Cuánto pesa una cabeza humana. Alfonso Armada

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Cuánto pesa una cabeza humana - Alfonso Armada


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lejos

      de nuestra insaciable

      necesidad de ser.

      En mi ayuda vuelve Louise Glück y sus «Ecos»:

      «Cuando aún era niña

      mis padres se mudaron a un pequeño

      valle, rodeado de montañas

      en lo que se llamaba región de los lagos.

      Desde el jardín de la cocina

      se veían las cumbres

      cubiertas de nieve hasta en verano.

      Recuerdo un tipo de paz

      que no volví a conocer nunca

      […].

      Unos pocos años de fluidez

      seguidos de un silencio largo como el silencio en el valle

      antes de que las montañas te devolviesen

      tu propia voz transformada en la voz de la naturaleza.

      Ahora ese silencio me hace compañía.

      Pregunto: ¿de qué murió mi alma?

      y el silencio responde:

       si tu alma murió ¿de quién

       es la vida que vives y cuándo

      te volviste esa persona?».

      Yo también llevaba mucho tiempo en dique seco

      sin la menor necesidad de escribir poemas

      tal vez porque mi alma estaba muerta

      y soterrada.

      ¿Amor?

      Gracias a Basho sé

      que el poeta chino Chuang Tzu

      que vivió en el siglo iv antes de nuestra era

      como las secuoyas

      escribió preguntándose

      si había soñado con una mariposa

      o si fue la mariposa la que lo soñó.

      ¿Soñamos nosotros

      o estamos siendo soñados?

      La iglesia,

      frente al parque

      también estaba cerrada a cal y canto.

      Nadie se salva del miedo.

      Anota Basho:

      «Bajo las mantas

      sueño un país lejano.

      Ya cae la nieve».

      Y cuando la desesperación muestra los dientes

      yo sueño con haberme ido

      a un país cerca del mar,

      como si fuera posible

      alejarnos de lo que somos

      de lo que hemos hecho

      con el huerto y con nosotros

      con los animales

      y nuestra alma.

      En un puesto de libros «a la ribera del Sena, en una caja llena de novelas policiacas inglesas» Cioran encuentra «¡un San Juan de la Cruz en formato de bolsillo! Se debe, creo, al título: The Dark Night of The Soul».

      ¿Acaso no buscaba

      denodadamente

      Juan

      a Jesús

      como un detective

      del alma y del cuerpo?

      ¿Acaso no estamos ahora todos nosotros

      sumidos en una nueva interminable

      oscura noche del alma?

      Alguien en La Vanguardia

      evoca las palabras que Josep Pla

      en el Cuaderno gris

      dedicó a la insaciable gripe

      que tantas vidas se llevó por delante

      en 1918.

      Busco mi precioso ejemplar negro

      para retomar una lectura interrumpida

      hace demasiado tiempo.

      Lo abro donde lo dejé:

      18 de octubre.

      Lo juro.

      No me hago trampas al solitario.

      No fuerzo la suerte.

      Es lo que C llamaría un fractal

      y Jung un sincronismo.

      Anoto:

      «La gripe hace terribles estragos […]. Desde la calle se oían los llantos. Llantos en la casa y en la escalera del piso. Espectáculo impresionante, que contrasta con el aire vestido de la gente […]. Cuando se oye llorar, se toma un aire de buena persona […]. Cuando uno llora, ¿sufre? La que no llora, ¿sufre menos? […]. El entierro del señor Linares ha sido muy sentido. Por la noche, el tren pequeño nos lleva a casa, dentro de la luz incierta, pobre, de los vagones […]. El tren va lleno. Todos se sientan en un silencio agobiante. Los que vienen del mercado imitan a los que venimos del entierro. Si fuese posible imaginar un tren de pensadores, tendría el mismo aspecto […]. ¿En qué pensamos? Quizá en nada. El drama es que haya tantas cosas ante las cuales no se puede pensar en nada –tantas cosas ante las cuales el mecanismo mental es estéril».

      Pla parece estar parado ahí

      bajo las acacias espantosamente mutiladas de la calle del

      [Doce de Octubre

      que tan arbitrariamente me recuerda a Giorgio Morandi.

      ¿En qué pensamos?

      Nos devanamos los sesos.

      Nos entristecemos.

      Nos indignamos.

      Buscamos chivos expiatorios.

      Nos resignamos.

      Tratamos de vivir como vivíamos.

      «Éramos tan felices», dice Íñigo Domínguez en el periódico.

      No, no sólo de palabras vive el hombre,

      pero miro alrededor

      y miro adentro,

      y vuelvo a encontrarme con Paul Celan que

      en «Habla tú también»

      escribe:

      «Mira alrededor:

      mira cómo en torno todo deviene vivo –

      ¡Por la muerte! ¡Vivo!

      Verdad dice quien sombra dice».

       Día 6, viernes 20

      Han sido tan salvajes

      los podadores

      como forenses.

      La acacia

      que se timaba con la farola

      y que en noches de verano y de otoño

      se dejaba mecer

      y jugaba al escondite

      con las hojas

      ahora no es más que un muñón

      metafórico

      y real:


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