La risa del sabio. Omraam Mikhaël Aïvanhov

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La risa del sabio - Omraam Mikhaël Aïvanhov


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de su alma. En el camino evidentemente encontraréis dificultades, chocaréis contra obstáculos, pero precisamente para superarlos no debéis perder de vista el objetivo, sino alegraros de antemano de esta felicidad que os espera.

      Sólo la conciencia de nuestra predestinación divina nos permite conservar la esperanza. De lo contrario, evidentemente, ante el espectáculo del mundo, cada cual tiene buenos motivos para ser pesimista, sentirse desorientado, angustiado, abrumado. Entonces, ¿qué se puede hacer? Unos consultarán a psicólogos, psicoanalistas... Otros irán a preguntar a astrólogos, médiums, clarividentes, como se hace cada vez más en la actualidad con el fin de tranquilizarse. Esto prueba que no han comprendido dónde y cómo deben buscar las verdaderas certezas, las razones verdaderas para confiar en el futuro.

      ¡He conocido en mi vida a tantos clarividentes, y sobre todo a tantas clarividentes! La primera de la que me acuerdo, la conocí cuando debía tener nueve años. En aquella época había muchos gitanos en Bulgaria, y las mujeres echaban la buenaventura. Un día, en la calle, pasé cerca de una de ellas y me paró. Me dijo que yo tenía muchos enemigos. ¡Es increíble, a los nueve años! Sorprendido le pregunté: “¿Pero por qué? ¿qué he hecho?” Ella añadió que también tenía muchos amigos. Después miró mi mano y declaró que veía a una niña, bonita pero gorda, corpulenta, que me amaba. Ahí sorprendido le pregunté: “¿Verdaderamente, es tan gorda?” Entonces me contó que, aquella misma mañana, se había caído de su burro y que esto le impedía ver bien. Después tendió su mano para que le diera algunas monedas.

      Los Búlgaros, por su parte, tratan de leer el futuro en el poso del café. Todavía me acuerdo de una mujer en Varna a quien todos sus vecinos invitaban a tomar café para que después examinara el fondo de su taza. Haced como ella y ¡jamás moriréis de sed!

      Y cuando llegué a París ¡cuántas clarividentes vinieron a verme! Sobre todo durante la guerra, cuando el mundo entero se preguntaba cuándo y cómo iba a terminar esta tragedia. Algunas me hacían preguntas respecto a la exactitud de sus predicciones. Y les respondía: “Si no está segura de lo que dice, ¿cómo puede estar segura de lo que yo le diré?”

      Ahora, evidentemente, dejo que cada uno haga lo que crea oportuno. Los videntes y los astrólogos son la mayoría de las veces lo bastante hábiles para predecir principalmente éxitos, el amor, la fortuna, la salud, de lo contrario, nadie iría a consultarles; ni que decir tiene que, en un momento u otro, algo bueno termina sucediendo, incluso aunque no sea duradero. Así pues, aquellos que necesitan recurrir a estas prácticas para sentirse tranquilos sobre su suerte, que lo hagan si esto les va bien, pero estoy obligado a deciros que el único método eficaz para conservar la confianza, consiste en avanzar con la conciencia de este futuro de luz y alegría que Dios ha previsto para sus hijos.

      Según una opinión generalmente extendida, el pesimismo sería una forma de sabiduría: cuando se sabe que el mal puede surgir en cualquier momento y no importa donde, nos mantenemos alerta, tomamos precauciones. Pues bien, no, esta visión tan negativa no es en absoluto sabia, y es incluso nociva para la psique: concentrarse en el mal, en todas partes y permanentemente, tiene como consecuencia no verlo cuando se produce realmente, y paraliza las fuerzas vivas que permitirían reaccionar. Entonces, ¿dónde se halla ahí la sabiduría? ¿la lucidez?

      La sabiduría, la verdadera sabiduría es otra cosa completamente diferente, y ¿qué dice ella? En el Libro de los Proverbios se presenta así: “Yo, la Sabiduría, cuando el Eterno dispuso los cielos, estaba allí... Cuando puso límites al mar.. Cuando plantó los cimientos de la tierra, yo trabajaba junto a él y todos los días le deleitaba, retozando sin cesar en su presencia...” Así habla la Sabiduría. Ella que ha sondeado los designios de Dios porque participó con Él en la creación del mundo, ve el futuro con confianza, con unos colores magníficos, luminosos. Y no sólo no está triste, sino que incluso está alegre, feliz, ya que retoza junto a Dios.

      El pesimista no es pues el hijo de la sabiduría, sino de la mayor ignorancia. Ciertamente, no se trata de oponerse al pesimista con la pretensión de que todo va bien, ya que sería ridículo: no todo va bien, e incluso muchas cosas van muy mal. Pero el optimismo es un punto de vista filosófico basado en el conocimiento de Dios, del universo y del ser humano. Así pues, no es el término optimismo el que debería emplearse: teniendo en cuenta el uso que se hace del mismo en la vida diaria, demasiado a menudo se le confunde con ingenuidad y ligereza, que no tienen nada de filosófico. El optimismo del que os hablo, es en realidad la esperanza, es decir la certeza de que el futuro siempre puede ser mejor. Aunque el presente no sea muy bueno, los poderes de la vida y del bien son tan fuertes que siempre pueden triunfar sobre el mal, desde el momento en que el ser humano decide asociarse a ellos.

      Alguien dirá: “¿Pero qué esperanza puedo tener? Todo lo que emprendo fracasa, ¡mi futuro está interceptado!” Esto depende evidentemente de la consideración que tengáis de vuestro futuro. Si sólo veis este futuro como éxito material, social, o como una novela amorosa digna de cuentos de hadas, quizás efectivamente que ahí os estará cerrado. Pero vuestro futuro como hijo de Dios, como hija de Dios, está completamente abierto ante vosotros. Los días no se parecen entre sí. ¿No habéis visto hoy el sol? Mañana brillará de nuevo. Nada está definitivamente cerrado para aquellos que saben en qué basar su esperanza.

      La verdadera sabiduría no tiene nada que ver con una concepción pesimista de la vida; la verdadera sabiduría está en la esperanza. En su Primera epístola a los Corintios san Pablo escribía: “Hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra. Más bien, como está escrito, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman…”

      En realidad, sólo os falta una cosa: la decisión. Todavía estáis divididos, aceptáis en vosotros la bifurcación: al mismo tiempo que decís haber elegido la vida espiritual, continuáis viviendo como cualquiera, deseosos de aseguraros la seguridad y los éxitos materiales. Porque nunca se sabe, os decís, lo que reserva el futuro, y vuestros pensamientos y vuestro tiempo son absorbidos por estas preocupaciones. Aquél que conoce su camino y su objetivo, no se carga con estos pesos, porque siempre tiene ante sus ojos la riqueza de su Padre celestial, que le dará todo lo que necesita.

      Diréis: “Pero de todos modos, debemos anticiparnos al futuro y hacer reservas, asegurarnos en previsión de malos días…” Dada la forma en que nos preparamos para los malos días, ¡es seguro qué vendrán! En realidad tenemos ya, en un banco, unas arcas de dónde podemos tomar. Este banco, alimentado por el mismo Dios, se halla en nuestro interior: en nuestra voluntad, en nuestro corazón, en nuestro intelecto, en nuestra alma y en nuestro espíritu. Os lo ruego, decidíos a explotar por lo menos uno de estos tesoros que os han sido confiados.

      En la tierra se encuentra un cierto número de verdaderos optimistas: son los jardineros, los agricultores. En efecto, plantan en la tierra semillas, pepitas que, a primera vista, no representan gran cosa. Esperan y esperan... y un día aparecen campos de trigo, de maíz, grandes vergeles de árboles frutales. ¡Cuántas veces he atraído vuestra atención acerca de las correspondencias que existen entre la agricultura y la vida espiritual! Semillas, pepitas, todo lo que se siembra o se


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