Una escuela en salida. Javier Alonso Arroyo

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Una escuela en salida - Javier Alonso Arroyo


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regla general, la persona que está hundida en el pozo de la exclusión «tiene una baja autoestima, mucha inseguridad personal, baja resistencia a la frustración, resignación, vulnerabilidad, complejo de víctima, necesidad de aparentar riqueza y deshumanización» 13.

      La exclusión social se define como un «proceso que relega a algunas personas al margen de la sociedad y les impide participar plenamente debido a su pobreza, a la falta de competencias básicas y oportunidades de aprendizaje permanente o por motivos de discriminación. Ello aleja a las personas de las oportunidades de empleo, percepción de ingresos y educación, así como de las redes y actividades de las comunidades. Tienen poco acceso a los organismos de poder y decisión y, por ello, se sienten indefensos e incapaces de asumir el control de las decisiones que les afectan en su vida cotidiana» 14.

      A pesar de que se ha hecho un gran esfuerzo por reducir la pobreza y la desigualdad social y que se han reducido los índices mundiales de la pobreza, lo cierto es que «en todo el mundo ha aumentado la vulnerabilidad, la desigualdad, la exclusión y la violencia en el interior de las sociedades y entre estas» 15.

      La realidad de la exclusión permanece visible en las ciudades más prósperas en los ancianos abandonados, los inmigrantes, los indigentes, los drogadictos, las prostitutas, los niños abandonados y las minorías étnicas, entre otros. Estos «nuevos pobres» de la «sociedad del bienestar» han surgido como consecuencia de una crisis profunda de valores donde se han debilitado los vínculos sociales que integran la comunidad humana (familia, vecinos, clubes, Iglesias...) y dan sentido a la vida humana, aunque esta no sea productiva.

      Estamos ante un «estallido de la exclusión» que puede desbordar la capacidad de nuestras escuelas para abordar este fenómeno. Cada vez llegan a la escuela más niños procedentes de entornos vulnerables: refugiados, emigrantes, hogares disfuncionales, personas con discapacidad, inadaptados sociales.

      Un entorno vulnerable es «aquella situación que carece de resistencias, empuja hacia lo marginal y agranda el daño que allí se produce. Ahí están los emigrantes sin raíces, ahí están los jóvenes que buscan enclaves afectivos para salir adelante, ahí están las personas mayores, que alargan los años a costa de acumular fragilidades. Las exclusiones no son solamente espacios localizados, sino ante todo dinamismos que se sustancian en mecanismos invisibles y emiten incesantemente señales de riesgo» 16.

      La exclusión surge en cualquier ámbito de la sociedad: la familia, el barrio, la escuela y la empresa. No depende tanto del contexto cuanto de la mentalidad clasista instalada de muchas personas. Por tanto, no solo hay que hacer lo posible por mejorar los contextos, sino las conductas, las actitudes y los principios que crean un pensamiento excluyente.

      Como en el siglo XVI, las causas por las que se produce la exclusión social siguen siendo muy parecidas: la falta de acceso a los bienes básicos debido a la carencia de recursos económicos, la ignorancia y la falta de formación para tener un empleo de calidad, la falta de vínculos sociales y de valores morales para llevar una vida digna. Esa carencia de dinero, educación, afecto y valores deja a las personas a la intemperie, relegándolas a la exclusión social.

      Está comprobado que una de las causas más decisivas que produce exclusión social es la falta de acceso a una educación de calidad. Los pobres tienen menos oportunidades de recibir una educación integral que desarrolle sus talentos y los incorpore al sistema productivo. La mentalidad neoliberal de muchas sociedades solo quiere tener sujetos productivos según un determinado perfil técnico-científico. El que no se acomode a este modelo queda descartado.

      El libro Carta a una maestra es una lúcida reflexión crítica escrita por un grupo de niños de pueblo que denuncian el fracaso de una escuela que manda a multitud de niños a la calle sin un diploma y con un fuerte sentimiento de fracaso. La reforma que proponen para que la escuela sea realmente significativa y útil es «no hacer repetidores; a los que parecen tontos darles la escuela a pleno tiempo y a los vagos basta ofrecerles un para qué» 17.

      La realidad de «exclusión social» debe entrar en la reflexión y la práctica de cualquier proyecto educativo integral. Esta es la opción que tiene la escuela popular, que nace no solo para romper el destino de los excluidos, sino para eliminar la mentalidad que genera desigualdad e injusticia social. Es aquella que se configura institucionalmente desde la solidaridad.

      Se debe poner a los alumnos en contacto con figuras y contextos vulnerables de la realidad social, para que tomen conciencia crítica de estas situaciones y aprendan a sensibilizarse y comprometerse personalmente en la resolución de las mismas. En una alocución del 21 de noviembre de 2015, el papa Francisco comentaba que «los pobres nos enseñan los desafíos de una realidad que nosotros desconocemos».

      Para dialogar en grupo

      1. Identifica qué situaciones de exclusión social se pueden dar entre los alumnos y el personal de la escuela.

      2. ¿Qué propuestas concretas hace tu escuela para sacar adelante a los alumnos con dificultades de aprendizaje y de adaptación social?

      3. Identifica en el entorno del colegio (barrio, ciudad) cómo se hace visible la exclusión social y qué instituciones se encargan de ayudar a los marginados.

      4. ¿Cuáles serían las causas principales de la exclusión social dentro y fuera de la escuela?

      5. Narra alguna experiencia de contacto con la realidad amarga de la pobreza.

      AL VERLO SE COMPADECIÓ.

      LA MIRADA COMPASIVA

      El sacerdote, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio; al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba el hombre y, al verlo, se compadeció (Lc 10,31-33).

      Calasanz había tenido la oportunidad de ver muchas realidades de sufrimiento en su propia familia y en las comunidades rurales a las que atendió en sus primeros años de sacerdocio. Ya en Roma visitó con frecuencia muchos hogares tocados por la miseria y la enfermedad. En una sociedad como la europea del siglo XVI era imposible caminar unos metros sin tropezarse con indigentes, niños de la calle y delincuentes.

      Algo le sucedió interiormente en el mortuorio de la mamá de Gianluca que le cambió su percepción sobre la realidad de la pobreza. El niño le recordó con cariño el momento en que visitó a su mamá en el lecho de muerte, y se quedó profundamente impresionado por la miseria en que vivían los niños sin el cariño de una madre.

      Calasanz puso nombre a la pobreza: Gianluca, Pierino, Mario, Patricia... Ya no eran unos pobres más a los que visitaba semanalmente; eran personas con rostro, con una historia concreta de sufrimiento y desamparo. A partir de esta visita ya no pudo pasar más de largo, se detuvo y se compadeció de los niños.

      Muchas personas pasan delante de los que han sido «apaleados» y dejados en las cunetas de los caminos, pero no se inmutan. No interpretan que el herido abandonado es una llamada a dar una respuesta. Pasan de largo como espectadores sin percibir su sufrimiento.

      ¿Cuántas veces el príncipe Moisés vio el dolor de su pueblo esclavo en Egipto? Pero llegó un momento en el que vio cómo un capataz golpeaba a un hebreo, y tanta fue su indignación que mató al egipcio (Ex 2,11-12). Tanto le dolió la injusticia que lo sacó de la indiferencia en la que estaba. Ya en su exilio en el desierto escucha la voz que salía de la zarza ardiente: «Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus capataces; pues conozco sus angustias» (Ex 3,7). Dios tiene presente el sufrimiento de su pueblo y está dispuesto a liberarlo. Jesús, el «nuevo Moisés», también se compadece de la multitud, porque estaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles con calma (Mc 6,34).

      La parábola del buen samaritano representa la mirada compasiva de Dios ante los excluidos por causa de la injusticia. Es un relato que ayuda a profundizar sobre el modo en que las personas ven, perciben e interpretan la realidad; especialmente la de los marginados de la sociedad. Muestra dos miradas diferentes: el sacerdote y el levita pasan


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