Alcohólicos Anónimos llega a su mayoría de edad. Anonimo
Читать онлайн книгу.se desintegraría totalmente. No hay palabras para describir lo que significó para nosotros los A.A. su sabio consejo y su pulso firme en ese período turbulento.
Luego el Sr. Harrison nos presentó a un nuevo amigo, Henry Mielcarek, contratado por Allis-Chalmers para atender el programa de alcoholismo en esa gran compañía. Con la competente ayuda de Dave, un miembro de A.A. con un puesto parecido en la compañía Dupont, el Sr. Mielcarek abrió los ojos de la audiencia a las posibilidades de la aplicación de A.A. y sus principios en la industria. Nuestra visión de A.A. en la industria fue ampliada aún más por el orador final, el Dr. John L. Norris6 de la compañía Eastman-Kodak. Había venido a la Convención con doble papel. Uno de los pioneros en introducir A.A. en la industria, él fue también durante mucho tiempo custodio de la Junta de Servicios Generales de A.A., un trabajador muy dedicado y generoso. Nuevamente nosotros los que estábamos sentados en el auditorio, nos preguntamos: ¿Qué podríamos haber hecho sin amigos como estos?
El segundo día de la Convención hubo una reunión sobre “A.A. en las instituciones”. Los oradores nos guiaron en un recorrido por lo que antes habían sido los fosos más sombríos en los que los alcohólicos podían encontrarse sufriendo: la prisión y el hospital mental. Se nos dijo que una nueva esperanza y una nueva luz habían entrado en esos lugares que en tiempos pasados eran de total oscuridad. La mayoría de nosotros nos quedamos asombrados al enterarnos de los avances que ha hecho A.A., con grupos en 265 hospitales y 335 prisiones7 de todo el mundo. Anteriormente sólo el 20 por ciento de los alcohólicos liberados de las prisiones o las instituciones lograban mantenerse alejados de la bebida. Pero desde la llegada de A.A., el 80 por ciento de los liberados han encontrado la libertad permanente.
Dos miembros de A.A. avivaron este panel y nuevamente nuestros fieles amigos no alcohólicos estaban representados. Entre ellos estaba el Dr. O. Arnold Kilpatrick, psiquiatra director de una institución mental de Nueva York, que nos informó sobre los maravillosos progresos de A.A. en su hospital. A continuación habló el Sr. Austin MacCormack, antiguo comisario de correccionales de la ciudad de Nueva York, y ahora profesor de criminología en la Universidad de California. Este hombre era un viejo amigo nuestro, un amable y dedicado colega que había servido mucho tiempo como custodio en la época de la Fundación Alcohólica de A.A. Cuando se trasladó al oeste, fue un beneficio para California y una pérdida correspondiente para la Sede de A.A. Y ahora estaba de nuevo con nosotros contándonos que se había mantenido en contacto con las autoridades de prisiones de todas partes de América. Así como el Dr. Kilpatrick había conformado el progreso de A.A. en las instituciones mentales, así también Austin MacCormack, con la autoridad nacida de la experiencia, nos informó sobre la creciente influencia de los grupos de A.A. en las prisiones. De nuevo nuestra visión se amplió y se alegraron nuestros espíritus.
Durante la reunión se celebraron muchas reuniones regulares de A.A. En esas reuniones, y en los pasillos, cafeterías y habitaciones de hotel, estábamos constante y agradecidamente pensando en nuestros amigos y en todo lo que la Providencia les había encomendado hacer por nosotros. A menudo pensábamos en los que no estaban allí con nosotros: los que habían fallecido, los que estaban enfermos, y los que simplemente no pudieron asistir. Entre estos últimos echamos mucho de menos a los custodios Jack Alexander, Frank Amos, el Dr. Leonard Strong, Jr., y Frank Gulden.
Sobre todo, por supuesto, hablamos acerca del cofundador, el Dr. Bob, y su esposa, Anne. Algunos de nosotros podíamos recordar aquellos primeros días de 1935 en Akron donde se encendió la chispa que se convertiría en el primer grupo de A.A. Algunos podíamos volver a contar las historias que se habían contado en la sala de estar del Dr. Bob en su casa de la Avenida Ardmore. Y podíamos recordar a Anne sentada en un rincón de la sala frente a la chimenea leyendo de la Biblia la advertencia de Santiago de que “la fe sin obras es fe muerta”. De hecho teníamos con nosotros en la Convención al joven Bob y su hermana Sue, que habían visto los comienzos del primer grupo de A.A. También estaba allí el marido de Sue, Ernie, el A.A. número cuatro. Y el buen Bill D., el A.A. número tres, estaba representado por su viuda, Henrietta.
Todos estábamos rebosantes de alegría de ver a Ethel, la mujer de la región Akron-Cleveland con más tiempo de sobriedad, cuya historia conmovedora ahora se puede leer en la Segunda Edición del libro de A.A. Ella nos hizo recordar a todos los pioneros de Akron, una docena y media de ellos, cuyas historias formaron la espina dorsal de la primera edición del libro Alcohólicos Anónimos, y quienes, junto con el Dr. Bob, habían creado el primer grupo de A.A. del mundo.
Según se iban desenvolviendo las historias, vimos al Dr. Bob entrando por la puerta del hospital de Santo Tomás, el primer hospital religioso en aceptar a posibles miembros de A.A. para tratamiento en plan regular. Allí se desarrolló la magnífica colaboración entre el Dr. Bob y la incomparable Sor Ignacia8, de las Hermanas de la Caridad de San Agustín. Su nombre nos trae a la mente la clásica historia acerca del primer borracho que trataron ella y el Dr. Bob. La supervisora nocturna de la planta donde trabajaba la Hermana Ignacia no tenía mucha simpatía por los alcohólicos, especialmente por los que sufrían de los delirium tremens, y el Dr. Bob había llegado solicitando un cuarto privado para su primer cliente. Sor Ignacia le dijo: “Doctor, no tenemos camas ni mucho menos un cuarto privado; pero haré lo que pueda”. Y luego, con astucia, introdujo en la floristería del hospital al primer tembloroso candidato de A.A. para admisión. Desde ese comienzo inseguro de hospitalización en nuestra época pionera, vimos al creciente desfile de enfermos alcohólicos pasar por las puertas del Hospital de Santo Tomás y salir de nuevo al mundo, la mayoría de ellos para no volver nunca al hospital excepto para visitar a otros. Desde 1939 hasta el día que el Dr. Bob nos dejó en 1950, más de 5,000 alcohólicos habían recibido tratamiento. Y así la obra del Dr. Bob, su esposa Anne, Sor Ignacia y los pioneros de Akron nos ofrece un ejemplo de la puesta en práctica de los Doce Pasos de A.A. que servirá para siempre.
Esta gran tradición vive todavía encarnada en la persona de Sor Ignacia. Ella sigue realizando su obra animada por el amor en el Hospital de la Caridad San Vicente en Cleveland, donde los agradecidos A.A. del área han contribuido con energía y dinero para reconstruir un viejo pabellón del edificio al que han puesto el nombre de “la Sala del Rosario” reservado para el uso exclusivo de Sor Ignacia y sus colaboradores. Ya han tratado a más de 5,000 casos.9
Muchos miembros de A.A. creen hoy día que entre las vías más seguras hacia la sobriedad figuran las ofrecidas por los hospitales religiosos que cooperan con nosotros. Sin duda aquellos que han pasado por el Hospital Santo Tomás de Akron, y el de San Vicente de Cleveland, coincidirán con esta opinión. Esperamos que, con el tiempo, los hospitales afiliados a todas las religiones sigan el ejemplo de estos dos magníficos pioneros. Lo que han logrado Sor Ignacia y sus colegas en Santo Tomás es un comienzo formidable. Pero es posible que en el futuro sean reconocidos más debido a las grandes obras inspiradas y motivadas por su ejemplo.
En 1949, diez años después de iniciar los trabajos pioneros del Dr. Bob y la Hermana Ignacia, los A.A. de todo el estado de Ohio se dieron profunda cuenta de la importancia de ese trabajo. Se formó un comité encargado de colocar una placa conmemorativa en el pabellón para alcohólicos del Hospital Santo Tomás, para expresar claramente lo que muchos de nosotros creíamos y sentíamos. Me pidieron que escribiera el texto y que presidiera la ceremonia de dedicación. Anne había fallecido recientemente pero el Dr. Bob podía estar con nosotros. Como era costumbre en ella, la Hermana Ignacia no quiso que se inscribiera su nombre en la placa. El sábado, 8 de abril de 1949, por la tarde, celebramos la ceremonia de desvelar la placa conmemorativa y la presentamos al hospital. Lleva inscritas las siguientes palabras:
CON AGRADECIMIENTO
LOS AMIGOS DEL DR. BOB Y ANNE S.
DEDICAMOS CON CARIÑO ESTA PLACA
CONMEMORATIVA
A LAS HERMANAS Y AL PERSONAL
DEL HOSPITAL SANTO TOMÁS
DE AKRON, LUGAR DE NACIMIENTO DE
ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS, EL HOSPITAL SANTO TOMÁS
FUE LA PRIMERA INSTITUCIÓN RELIGIOSA EN ABRIR SUS
PUERTAS A NUESTRA SOCIEDAD