Vidas cruzadas: Prieto y Aguirre. José Luis de la Granja

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Vidas cruzadas: Prieto y Aguirre - José Luis de la Granja


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de centro-derecha24. Su vaticinio acertó plenamente, pues el proyecto de las Gestoras quedó bloqueado en ellas, durante sus dos años de vida, con el pretexto de la cuestión de Álava: su alta abstención en el referéndum (41,5 por cien), aunque la gran mayoría de los votantes alaveses (79 por cien) habían votado a favor del Estatuto25. El carlista José Luis Oriol, diputado por Álava, contando con el apoyo de la CEDA y otros grupos derechistas, propuso la retirada de dicha provincia del proceso autonómico vasco en las Cortes. Estas rechazaron su propuesta, pero también la de Aguirre, diputado por Vizcaya-provincia, que quería la permanencia de Álava sin necesidad de un nuevo plebiscito, planteado por los socialistas y los republicanos. El debate parlamentario de 1934 no llegó a resolver dicha cuestión previa, pero sirvió para dejar patente la oposición al Estatuto vasco por parte de las derechas, contrarias a las autonomías regionales, según reconoció Irujo, diputado por Guipúzcoa: «Con estas Cortes tenemos para sacar el Estatuto tanta dificultad como facilidad hubiéramos tenido en las anteriores […] nuestros enemigos de hoy son las derechas: los tres grupos, Ceda, agrarios y monárquicos de ambas ramas [carlistas y alfonsinos]»26.

      El bloqueo del Estatuto contribuyó a que el PNV de Aguirre rompiese con las derechas (incluida la CEDA) y se aproximase a las izquierdas de Prieto, por primera vez en su historia, en el verano de 1934, cuando nacionalistas y republicano-socialistas fueron juntos en la rebelión de muchos Ayuntamientos vascos contra el Gobierno de Samper (Partido Radical) en defensa del Concierto económico, por considerar que era vulnerado por medidas fiscales del Ministerio de Hacienda (docs. I. 44 y 45). Este conflicto culminó el 2 de septiembre con la famosa asamblea de Zumárraga: en ella los diputados del PNV y Prieto, que la presidió, se solidarizaron con los alcaldes y concejales vascos detenidos y represaliados por el ministro de la Gobernación, Rafael Salazar Alonso (doc. I.46). Dicha asamblea no tuvo ninguna eficacia práctica, pero sí un gran valor simbólico al escenificar el acercamiento político entre el PNV y las izquierdas, los enemigos del bienio 1931-1933.

      Tal aproximación quedó truncada un mes después al producirse la revolución socialista de octubre de 1934, desencadenada en protesta por la entrada de tres ministros de la CEDA en el nuevo Gobierno de Lerroux. Tras su fracaso, Prieto, que fue uno de los directores del movimiento revolucionario, logró escapar al extranjero, al igual que en las anteriores huelgas generales de 1917 y 1930. Después de Asturias y Cataluña, el tercer foco en importancia fue Euskadi, donde hubo 42 muertos. Al contrario de la Generalitat de Lluís Companys, que se sumó a la rebelión en Barcelona, el PNV no participó en ella, sino que se mantuvo neutral, y dio la consigna a sus seguidores de «absoluta abstención de participar en movimiento de ninguna clase»27. No obstante, sufrió la persecución gubernamental: el mismo Aguirre fue detenido, y sus dirigentes vizcaínos estuvieron encarcelados hasta la Navidad de 1934 (al igual que Azaña, preso en Barcelona). Pese a ello, el 6 de noviembre la minoría parlamentaria del PNV otorgó su voto de confianza al Gobierno radical-cedista de Lerroux, como forma de resaltar su carácter moderado y de marcar las distancias con los socialistas, que se hallaban ausentes de las Cortes. Esto no impidió que la prensa derechista atacase con acritud a los jelkides, a los que acusaba de ser «cómplices de la revolución». Tras ella, el PNV sufrió una crisis interna, puesta de relieve por su diputado alavés Francisco Javier Landaburu en esta esclarecedora carta a Aguirre28:

      En la vida de nuestro partido […], seguramente, jamás ha padecido crisis como esta.

      Nuestros enemigos se ceban en nosotros, nos acusan sabiendo que somos inocentes. […] Es indudable que, si no afiliados, hemos perdido ambiente. La gente de buena fe […] recela, vacila y se nos va, es indudable, se nos va.

      Es el momento de retroceder con dignidad a nuestras posiciones clásicas y a una táctica de la que acaso no debimos salir […]. Cuando se desatan todos los odios, cuando la gente se arrincona en el fascismo o en el comunismo, hemos de ser nosotros los que volvamos a levantar la bandera de Cristo como siempre la hemos mantenido, con virilidad, sin gazmoñerías, con ese admirable sentido liberal de nuestra raza, y exigir justicia social, sacando de este trágico experimento todas las consecuencias que a favor de las prácticas evangélicas y de los mandatos pontificios se deriven.

      1935 fue un año muy difícil para los dos líderes políticos objeto de este estudio. Desde su exilio en Francia y Bélgica, Prieto se volcó en reconstruir la alianza del PSOE con los republicanos de Azaña, achacando a su ruptura la derrota electoral de las izquierdas en 1933, tal y como analizó en un importante artículo, publicado en El Liberal el 14 de abril de 1935, que tuvo gran repercusión29. El mismo día, este diario bilbaíno dedicó un número extraordinario a la República con motivo del cuarto aniversario de su proclamación, en el cual colaboraron destacados dirigentes republicanos, con Azaña a la cabeza, propugnando la unión de las izquierdas. Desde entonces los dos únicos diputados de esta tendencia en el País Vasco se erigieron en los máximos valedores de la nueva coalición de las izquierdas españolas, que en 1936 se denominó Frente Popular. Manuel Azaña lo hizo a través de sus multitudinarios Discursos en campo abierto, el segundo de los cuales tuvo como escenario el campo de fútbol de Lasesarre en Baracaldo, feudo socialista de la margen izquierda de la ría de Bilbao30. Por su parte, Indalecio Prieto, atacado duramente por las Juventudes Socialistas radicalizadas en su folleto Octubre-segunda etapa, defendió sus Posiciones socialistas en una serie de artículos aparecidos en su periódico en mayo de 193531.Y en diciembre, estando clandestinamente en Madrid, consiguió imponerse a su gran rival, Francisco Largo Caballero, que dimitió como presidente del PSOE, en el Comité Nacional, el cual acordó aliarse de nuevo con los republicanos de izquierda, junto con otros partidos obreros32.

      José Antonio Aguirre se sintió obligado a salir al paso de las graves acusaciones lanzadas por las derechas contra el PNV mediante la temprana edición de su libro de memorias, titulado significativamente Entre la libertad y la revolución 1930-1935. La verdad de un lustro en el País Vasco (1935). Su motivo principal fue «la campaña injusta […] desatada contra el Nacionalismo Vasco y sus dirigentes», siendo esta su conclusión: «Hemos luchado entre la libertad que queremos alcanzar como nuestra y la revolución que, entorpeciendo su logro, era ajena a nosotros»33 (doc. I.47). En 1935 el PNV se encontraba aislado políticamente, tal y como reflejó el propio Aguirre en una carta al jesuita José María Estefanía, en la cual hacía un balance muy negativo del bienio radical-cedista34: El Estatuto —se pregunta— «¿se aprobará en estas Cortes? Francamente lo veo muy difícil»; «el Estatuto Vasco tendrá más dificultades cuanto más se acentúe el auge derechista, y tendrá más facilidades a medida que decrezca aumentando la izquierda. Esta es nuestra tragedia». ¿Cuál era la tragedia del PNV, según Aguirre? Se refería al hecho de que su partido católico y conservador veía imposible alcanzar su objetivo político en la República, que era el Estatuto de autonomía para Euskadi, con las derechas católicas, de las que ya le separaba un abismo, mientras que era factible con las izquierdas, a las que Aguirre consideraba sectarias en dicha carta. En ella acertó al vaticinar la posición centrista del PNV en las siguientes elecciones: «De nuevo lucharemos solos contra dos bloques; uno el de izquierdas que volverá lleno de sectarismo, otro el de derechas pletórico de suicida incomprensión».

      La ruptura total del PNV y las derechas se confirmó unos meses más tarde, a finales de 1935, cuando José Calvo Sotelo, el jefe monárquico de Renovación Española, primero en un mitin en San Sebastián y después en un discurso en las Cortes, atacó a los diputados del PNV con sus célebres frases «antes una España roja que una España rota» y «entregaros el Estatuto […] sería un verdadero crimen de lesa patria»35. Entonces, en otro mitin en San Sebastián, Manuel Irujo le replicó tajantemente: «Nosotros pedimos lo nuestro, lo que nos pertenece. ¿Que las derechas españolas nos lo niegan? Nosotros, con la confianza en Dios y en nuestro esfuerzo, bendeciremos la mano por medio de la cual nos llegue el Estatuto»36. Como escribió Juan Pablo Fusi, «Irujo acababa de bendecir sin saberlo la mano de Indalecio Prieto»37. En efecto, el Estatuto vasco llegó de la mano de Prieto en 1936, tras la victoria del Frente Popular,


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