Los cinco minutos del Espíritu Santo. Víctor Manuel Fernández

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Los cinco minutos del Espíritu Santo - Víctor Manuel Fernández


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sintamos bien cuando descansamos, sino también cuando trabajamos.

      29 “Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al camino de la oración. Y ya que él nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y terminar cualquier acción importante… El Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2670.2672).

      Por todo esto, si no sabemos orar, lo mejor es pedirle al Espíritu Santo que nos enseñe, que nos estimule, que nos impulse y nos llene de deseos de orar. Él puede poner en nuestra boca lo que tenemos que decir, y a veces ni siquiera hacen falta palabras. Muchas veces el Espíritu Santo nos mueve a expresarnos con el llanto, con una melodía, con un lamento, con un suspiro. Dejemos que sea él quien nos enseñe a orar.

      1 Hay un trabajo donde el Espíritu Santo actúa de una manera especialísima: es la tarea evangelizadora. Cuando alguien trata de llevar a otros el mensaje de Cristo, en una visita casa por casa, en una tarea en la parroquia, en la oficina, etc., allí el Espíritu Santo quiere hacerse presente con su luz y su poder para plantar el Evangelio, para que Cristo habite en los corazones.

      Por eso, el que dedica parte de su vida, o todas sus energías a anunciar el Evangelio, experimenta de una forma especial la vitalidad, la profundidad, el fuego que el Espíritu Santo nos puede regalar. Pero hay que dejar la cómoda orilla y arrojarse “mar adentro” (Lc 5,1-11), venciendo los miedos (Mc 4,35-41) y con la mirada en Cristo (Mt 14,22-33). Así se prueba el gozo de decir a los demás que “hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41.45).

      2 La acción del Espíritu Santo se caracteriza por la alegría, el entusiasmo. Es el gozo de los discípulos de Emaús que sintieron “arder su corazón” junto a Cristo y por eso salieron a comunicarlo a los demás: “Es verdad, ¡el Señor resucitó!” (Lc 24,34).

      Todo el libro de los Hechos muestra con abundantes ejemplos lo que es esa poderosa evangelización “en el Espíritu Santo”. Vale la pena leerlo y dejarnos contagiar por ese entusiasmo evangelizador.

      Allí vemos cómo los evangelizadores estaban llenos de los dones del Espíritu para poder llegar a los demás.

      Porque para la obra evangelizadora, y para cualquier otra tarea, el Espíritu derrama admirablemente multitud de dones que nos enriquecen para prestar un buen servicio a los hermanos: son los carismas (1 Cor 12).

      Hay muchos y distintos carismas en cada uno de nosotros, y todos tenemos el derecho y el deber de ejercitar nuestros carismas, cualesquiera sean. Pero el discernimiento de los pastores permite descubrir si el carisma es auténtico y si se lo está ejercitando sanamente (Gál 2,2).

      Es bueno pedirle al Espíritu Santo que nos haga descubrir nuestros propios carismas, todo lo que él nos ha regalado para servir a los demás. Porque sería una pena desaprovechar esa riqueza.

      3 Repitamos dulcemente esta oración, que se utiliza en la Liturgia oriental para invocar al Espíritu Santo:

       “Rey celeste,

       Espíritu consolador,

       Espíritu de verdad,

       que estás presente en todas partes

       y lo llenas todo.

       Tesoro de todo bien

       y fuente de vida, ven.

       Habita en nosotros,

       purifícanos y sálvanos,

       tú que eres bueno.

       Amén.”

      Liturgia bizantina

      4 “Espíritu Santo, que eres la fuente inagotable de todo lo que existe, hoy quiero darte gracias.

       Gracias ante todo por la vida, por el fascinante misterio de existir. Porque respiro, me muevo, corre sangre por mi cuerpo, mi corazón late. Hay vida en mí. Gracias.

       Gracias porque a través de mi piel y mis sentidos puedo tomar contacto con el mundo, porque puedo percibir los seres que has creado a mi alrededor. Porque el aire roza mi piel, siento el calor y el frío, percibo el contacto con las cosas que toco.

       Gracias porque mi pequeño mundo está repleto de pequeñas maravillas que no alcanzo a descubrir.

       Me rodeas y me envuelves con tu luz.

       Gracias, Espíritu Santo.

       Amén.”

      5 Para que el Espíritu Santo pueda hacer maravillas en nuestra vida, es necesario que estemos de verdad abiertos a su acción. Pero, ¿qué significa estar abiertos a la acción del Espíritu Santo?

      Significa dejar que nos cambie los planes, que nos lleve donde quiera, y sobre todo significa desearlo, buscarlo siempre más, no estar nunca conformes, no creer que ya lo hemos conocido suficiente.

      No hay que pensar que ya no puede haber novedades en nuestra relación con él, que ya lo hemos probado todo. No es así. Él es siempre nuevo, siempre deslumbrante, siempre sorprendente.

      Nunca podemos decir que ya sabemos encontrarnos con él, porque él supera infinitamente todas nuestras experiencias. Él es siempre mucho más rico y lleno de hermosura de lo que nosotros podemos llegar a imaginar. Por eso cada día somos mendigos de su amor y de su presencia.

      Él está indicándonos un nuevo camino para encontrarnos con él. Y a través de las nuevas experiencias de la vida, también de las crisis, él nos va abriendo los senderos para descubrir algo que nunca habíamos experimentado. Él siempre está insinuando en el corazón una nueva invitación de amor. Vale la pena escucharlo.

      6 Recuerdo los momentos en que no disfruto algo que tengo entre manos porque estoy acelerado, pensando en otras cosas, y me imagino cómo sería un día de mi vida si me detuviera a vivir plenamente cada momento. Pido al Espíritu Santo que me libere de la ansiedad, y me detengo a vivir este momento, como si fuera el último de mi vida, sabiendo que es tan importante como lo que pueda hacer después. Entonces, me pongo a hacer una tarea con todo mi ser, ofreciéndola al Señor.

      Pido al Espíritu Santo que me impulse a evangelizar, que me quite el miedo y la vergüenza, y le ruego que se manifieste con poder a través de mí, que me regale valentía para reconocer mi fe, para hablar de Cristo a los demás, para expresar la alegría de haberlo encontrado. Y me imagino concretamente alguna situación en la que podré hacerlo.

      Hago una lista de los carismas que puedo descubrir en mi persona, todas las capacidades que el Espíritu puso en mí para brindar algo a los demás. Doy gracias al Espíritu Santo, que sembró en mí esos carismas, e intento ver cómo podría ejercitarlos mejor para bien de los demás.

      Es importante incluir aquí todo tipo de carismas, aun los que parecen más insignificantes: la capacidad de dar alegría con una sonrisa, la capacidad de tocar un instrumento musical, de dibujar, etc. Entonces, tomo la decisión de ejercitar esos carismas hoy mismo, para gloria del Espíritu Santo que me los ha regalado.

      7 “Cuando imaginamos al Espíritu como viento, dejemos espacio a la fantasía.

      El viento hincha las velas y empuja la barca; juega con las arenas del desierto derribando y remodelando dunas; encrespa y hace retumbar las olas del mar; transporta nubes y polen; ruge, silva, se calla… Dejémonos conducir o arrebatar por el Espíritu como por un viento” (L. Alonso Schökel).

      A veces queremos estar demasiado cómodos, y por eso preferimos que el Espíritu Santo no se meta demasiado en nuestra vida; queremos que todo


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