Obras Inmortales de Aristóteles. Aristoteles

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Obras Inmortales de Aristóteles - Aristoteles


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el conocimiento sería todavía imposible. Nosotros creemos saber cuándo conocemos las causas; y no es posible que en un tiempo finito podamos recorrer una serie infinita.

      Parte III

      Los que escuchan a otro están sometidos al influjo de la costumbre. Nos gusta que se utilice un lenguaje conforme al que nos es familiar. Sin esto las cosas no nos parecen ya lo que nos parecen; se nos figura que las conocemos menos, y nos son menos familiares. Lo que nos es habitual, nos es, en efecto, mejor conocido. Una cosa que prueba bien cuál es la fuerza del hábito es lo que ocurre con las leyes, en las que las fábulas y las puerilidades tienen, por efecto del hábito, más cabida que tendría la verdad misma.

      Existen individuos que no admiten más demostraciones que las de las matemáticas; otros no quieren más que ejemplos; otros no encuentran mal que se invoque el testimonio de los poetas. Los hay, por último, que exigen que todo sea rigurosamente demostrado; mientras que otros encuentran este rigor insoportable, ya porque no pueden seguir la serie encadenada de las demostraciones, ya porque piensan que es perderse en fruslerías. Existe, en efecto, algo de esto en la afectación del rigorismo en la ciencia. Así es que algunos consideran indigno que el hombre libre lo utilice, no solo en la conversación, sino también en la discusión filosófica.

      Es necesario, por lo tanto, que sepamos ante todo qué clase de demostración conviene a cada objeto particular; porque sería un absurdo confundir y mezclar la investigación de la ciencia y la del método: dos cosas cuya adquisición presenta grandes dificultades. No debe exigirse rigor matemático en todo, sino únicamente cuando se trata de objetos inmateriales. Y así, el método matemático no es el de los físicos; porque la materia es probablemente el fondo de toda la naturaleza. Ellos tienen, por lo mismo, que examinar ante todo lo que es la naturaleza. De esta forma, verán claramente cuál es el objeto de la física, y si el estudio de las causas y de los principios de la naturaleza es patrimonio de una ciencia única o de muchas ciencias.

      Libro III

      Parte I

      Visto el interés de la ciencia que tratamos de cultivar, es necesario comenzar por exponer las dificultades que tenemos que resolver desde el inicio. Estas dificultades son, además de las opiniones contradictorias de los diversos filósofos sobre los mismos objetos, todos los puntos confusos que hayan podido dejar ellos de aclarar. Si se quiere llegar a una solución verdadera, es útil dejar ciertamente allanadas estas dificultades. Porque la solución verdadera a que se llega después, no es otra cosa que la aclaración de estas dificultades, pues es imposible desatar un nudo si no se conoce la forma de hacerlo. Esto es evidente, sobre todo respecto a las dificultades y dudas del pensamiento. Dudar en este caso es encontrarse en el estado del hombre encadenado y, como a este, no es posible a aquel avanzar. Necesitamos comenzar examinando todas las dificultades por esta razón, y porque investigar, sin haberlas planteado antes, es parecerse a los que marchan sin saber el punto a que han de dirigirse, es exponerse a no reconocer si se ha descubierto o no lo que se buscaba. En efecto, en tal caso no existe un fin determinado, cuando, por lo contrario, existe, y muy señalado, para aquel que ha empezado por fijar las dificultades. Finalmente, es necesario encontrarse en mejor situación para juzgar, cuando se ha oído a las partes, que son contrarias en cierto modo, todas las razones opuestas.

      La primera dificultad es la que nos hemos fijado ya en la introducción. ¿El estudio de las causas pertenece a una sola ciencia o a muchas, y la ciencia debe ocuparse solo de los primeros principios de los seres, o bien debe abrazar también los principios generales de la demostración, como estos: es posible o no afirmar y negar al mismo tiempo una sola y misma cosa, y todos los demás de este género? Y si no se ocupa más que de los principios de los seres, ¿existe una sola ciencia o muchas para el estudio de todos estos principios? Y si existen muchas, ¿existe entre todas ellas alguna afinidad, o deben las unas ser tenidas como filosóficas y las otras no?

      También es imprescindible investigar, si deben reconocerse solo sustancias sensibles, o si hay otras además de estas. ¿Existe una sola especie de sustancias o existen muchas? De esta última opinión son, por ejemplo, los que admiten las ideas, y las sustancias matemáticas intermedias entre las ideas y los objetos sensibles. Estas, decimos, son las dificultades que es necesario examinar, y además la siguiente: ¿nuestro estudio abraza solo las esencias o se extiende también a los accidentes esenciales de las sustancias?

      Por otra parte ¿a qué ciencia corresponde ocuparse de la identidad y de la heterogeneidad, de la semejanza y de la desemejanza, de la identidad y de la contrariedad, de la anterioridad y de la posteridad, y de otros principios de este género de que se sirven los dialécticos, los cuales solo razonan sobre lo probable? Después ¿cuáles son los accidentes propios de cada una de estas cosas? Y no solo debe investigarse lo que es cada una de ellas, sino también si son opuestas entre sí. ¿Son los géneros los principios y los elementos? ¿Lo son las partes esenciales de cada ser? Y si son los géneros, ¿son los más próximos a los individuos, o los géneros más elevados? ¿Es, por ejemplo, el animal, o más bien el hombre, el que es principio, siéndolo el género más bien que el individuo? Otra cuestión no menos digna de ser estudiada y profundizada es la siguiente: fuera de la sustancia, ¿existe o no alguna cosa que sea causa en sí? ¿Y esta cosa es o no independiente, es una o múltiple? ¿Está o no fuera del conjunto (y por conjunto entiendo aquí la sustancia con sus atributos), fuera de unos individuos y no de otros? ¿Cuáles son en este caso los seres fuera de los cuales existe?

      Luego ¿los principios, ya formales, ya sustanciales, son numéricamente diferentes, o reducibles a géneros? ¿Los principios de los seres perecederos y los de los seres imperecederos son los mismos o distintos, son todos imperecederos, o son los principios perecederos igualmente perecederos? Además, y esta es la mayor dificultad y la más embarazosa, ¿la unidad y el ser constituyen la sustancia de los seres, como pretendían los pitagóricos y Platón, o quizás hay algo que le sirva de sujeto, de sustancia, como la amistad de Empédocles, como el fuego, el agua, el aire de este o aquel filósofo? ¿Los principios son relativos a lo general, o a las cosas particulares? ¿Existen en potencia o en acto? ¿Están en movimiento o de otra manera? Todas estas son dificultades trascendentales.

      Por otra parte, ¿los números, las longitudes, las figuras, los puntos, son o no sustancias, y si son sustancias, son independientes de los objetos sensibles, o existen en estos objetos? Sobre todos estos puntos no solo es difícil conseguir la verdad por medio de una adecuada solución, sino que ni tan solo es fácil presentar con claridad las dificultades.

      Parte II

      En primer lugar, ya preguntamos al empezar: ¿pertenece a una sola ciencia o a muchas analizar todas las especies de causas? Pero ¿cómo ha de pertenecer a una sola ciencia conocer de principios que no son contrarios los unos a los otros? Y además, existen numerosos objetos, en los que estos principios no se encuentran todos juntos. Así, por ejemplo, ¿sería posible investigar la causa del movimiento o el principio del bien en lo que es inmóvil? En efecto, todo lo que es en sí y por su naturaleza bien, es un fin, y por esto mismo es una causa, puesto que, en vista de este bien, se producen y existen las demás cosas. Un fin, solo por ser fin, es necesariamente objeto de alguna acción, pero no existe acción sin movimiento, de manera que en las cosas inmóviles no se puede admitir ni la existencia de este principio del movimiento, ni la del bien en sí. De aquí se infiere que nada se demuestra en las ciencias matemáticas por medio de la causa del movimiento. Tampoco se ocupan de lo que es mejor y de lo que es peor; ningún matemático se da cuenta de estos principios. Por esta razón algunos sofistas, Aristipo, por ejemplo, rechazaban como infamantes las ciencias matemáticas. Todas las artes, hasta las manuales, como la del albañil, del zapatero, se ocupan sin cesar de lo que es mejor y de lo que es peor, mientras que las matemáticas nunca mencionan el bien y el mal.

      Pero si hay varias ciencias de causas, cada una de las cuales se ocupa de principios distintos, ¿cuál de todas ellas será la que buscamos o, entre los hombres que las posean, cuál conocerá mejor el objeto de nuestras pesquisas? Es probable que un solo objeto reúna todas estas especies de causas. Y así en una casa el principio del movimiento es el arte, y el obrero, la causa final, es la obra; la materia, la tierra y las piedras; y el plan es la forma. Es necesario, por tanto, atendiendo a la definición que hemos hecho anteriormente de la filosofía, dar este nombre


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