Solo quiero que me quieran. Micaela Menárguez Carreño

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Solo quiero que me quieran - Micaela Menárguez Carreño


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ELIJO MI DESTINO

      UNA DE LAS MEJORES COSAS QUE nos pasan a las personas es que podemos decidir acerca de nosotros mismos.

      Decidimos quiénes queremos ser, y cómo vamos a serlo.

      Decidimos si nos levantamos temprano o no, qué comemos, qué bebemos y a qué hora nos vamos a dormir.

      Decidimos si queremos trabajar con rigor, o de un modo superficial.

      En las relaciones humanas, decidimos cómo tratar a los demás:

       a qué distancia emocional queremos a las personas de nuestro entorno: cerca, muy cerca, lejos o muy lejos;

       si seremos acogedores y simpáticos, o más bien bordes, tomándonos a mal todo lo que nos digan;

       si vamos a criticarlos, o preferimos hablar bien de ellos;

       si perdonamos una impertinencia, o no volvemos a dirigirle la palabra.

      Mis alumnos reconocen que somos nosotros mismos quienes nos ganamos a pulso lo que nos pasa, porque somos nosotros solitos quienes nos metemos en los charcos. Y, naturalmente, los charcos nos salpican.

      La libertad, esa cualidad que nos permite hacer una dieta, entrenar para encontrarnos bien, esforzarnos por agradar a una persona, nos permite también elegir si tenemos o no relaciones sexuales, cuándo, cuántas veces, dónde y con quién. Si el ser humano no fuera libre estaría determinado en su sexualidad, como ocurre con los animales, y no sería posible que alguien eligiera renunciar a las relaciones sexuales. Eso existe y se llama celibato, una palabra que empieza a sonar algo antigua, y muchos en mis clases no saben qué significa. Pero la verdad es que hay gente así, en nuestro siglo y en todos los anteriores, que deciden no tener relaciones sexuales nunca. «¿Nunca nunca? —preguntan—. Y eso, ¿cómo es posible?».

      Pero para tener éxito al elegir mi destino tengo que ser capaz de hacer lo que me propongo. Por ejemplo, si quiero sacar buenas notas, pero no soy capaz de estudiar más de quince minutos seguidos, entonces tengo un problema. Porque mi voluntad no está entrenada para hacer las cosas que me gustaría hacer y para elegir mi destino. Si quiero ayudar en una tarea de voluntariado un sábado a primera hora de la mañana pero no soy capaz de levantarme temprano y acudir al punto de reunión con el resto de los voluntarios, me perderé una experiencia que yo había elegido y que era buena para mí.

      Por lo tanto, el primer paso es saber a dónde quiero ir realmente.

      Y el segundo es saber si estoy preparado para ir allí, si dispongo de las herramientas para conseguirlo.

      Si no tengo esas herramientas, debo saber qué he de hacer para adquirirlas. Porque el ser humano es tan genial, tan rematadamente genial y completo, que, si la meta es posible y él hace lo que está en su mano, lo más seguro es que tenga éxito.

      [1] Karol WOJTYLA, Persona y acción. Palabra, 2011.

      2.

      ¿POR QUÉ NO SOY LIBRE?

      LOS SENTIMIENTOS SON BUENOS, muy buenos. Me enseñan a ser afectuoso con los demás, a hablar bien de las personas.

      Pero a veces los sentimientos quieren gobernarnos. Quieren ocuparlo todo, y mandar en nuestra vida. Si estamos tristes, quieren que lo estemos todo el día, y así no hay quien trabaje, ni estudie ni atienda en clase. Si nos hemos enamorado, quieren que pensemos en eso y en nada más.

      Los sentimientos son buenos porque nos ayudan a relacionarnos con el mundo, pero tenemos que ordenarlos. No podemos dejar que ocupen todo el espacio, pues entonces no iremos a donde queremos, sino a donde ellos nos lleven. Nuestra inteligencia, que ilumina nuestra vida, tiene que ser la que mande. Pero esto requiere entrenamiento.

      La inteligencia es la que ordena nuestros sentimientos, y la voluntad la que hace que el cuerpo vaya a donde queremos.

      Mis alumnos suelen preguntar cómo conseguir eso, pues parece muy difícil, en especial cuando te enamoras. Están de acuerdo en que hay que sobreponerse a un estado de ánimo, a una mala noticia, o a un enamoramiento tóxico, pero la mayoría no sabe cómo.

      El caso es que, si estoy acostumbrado a obtener todas las cosas que me gustan de manera inmediata, si no sé esperar, cuando no las consigo me lleno de tristeza; una tristeza insuperable, que no puedo controlar. En ese caso, mi deseo me gobierna y no voy a donde quiero, sino a donde mi deseo me lleva.

      Si me enamoro locamente de un chico que sólo me quiere para usarme y después dejarme, ese enamoramiento puede llevarme a acceder a lo que pida, aunque yo realmente no lo quiera, porque sé que me hace daño y luego me sentiré fatal. Pero como no tengo ordenados los sentimientos y las emociones, accedo. En estos casos, los sentimientos se han convertido en tiranos, que me obligan a hacer lo que no quiero, y a sufrir luego por ello y por no haber sido fuerte.

      Pero puedo elegir mi destino. Puedo hacer lo que yo quiero y puedo ir a donde decida ir. Lo único que se requiere es entrenar la voluntad. Y eso, poco a poco. Por ejemplo, si normalmente me levanto a las diez y quiero madrugar, no puedo proponerme levantarme a las siete; tengo que empezar por levantarme a las nueve y media durante un tiempo, y cuando lo consiga, a las nueve, y así, hasta llegar a la hora deseada.

      Si quiero estudiar cuatro horas al día, antes tengo que estudiar una, con aprovechamiento. Y después una y media, o dos. Y así, hasta llegar a mi meta.

      Y si me quiero comprar un nuevo móvil, y quiero adiestrar mi voluntad para ser bien fuerte, aunque tenga el dinero necesario puedo esperar un mes y seguir usando el viejo. Será mejor, entrenaré mi voluntad y luego lo disfrutaré mucho más.

      La elección de la persona adecuada para compartir la vida es la más importante de todas. Es más importante que la elección de carrera, o de trabajo, o de amigos. Es lo que en gran medida va a determinar la felicidad del ser humano sobre la tierra. Si esa elección está determinada únicamente por los sentimientos, lo más seguro es que nos equivoquemos.

      Eso no significa que los sentimientos no sean importantes.

      No significa que el enamoramiento no sea importante; significa que no garantizan el éxito de una relación.

      Mucha gente se casa por amor, pero no tienen en cuenta las afinidades necesarias para alcanzar una relación estable, y por eso se tambalean. Las afinidades proceden de asomarse a la vida de forma parecida, de compartir una cultura y un nivel educativo similar, de compartir quizá la misma religión...

      Se sufre mucho en una relación sin afinidades, y casi siempre se termina en ruptura.

      3.

      ¿ME HAN ROBADO LA INFANCIA?

      DESDE HACE AÑOS ME REÚNO con grupos de chicos y chicas de los últimos cursos de educación secundaria o bachillerato. A veces son todos de la misma escuela. Otras, el grupo procede de escuelas distintas, con formación y educación diferentes. En todas esas sesiones, al final surgen las mismas preguntas:

      «¿Por qué no son buenas las relaciones sexuales a mi edad?».

      «¿Por qué no puedo hacer lo mismo que todo el mundo?».

      Y, aunque no lo pregunten, muchas de las chicas se cuestionan las mismas cosas:

      «¿Por qué no acabo de sentirme cómoda, a mi edad, ante una relación sexual?».

      «¿Qué es lo que hace que, a pesar de sentirme moderna y actual con ese comportamiento, no termine de sentirme bien conmigo misma?».

      En algunos casos, se habla de una especie de infancia robada, ya que, a muy temprana edad, adoptan actitudes que tienen más que ver con el mundo adulto. “Se pierden” la infancia, como quien deja de ver tres capítulos de una serie y le faltan elementos para entender la trama


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