Tokio Redux. David Peace

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Tokio Redux - David  Peace


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      —Al 1 081 de Kami-Ikegami, en el distrito de Ota.

      —Sí, señor —asintió Ichiro.

      —No me parece buena idea —comentó Toda, sentándose junto a Harry Sweeney y cerrando la portezuela.

      Harry Sweeney sonrió.

      —¿Se te ocurre algo mejor?

      Tardaron treinta minutos en recorrer la avenida B hasta el estanque de Senzoku, y luego un par de minutos más en dar con la residencia de Shimoyama, bajando la cuesta del estanque, en una calle tranquila y con sombra, con un agente uniformado apostado enfrente de la verja de la casa. No había multitudes, ni coches, ni prensa todavía.

      —Bonito barrio —comentó Toda—. Debe de costar una fortuna vivir aquí. Una fortuna, Harry.

      Harry Sweeney se apeó del vehículo. Se secó la cara y el cuello. Contempló una casa grande de estilo británico, resguardada tras setos elevados y árboles altos.

      Harry Sweeney y Susumu Toda enseñaron sus placas del Departamento de Protección Civil al agente uniformado de la verja. Recorrieron el breve camino de entrada, enseñaron sus placas al agente de la puerta y entraron en la casa con los sombreros en las manos.

      Una criada hizo pasar a Harry Sweeney y Susumu Toda a una sala de visitas de estilo japonés. El detective Hattori del Departamento de Policía Metropolitana estaba allí. Les presentó a otro detective, uno de la comisaría de Higashi-Chōfu, y a continuación a Ōtsuka, el secretario del presidente Shimoyama. Ōtsuka hizo una reverencia, les dio las gracias por acudir y les preguntó:

      —¿Hay alguna novedad?

      —No —contestó Harry Sweeney—. Lo siento.

      Ōtsuka suspiró y se encogió. Era joven, de unos veintitantos años, pero estaba envejeciendo prematuramente.

      Harry Sweeney les pidió a todos que volviesen a sentarse, con las rodillas frente a la mesa baja. La criada trajo té y lo sirvió.

      —¿Dónde está la familia? —preguntó Harry Sweeney.

      —Arriba —respondió el detective Hattori.

      Harry Sweeney miró al joven secretario sentado al otro lado de la mesa. Aquel hombre inquieto y nervioso. Harry Sweeney sacó el bloc y el lápiz.

      —Hábleme de esta mañana, por favor. La agenda del señor Shimoyama.

      —Bueno, esperábamos al presidente en la oficina central como de costumbre. Normalmente el presidente llega entre las nueve menos cuarto y las nueve. Yo estaba esperándolo en la entrada trasera, como siempre. Esperé hasta las nueve y cuarto más o menos. Luego volví a mi despacho y llamé a la señora Shimoyama. Me dijo que el presidente había salido de casa como siempre, a eso de las ocho y veinte. De vez en cuando, el presidente va a alguna parte antes de llegar a la oficina. De modo que pensé que a lo mejor había ido a la Sección de Transporte Civil, al edificio del Banco Chosen. Pero, cuando llamé, me dijeron que el presidente no estaba allí y que tampoco había estado antes. Así que durante la siguiente hora más o menos me dediqué a llamar a todos los sitios que se me ocurrieron a los que podía haber ido. Debí de molestar a la señora Shimoyama tres o cuatro veces más para comprobar si tenía noticias del presidente, porque para entonces estábamos preocupados, muy preocupados. Entonces me reuní con el vicepresidente Katayama y con otros dos directivos. El director de seguridad habló con el teniente coronel Channon, y creo que el vicepresidente Katayama visitó entonces el cuartel general de la Comandancia Suprema. También llamamos a la jefatura de la Policía Metropolitana, claro. Y luego, aproximadamente a las tres, vine aquí a visitar a la señora Shimoyama y ver a estos agentes.

      Harry Sweeney dejó de escribir. Alzó la vista del bloc.

      —Pero ¿qué citas tenía programadas el señor Shimoyama para esta mañana?

      —Bueno, aparte de nuestra reunión matutina, la que manteníamos cada día, el presidente tenía una cita en el cuartel general de la Comandancia Suprema con el señor Hepler, el jefe del Departamento de Trabajo.

      —¿A qué hora estaba programada?

      —A las once.

      —¿En el cuartel general?

      —Sí.

      —¿Ha faltado a alguna cita el señor Shimoyama en el pasado?

      Aquel joven, aquel joven inquieto y nervioso, se removió de rodillas mirándose las manos y dijo:

      —No, normalmente no.

      —Pero ¿a veces sí?

      Ōtsuka levantó la vista de las manos y miró a Harry Sweeney a través de la mesa.

      —El presidente tiene un puesto muy difícil. Su trabajo es muy exigente, extraordinariamente agotador. Durante las últimas semanas, el presidente ha trabajado sin descanso. Estas últimas semanas ha habido ocasiones en las que ha tenido que adaptar su agenda sobre la marcha. Han llamado al presidente a la Sección de Transporte Civil o al cuartel general de la Comandancia Suprema con muy poca antelación. Este es un momento muy delicado para todos, y sobre todo para el presidente. Vamos a tener que despedir a más de cien mil miembros de nuestra plantilla. Más de cien mil hombres. El presidente lleva personalmente ese peso, siente esa responsabilidad, esa carga. Cada día. Es un momento muy delicado para él.

      Harry Sweeney asintió con la cabeza.

      —Somos conscientes de lo delicada que es la situación actual para el señor Shimoyama. Por eso estamos aquí. Gracias por responder a mis preguntas.

      Harry Sweeney se volvió hacia del detective Hattori y dijo:

      —Me gustaría hablar con la señora Shimoyama.

      El detective Hattori condujo a Harry Sweeney y Susumu Toda fuera de la sala y les hizo subir la escalera hasta otra sala de estilo japonés, en esta ocasión más espaciosa. Había una mesa de madera y un armario grande. Una anciana, dos chicos y una mujer de mediana edad con un kimono oscuro se hallaban sentados en la estancia. El detective Hattori presentó a Harry Sweeney y Susumu Toda. Solicitó a la anciana y a los dos jóvenes que bajasen a esperar con él. Los muchachos miraron a su madre, quien sonrió a sus hijos. Los chicos siguieron a su abuela y al detective Hattori fuera de la sala. Harry Sweeney y Susumu Toda se arrodillaron ante otra mesa baja.

      —Discúlpenos por molestarla de esta forma, señora Shimoyama —dijo Harry Sweeney.

      La señora Shimoyama negó con la cabeza.

      —Son ustedes bienvenidos, señor Sweeney. Pero ¿tienen alguna noticia que darme?

      —Lo siento. Aún no.

      —Entonces, ¿mi marido no está en el cuartel general de la Comandancia Suprema?

      —No que nosotros sepamos.

      —Yo pensaba que estaría allí. Últimamente lo han llamado varias veces. De repente. Pensé que quizá…

      —¿Se le ocurre otro sitio donde podría estar?

      —No, pero estoy segura de que estará durmiendo, descansando en alguna parte. Por eso lamento todas las molestias que está causando. Anoche tomó muchos somníferos, pero creo que no le hicieron efecto. Así que le habrán dado ganas de reposar, de echar una siesta en algún sitio.

      —Sí —asintió Harry Sweeney—. Me he enterado de que se acostó muy tarde porque el coronel Channon les hizo una visita.

      La señora Shimoyama negó con la cabeza.

      —No, anoche no.

      —¿Está segura, señora?

      —Fue la noche anterior.

      —¿Está segura de que no fue anoche?

      —Fue anteayer por la noche. Estoy segura, señor Sweeney.

      —Pero ¿su marido no durmió bien anoche?


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