren virtudes depurativas, diuréticas, remineralizantes, antianémicas y antiinflamatorias. Algunos ejemplos de plantas especialmente ricas en sales minerales (hierro, calcio, potasio, magnesio, fósforo, etc.) son: el diente de león, el berro, la bistorta, la cola de caballo, el fucus, la acedera, la achicoria, la levadura de cerveza, el perejil, la avena, la ortosifón y la bardana, entre otras muchas.

       Saponinas. Es un tipo de glucósidos solubles en agua. Cuando se agitan, generan mucha espuma. Se distinguen dos tipos: esteroidales y triterpénicas. Las saponinas se han empleado desde antiguo para la elaboración de jabón. Se les atribuyen propiedades diuréticas, depurativas, antioxidantes, antiinflamatorias y demulcentes. Encontramos saponinas en la saponaria, por supuesto, el eupatorio, el meliloto, el gordolobo, la regaliz, el castaño de indias, la remolacha, la polígala, la pulmonaria o la vulneraria, entre otras.

       Taninos. Son compuestos polifenólicos, de sabor altamente amargo, que contienen muchas plantas. Son solubles en agua y pueden ser condesados. Se han utilizado desde antiguo para curtir pieles. Ejercen efectos astringentes, antidiarreicos, antihemorrágicos y antibacterianos. Están presentes en muchas plantas como la salicaria, la bistorta, el frambueso, el hamamelis, el pie de león, el té, la gayuba, la encina, la hierba de san Roberto, la agrimonia, la matricaria, el fresno y el rosal, entre muchas otras.

       Otros principios activos: el almidón (castaño, cebada), sales oxálicas (romaza, oxalis), ácido salicílico, de efecto analgésico (ulmaria, sauce blanco), ácidos fenólicos (lengua de buey, mejorana, melisa), vitaminas (espino amarillo, berro, malva, azarolo, rosal silvestre), las gomas (goma guar, cardo corredor), etc.

      Herbolarios, tradición

       y modernidad

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      EL HERBOLARIO, O HERBORISTERÍA, es el establecimiento donde se venden hierbas curativas, pero ha sido y sigue siendo mucho más que eso. Ya en la Antigüedad, el estudio de las plantas para lograr sustancias con las que remediar el dolor físico o con el que sanar determinadas enfermedades estaba muy desarrollado. En el antiguo Egipto conocemos el nombre de un médico carismático, Imhotep, que dedicó toda su vida a explorar las plantas. En la Grecia clásica, Hipócrates (460-377 a. C.) es autor deescribió un amplísimo tratado sobre la buena práctica médica (del que surgió el juramento hipocrático); entre sus amplios conocimientos, no dejaban de figurar el estudio de la naturaleza y el efecto de las plantas sobre la salud humana. Pero fue el botánico y farmacéutico Pedanio Dioscórides (ca 40 - ca 90) la primera persona, en la cultura occidental, a la que se le atribuye un extenso tratado sobre plantas medicinales. Su obra más importante, De materia médica, está considerada la precursora de la farmacopea moderna. Contiene referencias a más de seiscientas especies de plantas, más algunas sustancias animales y diversos minerales curativos. Ha sido una obra de culto para estudiosos de todos los tiempos y culturas. Contemporáneo suyo fue Plinio el Viejo, historiador de la Grecia clásica y naturalista muy experto, que escribió entre los años 23 y 79 de nuestra era una obra monumental de treinta y siete volúmenes, Naturae historianum, en la que, entre otros muchos temas, trataba de las plantas beneficiosas, con algunas indicaciones no poco sorprendentes.

      En la Edad Media, la herbolaria tuvo un gran auge. El empleo de las plantas para remediar enfermedades se expandió por todo el continente, con la aparición de médicos y curanderos que prestaban sus servicios a las poblaciones locales. Allá por el siglo IX, apareció en Europa un texto anónimo, Herbolarium et materia medica, uno de los manuales de farmacopea más difunidos durante la Edad Media. Fue gracias a las aportaciones obtenidas de la ciencia médica árabe, con nombres ilustres como Razés, Avicena y Averroes, sumado al reconocimiento de los textos clásicos griegos, romanos y egipcios, por lo que en Europa la medicina en general y la fitoterapia en particular empezó a fundamentarse en una base más empírica y se fundaron las primeras universidades. Se realizaron diversas reedi­ciones del Dioscórides, la principal de las cuales fue obra del toscano Pier Andrea Mattioli (1500-1577), que significó el cimiento de las interpretaciones posteriores, como la del segoviano Laguna, y mucho más recientemente la del catalán Pius Font i Quer, cuyo Dioscórides renovado se considera la biblia de los amantes de la etnobotánica y la fitoterapia en nuestro país. Es un libro grueso y rotundo, de estilo florido, lectura amable y consulta rápida, que no puede faltar en la estantería de cualquier profesional o aficionado a la botánica, la etnobotánica o la fitoterapia.

      El papel de la etnobotánica popular ha sido fundamental para la supervivencia de esta práctica. Que no haya desaparecido con el advenimiento arrollador de la medicina clínica o alopática no deja de ser una señal de su resistencia. En muchas regiones de España, especialmente en zonas de montaña, como los Pirineos, el protagonismo de las mujeres es indiscutible, con el trabajo abnegado y difícil de las llamadas «trementinaires» y las figuras equivalentes en otras regiones. Estas mujeres, y también algunos varones, llevaban los remedios herbarios de pueblo en pueblo, haciéndose cargo de la cura de los enfermos y desvalidos. En sus zurrones portaban productos muy diversos, como ungüentos, pociones y esencias; un ejemplo de ellas es la trementina, sustancia casi milagrosa, obtenida de la resina de pino y abeto, a la que se le atribuían diferentes virtudes sanadoras, o bien era la base de múltiples remedios más elaborados. Los estudios de campo de diversos investigadores han podido sacar a la luz esta fuente inmemorial de conocimientos, evitando que se pierdan para siempre y refrendándolos en muchos casos con el rigor de la investigación científica.

      Y es que, ciertamente, durante varias décadas, ya en el siglo xx, la herboristería había quedado relegada en el mundo occidental (no así en otras culturas, como la china, la india o la americana indígena) a un uso rural, muy restrictivo y con el anatema de considerarse una práctica antigua, obsoleta y poco menos que poco fiable. Pero tal tendencia ha sufrido un vuelco de ciento ochenta grados en las tres últimas décadas, antes y después del cambio de siglo. Por un lado, la necesidad de retornar a la naturaleza, con todo lo que ello puede entrañar, y la desconfianza hacia determinadas prácticas de la medicina convencional o hacia el abuso sistemático en la prescripción de medicamentos en una sociedad moderna, urbana y supertecnificada, pero notoriamente hipermedicada, ha llevado a un sector nada desdeñable


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