Malditos Viajes. Walter Duer
Читать онлайн книгу.El GPS y la voluntad de perderse
Habiendo ómnibus, el miedo al avión es incomprensible
Pasos fronterizos: mini guía para delincuentes en ciernes
Lo pendiente de todo viaje: cada ciudad tiene su Via Appia
EPÍLOGO: Recuerdo de mis vacaciones
Duer, WalterMalditos viajes / Walter Duer. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Kamal.Libros de viajes, 2021.Libro digital, EPUBArchivo Digital: descargaISBN 978-987-47724-1-11. Crónica de Viajes. I. Título.CDD 910.4 |
© 2021 - Kamal. Libros de viajes
Sencillo instrumento de origen árabe que servía para medir la altura de los astros sobre el horizonte
Dirección: Flavia Tomaello
Contacto: [email protected]
Colección Comorebi
Término Japonés que define la luz que se filtra a través de los árboles
© 2021 - Walter Duer
ISBN: 978-987-47724-1-1
Primera edición en formato digital: mayo de 2021
Versión: 1.0
Digitalización: Proyecto 451
No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o transformación de este libro, en cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor.
Su infracción esta penada por las leyes 11.723 Y 25.446.
Hecho el depósito de ley 11.723
PRÓLOGO
Su atención, por favor…
El verbo leer, como el verbo amar, no pueden ser conjugados en modo imperativo, escribió (cito de memoria) Daniel Pennac, un excelente novelista y docente francés nacido en Túnez, además, promotor de la lectura.
Actualmente, el verbo viajar, ¿solo puede conjugarse en pretérito imperfecto o cualquier otro tiempo que denote “pasado”?
Parecería ser así, como aclara en su disclaimer inicial el autor de este delicioso libro, escrito totalmente mucho antes de que la pandemia nos privara de la posibilidad y hasta del deseo de viajar: todas sus crónicas están puntualmente datadas y, si esto fuera una película, admitiría la advertencia previa: “Basada en hechos reales”.
Como los viajeros frecuentes sabemos por experiencias propias, todo viaje, tanto turístico como profesional, implica afrontar inconvenientes de diverso grado que, cuando no son fatales, resultan opacados al final por los buenos recuerdos que dejan.
Mi padre, un médico de barrio que empezó a viajar a edad avanzada, decía frecuentemente que había que planificar los viajes con antelación, porque así se los disfrutaba tres veces: cuando se planificaban, cuando se hacían y cuando se recordaban al regreso (en su época, ese regreso significaba a menudo enganchar a amigos y parientes para que asistieran a aburridísimas sesiones de proyección de las diapositivas tomadas durante el recorrido).
Hay una larga tradición de libros satíricos sobre viajes en la que se inscribe más que dignamente el de Walter Duer: los del húngaro británico Georges Mikes sobre cómo ser un alien en Inglaterra; Un hotel es un lugar de Shelley Berman, un comediante de stand up norteamericano que describió con enorme gracia las desventuras que uno enfrenta habitualmente en esos establecimientos; Su atención por favor (Guía del turista perfecto) de Dave Barry, que ironiza acerca de las conductas de los viajeros ante “lo diferente” de cada destino. Lo que distingue a Malditos viajes es lo circunstanciado y preciso de sus anécdotas. Me recuerda a las muchas que incluye en su libro de memorias Un gran paso atrás el querido Jorge Schussheim, que recientemente partió para EL viaje, entristeciendo a quienes lo conocíamos, con la diferencia de que Jorge entraba en cólera ante cada contratiempo o enfrentamiento con choferes de taxi, changadores o recepcionistas de hoteles, eventos que describía con su agudo humor.
Seguramente cada lector se sentirá tentado de agregar sus propias experiencias en este campo. A mí mismo me costó reprimir el deseo de competir con el autor, incluyendo aquí algunas mías.
Soy (¿era?) uno de esos neuróticos relativamente pudientes que, después de mi retiro profesional, necesitaba tener por lo menos tres viajes a la vista planificados, con boletos y hoteles reservados, para ser feliz. Siento –y reconozco que es una frivolidad imperdonable– un síndrome de abstinencia cada vez que veo vacía la carpeta donde guardaba habitualmente los comprobantes impresos de esas reservas. No tengo derecho a quejarme por eso en estas circunstancias.
Leí inicialmente este libro hace varios años cuando su autor me lo presentó para que considerara la posibilidad de editarlo. Volví a leerlo ahora, antes de abocarme a estas líneas. En ambas oportunidades me hizo sonreír a menudo y reír a carcajadas varias veces. En el contexto en que va a aparecer, no sería extraño que los lectores terminen de leerlo llorando por la nostalgia ante los viajes imposibles y necesiten sus pañuelos, no para decir adiós en aeropuertos o estaciones, sino para enjugar sentidas lágrimas. A pesar de eso, invito a adentrarse en estas páginas de tersa prosa, por las que uno se desliza con la agilidad con que lo hace un esquiador haciendo slalom, experiencia que hasta ahora he sabido evitar.
Daniel Divinsky
American Advantage 4HF5086
Mileage Plus 00326 104 060
Fréquence Plus 1021 204 865
Aerolíneas Plus 04693230 (y siguen las firmas)
INTRODUCCIÓN
Por qué viajamos. En serio… ¿Por qué?
Disclaimer: este libro fue escrito antes de la pandemia de coronarivus de 2020, por lo que no solo se puede disfrutar como una crónica de viajes irreverente, sino también como un registro histórico.
Viajamos porque nos gusta. Viajamos porque necesitamos viajar. Viajamos porque amamos decir que viajamos. Viajamos para sacar fotos. Viajamos para comprar electrónicos que no se consiguen en nuestro país de origen. Viajamos porque se casan unos primos que viven en Inglaterra. Viajamos porque mamá murió en Buenos Aires y somos hijos únicos y alguien tiene que ir a vaciar la casa. Viajamos porque nos recomendaron un restaurante que queda a 140 kilómetros. Viajamos porque vivimos en un centro turístico y ahora que empieza la temporada alta se vuelve insoportable. Viajamos porque escapamos de una guerra o del hambre o de las dos cosas, que suelen venir empecinadamente juntas. Viajamos para estudiar afuera. Viajamos para visitar a un hijo que está estudiando afuera. Viajamos porque somos ejecutivos que nos tienen de aquí para allá todo el año, como si nos pagaran un sueldo que abarcara las 24 horas del día los siete días de la semana. Viajamos para dar una conferencia magistral. Viajamos para una feria. Viajamos porque tenemos que presentar un libro. Viajamos porque formamos parte de un circo. Viajamos para trabajar de lavacopas en Europa. Viajamos porque nos becaron. Viajamos para buscar un futuro mejor. Viajamos para olvidar un pasado peor. Viajamos para eludir un presente anodino. Viajamos.
Si uno se parase en una puerta de entrada de una estación de autobuses, de una terminal de trenes o de una aeropuerto y preguntase a cada uno de quienes pasan por allí: “¿Por qué viaja?”, lo más probable es que reciba una respuesta diferente por cada persona que decida contestar. Si la mini encuesta continuase, la segunda pregunta debería ser: “¿Le gusta viajar?”.
Aquí es donde sigue haciendo efecto el hechizo que en algún momento alguien ejerció sobre