Los reinos en llamas. Sally Green

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Los reinos en llamas - Sally  Green


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un cántico.

      —Pelea. Pelea. Pelea.

      Sam giró hacia Marcio.

      —Hablan en serio. ¿Estás preparado?

      —No creo que tengamos otra opción. Simplemente no uses tu cuchillo. Peleemos sólo con los puños.

      —Sin duda. Trataré de no lastimarte demasiado —respondió Sam, y retrocedió, adoptando una postura bastante absurda con los puños rígidos y en alto.

      —¿Hablas en serio? —preguntó Marcio.

      Rashford, que caminaba dando vueltas al interior del círculo de chicos, gritó:

      —Vamos, Marcio. Aposté a tu favor.

      Marcio levantó la guardia y avanzó. Era mayor y más alto que Sam. Podría vencer con mucha facilidad.

      Sam sonrió, giró la cabeza y le hizo señas a Marcio para que se adelantara.

      Pequeño arrogante…

      Marcio echó el brazo atrás y lanzó un fuerte golpe a la mandíbula de Sam. Pero el joven lo esquivó moviendo a un lado la cabeza. Marcio lo intentó de nuevo: Sam se movió y golpeó a Marcio en el vientre, haciendo que éste se doblara por el dolor.

      Los chicos vitoreaban. Rashford gritaba:

      —¡Marcio! Será mejor que no me decepciones.

      Sam envió un puñetazo a la mandíbula de Marcio. Marcio retrocedió tambaleándose. Los jóvenes gritaban aún más. Marcio levantó la guardia, pero otro puño lo golpeó en la oreja. Y luego otro en el abdomen lo hizo doblarse una vez más. Sam bailó hacia atrás y Marcio sólo pudo ver sus pies moviéndose. De alguna manera, Sam sabía cómo luchar y Marcio no tenía nada que ofrecer. Sin embargo, tenía que demostrar su rudeza. Se enderezó y corrió hacia Sam, quien se movió a un lado y lo esquivó. Marcio lo intentó de nuevo y sucedió lo mismo. Rashford se acercó a él y lo giró para que le diera la cara a Sam, gritando:

      —No nos hagas quedar en ridículo, Marcio —luego añadió en voz baja—: Esta vez golpéalo. En la nariz.

      Y en esta ocasión, dos jóvenes sujetaron a Sam y lo dirigieron hacia Marcio mientras Rashford empujaba a Marcio en dirección a Sam. Marcio simplemente levantó el puño y fue más como si la cara de Sam golpeara el puño de Marcio. Pero el resultado fue el mismo: la sangre salió a borbotones de la nariz de Sam. El joven se tambaleó hacia un lado, agarrándose la cara y Marcio saltó encima de él, lo arrojó al suelo y lo pateó en la espalda.

      Sam se giró e intentó escapar, pero Marcio cayó sobre él, y con las piernas sujetó los brazos del chico, golpeando su rostro una y otra vez. Finalmente, Rashford gritó:

      —Basta, Marcio. Ya es suficiente.

      Entonces, fue arrastrado lejos de Sam, quien se giró e intentó levantarse, pero enseguida volvió a desplomarse.

      Rashford ignoró esto y añadió:

      —Podemos ver que ambos chicos son buenos luchadores. Pueden unirse a nosotros. Sólo falta por hacer una cosa.

      Y más rápido de lo que Marcio pudiera pensar en estas palabras, el puño de Rashford lo golpeó y el dolor invadió su cabeza, la sangre le llenó la boca y los sonidos de las risas y los vítores de los chicos se desvanecieron mientras la oscuridad lo envolvía.

      TASH

      TÚNELES DE LOS DEMONIOS

      Primero llega una visión. Tonos de rojo te envuelven, relajando tus músculos y calentando tus huesos. Te hace sentir amado, te hace sentir fuerte. Y te hace querer regresar. Quieres salir a medida que das tumbos a través de éste, a través del humo rojo. Estás regresando.

      ¿Regresando adónde?

      Abres los ojos. No hay rojo. Sólo negro.

      El negro lo envuelve todo, es más negro que la noche más oscura. Pero no es de noche, no es de día, nada es.

      Y hace frío. Piedra, piedra fría.

      Silencio. Ni un solo sonido.

      Excepto… excepto por la voz en tu cabeza.

      ¿Pero tienes siquiera una cabeza?

      ¿Tienes cuerpo?

      ¿Puedes sentir?

      ¿Estás viva?

      ¿Cómo sabes lo que eres cuando nada hay que puedas ver, escuchar o sentir?

      Quizás esta oscuridad, esta frialdad, este silencio es la muerte.

      Difícilmente puede ser jodidamente peor.

      CATHERINE

      NORTE DE PITORIA

      En la guerra, el dinero es tan vital como las espadas.

      Guerra: el arte de vencer, M. Tatcher

      Las entradas laterales de la tienda de Catherine habían sido retiradas para que la reina pudiera aprovechar el sol del amanecer mientras se sentaba ante su escritorio. También podía dar un vistazo al campamento, que había sido trasladado a una verde pradera en una colina arriba de donde quedaba el antiguo. Estaba ubicado entre dos arroyos, los cuales proporcionaban agua limpia, pero sin riesgo de desbordamiento. Davyon había seleccionado la ubicación y organizado el traslado, asegurándose de que el príncipe fuera molestado lo menos posible y manteniendo a Catherine informada del progreso. Al menos eso había salido bien.

      Catherine apartó la mirada de aquella panorámica y la dirigió a su escritorio, que estaba cubierto de papeles. Levantó el primero y le dio un vistazo: una factura de provisiones. Y debajo… otra factura, más provisiones. Y otra debajo de ésa. Una guerra no se trataba sólo de combates y tácticas militares; había que proveer víveres que aseguraran que los hombres estuvieran bien alimentados, y esto dependía del dinero.

      Y luego estaba el problema sanitario en el campamento: hasta el momento, el ejército de Pitoria había perdido más hombres a causa de enfermedades que de enfrentamientos. La fiebre roja se había extendido con rapidez y ya había matado a varios cientos. Pero el movimiento había sido la decisión correcta. El nuevo campamento estaba más limpio y mejor organizado, con animales domésticos y letrinas alejadas de los dormitorios. Cada día eran reportados menos casos nuevos de fiebre. Pero en cuanto se resolvía el problema, ya Catherine debía encargarse del siguiente y luego del siguiente…

      Éste era ahora su trabajo: asumir cada problema, enfrentarlo tan bien como pudiera, y luego pasar al siguiente. Lógicamente sabía que, de poder continuar, entonces, paso a paso, lo solucionaría. Pero los pendientes parecían interminables y los problemas necesitaban resolverse, dos o tres o veinte, a la vez. La mente de Catherine estaba sobrecargada. Necesitaba ayuda para pensar con claridad. Miró a su doncella.

      —Te daré un nuevo título laboral, Tanya.

      —¿Lady Tanya de Tornia? —replicó ella, al tiempo que ejecutaba una elaborada reverencia.

      Catherine sonrió y rectificó:

      —No. Dije título laboral.

      —¿Directora de la pesebrera? ¿Pesebrera en jefe?

      —Eres la doncella mayor. De hecho, eres mucho, mucho más que una simple doncella y definitivamente no una moza. Quiero que hagas lo que siempre has hecho por mí, sólo que bajo un título diferente.

      —Entonces, ¿qué título recibiré?

      —Ayuda de cámara.

      —¿Ayudante de peluquería? Un papel vital en un reino tan obsesionado con el cabello como éste.

      Catherine sonrió de nuevo.

      —No,


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