La filosofía política de Carlos Gaviria. Iván Darío Arango

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La filosofía política de Carlos Gaviria - Iván Darío Arango


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(ver anexo), que le propuse al periódico El Colombiano con ocasión de la llegada de Gaviria al Senado en el 2002 y que se publicó el 21 de julio de ese año.

      El tercero es muy reciente y busca llegar al núcleo de la filosofía de Carlos Gaviria, que está en su idea sobre los rasgos de la persona y en su convicción sobre la subordinación de la política a la ética. El cuarto fue escrito en el año 2005 como réplica a un columnista extremadamente sectario, quien en alguna de sus columnas llegó a afirmar que el entonces senador aprobaba la combinación de las formas de lucha, lo cual ponía en peligro su vida. Por esa razón, yo había escrito réplicas similares en años anteriores, incluida la entrevista “De la palabra liberal abusan”. El quinto texto, “El curso básico de filosofía política”, presenta una reflexión sobre los principios de la democracia y sus mayores críticos, y vuelve a la pregunta que formuló Carlos Gaviria en su última conferencia: ¿cómo educar para la democracia?

      Hay comportamientos que solo al individuo atañen y sobre los cuales cada persona es dueña de decidir

      Carlos Gaviria

      En Colombia tenemos un partido liberal, pero no tenemos una mentalidad liberal; por esta razón las intervenciones y las ponencias de Carlos Gaviria han causado tanta sorpresa en la sociedad colombiana y hasta en algunos círculos intelectuales.

      Nuestra sociedad es tradicional y todavía encuentra inmensos obstáculos para entender los principios de convivencia propios de la cultura moderna; principios que, por una parte, corresponden a la filosofía liberal, pero, por la otra, constituyen la base de la democracia.

      En varios de sus textos, Gaviria ha logrado expresar con una claridad y una precisión extraordinarias los principios básicos de la filosofía liberal, y lo ha logrado en unos términos que hacen de su liberalismo una variante novedosa frente al legado de los autores clásicos. Para entender la pertinencia de su pensamiento, es necesario afirmar de entrada que él consigue avanzar sus argumentos apoyado en evidencias empíricas y en una conceptualización filosófica presentada en el estilo directo, sin rodeos, de quien tiene algo para decir, razón por la cual encuentra el lenguaje apropiado para que el lector no se pierda en palabras ni en tecnicismos y pueda ocuparse de las solas ideas.

      La realidad de las diferencias

      La filosofía de Gaviria, como toda la tradición liberal, parte de la realidad empírica que tienen las diferencias de creencia y de opinión. Desde el siglo xvii, a raíz de las guerras de religión, quedó plenamente claro que la diversidad es inevitable, que las diferencias de criterio y de convicción se dan como se presentan los hechos más inmediatos, lo cual permitió entender, por fin, que no eran resultado del egoísmo o de la mala voluntad de algunos que estaban empeñados en contrariar a quienes aseguraban haber encontrado el único camino de salvación. Así pues, como lo afirma Gaviria, “[...] lo que cada persona puede hacer es reclamar del Estado un ámbito de libertad que le permita vivir su vida moral plena, pero no exigirle que imponga a todos como deber jurídico lo que ella vive como obligación moral” (2001, párr. 10).

      Sobre la base incontrovertible de la diversidad empírica de creencias y de opiniones, las cuales determinan las diversas formas de vida de las personas, nuestro autor insiste, además, en que “hay comportamientos que solo al individuo atañen y sobre los cuales cada persona es dueña de decidir” (1998, p. 49). Se trata de una esfera de actividad que al derecho le corresponde proteger ante cualquier interferencia, venga de donde venga, ya sea de los particulares, de la sociedad o del Estado.

      Queda entonces establecido que el objeto del derecho, del orden jurídico, consiste, ante todo, en la protección de una esfera personal de actividad, por lo cual la libertad es entendida, esencialmente, como la seguridad que ofrece o garantiza la ley ante la eventualidad de cualquier arbitrariedad que pretenda influir o intervenir en el ámbito privado.

      En sus argumentos para sustentar lo anterior, el ilustre jurista acude a diferentes autores, especialmente a Herbert Hart, Hans Kelsen, Immanuel Kant e Isaiah Berlin, pero en sus ponencias insiste, con mejores razones, en la existencia de un ámbito propio que merece ser sustraído de todo control. En este punto surge la pregunta sobre cuáles son las consideraciones que Gaviria hace para justificar la protección, por parte de la ley, de actividades que habría que aceptar como eminentemente personales, aun cuando toda una tradición nos lleva a creer que son asunto de la comunidad y que es preciso intervenir, olvidando que esos controles exteriores, por lo general, carecen de crédito —ni siquiera son persuasivos— para quien tiene otros motivos a la hora de elegir.

      Ya no basta decir que las diferencias son obvias, porque encontramos, de hecho, las más diversas formas de vida, de culturas, de religiones, de partidos, de asociaciones o de intereses. Así que no podemos hablar de simples preferencias, como si elegir o decidir fueran cuestiones de gusto, acciones fáciles, similares a la actitud de un consumidor que, frente a un artículo cualquiera, lo toma o lo deja.

      No es esa la idea que aparece en los textos de Gaviria, ya que él tiene una concepción más compleja de todo lo que conlleva una elección o una decisión. No hay nada que permita acercar su filosofía liberal al neoliberalismo o a los clásicos del liberalismo económico; sus presupuestos morales son otros, puesto que se ocupa de aclarar el derecho de las personas en situaciones límites, dramáticas, donde el sujeto elige en forma muy radical, no mediante mero cálculo, sobre su salud o sobre su vida.

      La verdad del pluralismo

      Hasta ahora nos hemos movido dentro de los principios básicos del liberalismo político: la tolerancia o el respeto a las diferencias; este último, un concepto que nos provoca dudas, aunque haya sido una verdadera conquista de la civilización.

      Generalmente, nos parece que un respeto apenas formal corresponde a una actitud indiferente frente a diferencias que carecen de relevancia y que, por lo mismo, se considera que son asunto privado; sería como decir “allá cada uno con la elección que mejor le parezca”. Sin embargo, esta no es la posición que encontramos, por ejemplo, en la ponencia de Carlos Gaviria “Despenalización del consumo de la dosis personal de estupefacientes” y en su texto inédito “Fundamentos ético-jurídicos para despenalizar el homicidio piadoso consentido”.

      El respeto que manifiesta el autor en esos textos no es solo formal, vacío de consideraciones morales, sino todo lo contrario. Es un respeto actitudinal que busca comprender la situación de la persona y que, por lo mismo, se niega a idealizar el concepto básico de la libertad de acción, puesto que al hacerlo se desconocen las diferentes opciones que se presentan de hecho ante el sujeto moral, las cuales llegan hasta el límite donde “puedo libremente elegir entre la vida y la muerte, del mismo modo que optar por quedarme quieto es una manera de ejercitar mi libertad de movimiento” (Gaviria, 2001, párr. 9).

      Pienso que la fuerza de los argumentos de Gaviria reside en la percepción franca y lúcida que tiene sobre la libertad, el concepto moral que más fácilmente se presta para retorcimientos y manipulaciones, pero que, sin duda alguna, es el concepto rector de la razón práctica o de la filosofía moral. La libertad es como una brújula cuando se trata de hacer juicios de valor, y una brújula es algo que se tiene o que no se tiene. No tenerla es forjarse una idea falsa de lo que es la libertad, es creer que esta es lo mismo que la razón y el conocimiento, que la igualdad, la virtud o cualquier otro valor.

      Ahora bien, no hay duda de que en el concepto de libertad existe un presupuesto individualista, propio de la filosofía liberal, pero que se expresa en la pluralidad de los valores y de los fines de la acción humana. Toda la dificultad reside en entender que los propósitos de la vida no tienen que coincidir y que es inútil tratar por la fuerza de que sea así, lo cual no implica que sea imposible llegar a acuerdos.

      En cuanto a lo anterior, es preciso afirmar que la democracia requiere del reconocimiento de la independencia individual. La base del argumento ya no es empírica, sino conceptual. Si hasta los propósitos más elevados de la vida, los valores morales, no coinciden, y en ocasiones no son siquiera compatibles y pueden llegar a chocar, es sencillamente porque la persona, con toda su singularidad, es en sí misma fuente de tales propósitos y fines, y, por lo mismo, merece


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