La vida de los Maestros. Baird T. Spalding

Читать онлайн книгу.

La vida de los Maestros - Baird T. Spalding


Скачать книгу
vemos más que al Cristo en todo y en cada instante. Haciendo eso somos invisibles para vosotros. Gracias a nuestra visión perfecta, vemos la perfección, en tanto que con la vuestra imperfecta veis la imperfección.

      »Nuestra doctrina os parecerá de naturaleza inspirada hasta que toméis contacto con un Maestro capaz de instruiros, y hayáis podido elevar vuestra conciencia al punto de vernos y hablarnos como ahora. No hay ninguna inspiración en el hecho de hablar o probar a hablar con alguien. Nuestra enseñanza conduce al punto donde se puede recibir una verdadera inspiración. Pero proviene exclusivamente de Dios. Dejando a Dios expresarse por vosotros, viviréis con nosotros.

      »La imagen ideal de la flor en sus más íntimos detalles existe en el grano. Es necesario un proceso continuo de preparación para que el grano crezca, se multiplique, se expanda y se transforme en una flor perfecta. Cuando la imagen interior está acabada en sus últimos detalles, la flor aparece en toda su magnificencia Dios tiene en su pensamiento la imagen ideal de cada hijo, la imagen perfecta por la cual desea expresarse.

      »En ese modo ideal de expresión, aventajamos en mucho a la flor cuando dejamos a Dios expresarse a través de nosotros según su propia idea. Cuando tomamos las cosas en nuestras manos es cuando estas comienzan a estropearse. Esta doctrina se aplica a todos y no a una minoría. Se nos ha demostrado que no somos diferentes de vosotros por naturaleza, sino solamente por grados de comprensión.

      »Todos los cultos, todos los “ismos”, credos y puntos de vista dogmáticos están bien, ya que conducirán finalmente a sus adeptos a la conclusión de que existe un factor subyacente común, real y mal conocido, algo profundo, que ellos no han alcanzado. Entonces comprenderán que han tomado contacto con los bienes que les pertenecen por derecho y de los cuales podrían y deberían ser los legítimos propietarios. Es esto lo que empujará al hombre hacia adelante. Sabe que hay alguna cosa que poseer. No la tiene, pero podría poseerla. Esto lo estimulará hasta que consiga sus fines.

      »He aquí cómo se efectúan los progresos en todos los dominios. Primero, la idea de progreso se tiene fuera de Dios y se introduce en la conciencia humana. El hombre percibe un fin susceptible de ser alcanzado por sus esfuerzos. Entonces, generalmente comienza sus equivocaciones. En lugar de reconocer la fuente de donde emana la idea, se figura que la idea proviene enteramente de él. Se aleja de Dios, en lugar de dejar a Dios expresarse por él, la perfección que Dios ha concebido para él. Se expresa a su manera y produce imperfectamente lo que habría debido ser manifestado con perfección.

      »El hombre debería tener conciencia de que toda idea es una expresión directa y perfecta de Dios. Tan pronto como esta llega a su espíritu, debería hacer su ideal expresando a Dios, no aportar más su grano de sal mortal y dejar a Dios exteriorizarse a través de él de una forma perfecta. Entonces el ideal aparecerá bajo una forma perfecta. Dios está por encima del dominio mortal. El materialismo no puede aportar ninguna idea a Dios. Si el hombre tuviera conciencia de todo esto y actuara en consecuencia, no tardaría en expresar la perfección. Es absolutamente necesario que la humanidad franquee el estadio en que se apoya sobre sus fuerzas psíquicas y mentales. Es necesario que se exprese directamente a partir de Dios. Las fuerzas psíquicas están creadas únicamente por el hombre y de tal modo que le pueden alejar del camino recto».

      XVI

      A la mañana siguiente nos levantamos temprano, y estuvimos preparados para el desayuno a las seis y media. En el momento en que atravesábamos la calle que separaba nuestro alojamiento del local donde desayunamos, encontramos a nuestros amigos los Maestros que tomaban el mismo camino. Caminaban y conversaban entre ellos como simples mortales. Nos saludaron y nosotros expresamos nuestra sorpresa de encontrarlos de ese modo.

      Ellos respondieron: «Somos hombres similares a vosotros. ¿Por qué os obstináis en considerarnos como seres diferentes? No nos diferenciamos de vosotros en nada. Hemos desarrollado simplemente más los poderes que Dios nos da a todos».

      Preguntamos entonces: «¿Por qué somos incapaces de realizar las mismas obras que vosotros?». La respuesta fue: «Y todos aquellos con quien entramos en contacto, ¿por qué no nos siguen y cumplen las obras? No podemos, ni deseamos imponer nuestros métodos. Cada cual es libre de vivir y hacer su camino como le parezca. No buscamos más que mostrar el camino fácil y simple que hemos probado y encontrado satisfactorio».

      Nos sentamos a la mesa y la conversación giró sobre los acontecimientos de la vida corriente. Yo estaba lleno de admiración, ante los cuatro hombres que estaban sentados frente a nosotros. Uno de ellos había acabado casi después de dos mil años la perfección de su cuerpo y podía llevarlo donde quisiera. Había vivido un millar de años en la tierra y conservaba la actividad y la juventud de un hombre de treinta y cinco años.

      Al lado de él estaba un hombre de la misma familia, pero más joven en cinco generaciones. A pesar de haber vivido setecientos años sobre la tierra, no parecía haber alcanzado los cuarenta. Su ancestro y él podían pasar por dos hombres ordinarios y no se privaban de ello.

      Después venía Emilio, que había vivido ya más de quinientos años y parecía tener sesenta. Y al final Jast, que tenía cuarenta años y lo parecía. Los cuatro conversaban como hermanos, sin el menor sentimiento de superioridad. A pesar de su amable simplicidad, cada una de sus palabras denotaba una lógica perfecta y mostraba que conocían el tema a fondo. No presentaban traza ni de mito ni de misterio. Se presentaban como hombres ordinarios en asuntos corrientes. Me costaba creer que no se trataba de un sueño.

      Después de la comida, uno de mis compañeros se levantó para pagar la cuenta. Emilio dijo: «Vosotros sois aquí mis huéspedes». Y le tendió a la posadera una mano que nosotros creíamos vacía. Al mirarla vimos que contenía el importe exacto de la cuenta. Los Maestros no llevan consigo dinero, y no tienen necesidad de que nadie se los suministre. En caso de necesidad, el dinero aparece en sus manos sacado directamente de la Sustancia Universal.

      Al salir del albergue, el Maestro que acompañaba a la quinta sección nos estrechó la mano diciendo que era necesario que volviera a su grupo, después de lo cual desapareció. Anotamos la hora exacta de su desaparición y pudimos comprobar más tarde que se había reunido con su sección unos diez minutos después de habernos dejado.

      Pasamos el día con Emilio, Jast y nuestro «amigo de los archivos», como lo llamábamos, y paseamos por el pueblo y los alrededores. Nuestro amigo contó con verismo detalles de la estancia de doce años de Juan Bautista en el pueblo. En efecto, esas historias nos fueron presentadas de una manera tan nítida que tuvimos la impresión de revivir un oscuro pasado, hablando y marchando con Juan. Hasta entonces nosotros habíamos considerado siempre a esta gran alma como un carácter mítico evocado mágicamente por los mistificadores. A partir de ese día, Juan se volvió para mí un verdadero carácter viviente. Lo imagino como si pudiera verlo, paseándose como nosotros en el pueblo y sus alrededores y recibiendo de esas grandes almas una enseñanza tal que lo llevó a captar completamente las verdades fundamentales.

      Durante toda la jornada, anduvimos de acá para allá, escuchando interesantes relatos históricos, oímos la lectura y traducción de documentos sobre el mismo lugar donde los hechos relatados habían pasado hace miles de años. Después volvimos al pueblo, antes de la caída del sol, muy fatigados.

      Nuestros tres amigos no habían dado un paso menos que nosotros, pero no mostraban el menor signo de lasitud. En tanto que nosotros estábamos cubiertos de barro, de polvo, de sudor, ellos estaban frescos y dispuestos, y sus vestimentas blancas estaban inmaculadas como a la partida. Ya habíamos notado que las vestimentas de los Maestros no se ensuciaban jamás, y les habíamos preguntado sobre ello, pero sin obtener respuesta.

      Esa noche la pregunta fue renovada y nuestro amigo de los archivos replicó: «Esto os sorprende, pero nosotros nos sorprendemos más todavía del hecho de que un grano de sustancia creada por Dios pueda adherirse a otra creación de Dios a la cual no pertenece, a un lugar donde no es deseada. Con una concepción justa esto no sucedería, ya que ninguna parcela de la sustancia de Dios puede encontrarse colocada en mal lugar».

      Un segundo más tarde constatábamos que nuestros vestidos y cuerpos estaban limpios como los de los Maestros. La transformación tuvo lugar instantáneamente


Скачать книгу