El Secreto De La Dominante. Diego Minoia

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El Secreto De La Dominante - Diego Minoia


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No me habría conformado con una simple nariz, por muy bonita que sea" - respondo, riendo.

      - "¡Vamos! Las "narices" son los especialistas que reconocen las esencias y ayudan a mezclarlas para crear nuevas fragancias. Hay menos de una docena de ellos en Francia. A mi padre le habría gustado que me quedara con él para continuar la tradición familiar, que ya se remonta a dos siglos atrás."

      Llegados a este punto, para evitar que me cuente de nuevo toda la historia secular de su familia de perfumistas, para cambiar de tema le dejaré de lado por la noticia que me contó Giovanni.

      Evidentemente, el hecho que más le llamó la atención a Fabienne fue la desaparición de la chaqueta de Saretto, porque, tras unos minutos de melancólico silencio, puntuado por numerosos y vigorosos cepillados de su larga cabellera castaña, retomó en voz alta el hilo de sus anteriores pensamientos:

      - "Hoy en día las cosas desaparecen muy fácilmente. La gente está distraída y la vida es más complicada que antes. Cuando envías una carta, nunca sabes con certeza si se entregará, por no hablar del equipaje en el aeropuerto... ¡cada vez más a menudo te la envían desde el lado opuesto del mundo en el que te encuentras!"

      - "¡Lo sé! ¿Recuerdas que el año pasado, al volver de la temporada en Santo Domingo, nos enviaron accidentalmente nuestro equipaje a Shanghai? Por suerte, parte de nuestro armario se había enviado a nuestro destino unos días antes, de lo contrario nos habríamos quedado sin ropa adecuada y habríamos tenido que comprar todo de nuevo."

      - "Bueno, habría sido una buena oportunidad para renovar drásticamente nuestro armario" - se burla Fabienne sabiendo el poco interés que tengo en seguir la moda.

      - "Hablando de equipaje" -- continúa - "El maestro Wang Shi también está muy preocupado por el suyo. Tiene que recibirlos de Corea del Norte y está ansioso por sus resultados. A los estadounidenses que pidieron noticias, los dos chinos respondieron que esperan que no haya contratiempos".

      - "Bien, pero ya basta de cháchara" - le susurro - "Ahora que te has peinado bien, qué tal si te acercas a mí y me dejas despeinarte.

      La sonrisa de complicidad de Fabienne me da la respuesta que quería.

      Capítulo 3

      - "¡Despierta, perezosa!" - le susurro a Fabienne en cuanto me doy cuenta de que ya son las 8:30. Esta mañana hemos dormido un poco más, quizá porque nos hemos acostado más tarde de lo habitual. Como los dos trabajamos por las tardes (yo compongo y ella pinta), no nos gusta despertarnos muy tarde para hacer cosas juntos durante las horas de la mañana. El desayuno, para empezar.

      - "¿Aquí o en el salón?" - le pregunto, aunque rara vez nos traen el desayuno a la habitación.

      - "Vamos abajo, lo prefiero" - me responde Fabienne sin dudar expresando lo que también es mi pensamiento.

      El desayuno en la habitación, de hecho, nos permite hacer nuestro recorrido "ritual": salida a la terraza para evaluar las condiciones meteorológicas y de temperatura, intercambio de bromas con los huéspedes que conocemos, parada en los sillones del vestíbulo para hojear los periódicos.

      A continuación, la parada obligatoria en la recepción para saludar y charlar con Romolo Costantini, el jefe de recepción del hotel, que es amigo mío desde hace muchos años. Alto, distinguido y siempre perfectamente vestido, con el pelo corto y una cuidada barba "sal y pimienta", muestra en su ancha mandíbula y en su "importante" nariz su ascendencia de algún centurión imperial. Rómulo es un caprichoso nativo de pura sangre, un "romano de Roma" como él mismo se llama, nacido en el Trastevere en el seno de una familia de clase trabajadora que quería declarar su "romanidad" en los nombres de sus hijos.

      El primer hijo Rómulo y el segundo Remo, como los hermanos que fundaron la ciudad según el mito. Afortunadamente, las relaciones entre los homónimos modernos son mejores que las de sus antiguos predecesores. Rómulo habla con fluidez cuatro idiomas, pero, con los amigos y cuando no está de servicio, luce un vistoso dialecto romano que daría envidia a los protagonistas de las películas neorrealistas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

      - "¡Explorador Max, informe de la situación!" - me dice en tono militar en cuanto me acerco a la recepción.

      Le sigo el juego y respondo: - "¡Situación controlada, comandante! Excelente día, temperatura agradable. Conocí a un par de clientes y recibí cumplidos por mi interpretación de "Summertime" anoche en el piano-bar". Todos nos echamos a reír.

      - "Certo che n'amo fatte de esplorazioni, vero Max?" (Seguro que me

      encanta explorar, ¿no es así, Max?") - me recuerda a Romolo en perfecto estilo Trastevere.

      - "Oh, sí," - admito - "a lo largo de los años nos hemos recorrido la ciudad en busca de las mejores trattorias, las que suelen ser desconocidas para los turistas y no aparecen en las guías". "Hasta que Fabienne apareció a mi lado por primera vez, hace dos años. Enseguida le cogiste cariño y, lejos de temer que mi relación con ella repercutiera negativamente en nuestra amistad, enseguida la incluiste en nuestras rutas gastronómicas."

      - "Todavía recuerdo nuestra primera salida los tres juntos" - interviene Fabienne. "Se consagró con una cena en casa de Oreste, ese amigo tuyo que tiene una trattoria en un callejón detrás de la iglesia de S. María en Trastevere. El menú era un concentrado de gastronomía romana: tagliatelle 'cacio e pepe' y alcachofas 'alla giudea', todo ello regado con vino blanco de los Castelli Romani producido por una prima de Bianca, la mujer de Oreste".

      - "Ammazzate oh (Oh, me matas), qué memoria la de la chica" - señala Romolo. "Comimos bien esa noche. Al fin y al cabo, Oreste's es una trattoria familiar, en el verdadero sentido de la palabra: su mujer cocina y él sirve en la mesa".

      Tras la parada en Romolo's, un desayuno ligero con zumo de frutas, tostadas con mantequilla y mermelada y un adelanto del menú de mediodía ofrecido amablemente por Marzio, el camarero abruzo que atiende el "rango" que incluye nuestra mesa.

      Marzio es un joven de familia campesina, más bien bajito pero de fuerte estado físico, con el pelo negro con rizos siempre rebeldes a pesar de sus intentos de domarlos en un peinado adecuado para el exterior. El bigote y las cejas pobladas lo hacen aparentemente huraño, pero en realidad tiene un carácter sociable y sincero. Fabienne y yo le llamamos "Fisch o Fleisch" (pescado o carne, en alemán) por la frase que repite invariablemente en todas las mesas, después de haber comido el primer plato de la comida o la cena.

      Gracias a su información siempre podemos saber qué de delicioso ha llegado a la cocina, cuándo está fresco el pescado, cuáles son los platos que mejor le salen al chef de turno.

      Después del desayuno, un relajante descanso en la piscina y luego las treinta vueltas diarias de natación. Fabienne intentó, en las primeras veces, alterar la cuenta de las vueltas pero luego decidió no vivir en una mentira y me confesó la verdad: a la décima piscina su cuerpo se pone en huelga, racionando el oxígeno, y empieza a tener visiones parecidas a los espejismos en el desierto, completadas con cama solar, bebida fresca y el suscrito que le masajea los músculos doloridos. Ante tan detallados

      espejismos no pude evitar acceder, también porque no es tan desagradable acariciar sus bien formadas piernas con la excusa de un masaje.

      Pasamos el resto de la mañana leyendo o paseando por Roma, entre galerías de arte y museos, pero siempre tomando rutas diferentes para descubrir cada vez algo nuevo e inesperado de esta magnífica ciudad.

      La tarde la dedicamos a trabajar, si no tenemos ningún compromiso particular. Me encierro en mi habitación con mi equipo: teclado musical conectado al ordenador y todo el software más moderno para producir y editar música. Desde mis tiempos de conservador, siempre me he dedicado a componer música, sobre todo bandas sonoras para teatro y documentales, pero también escribo música para amigos concertistas que me la piden.

      A lo largo de los años se han consolidado mis colaboraciones con compañías de teatro y estudios de producción de vídeo y ahora, gracias también a las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, puedo mantener el contacto con mis clientes incluso


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