Una economía para la esperanza. Enrique Lluch Frechina

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Una economía para la esperanza - Enrique Lluch Frechina


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un lugar al servicio del resto de la sociedad, y asentar la investigación económica sobre unas bases diferentes para abordar otros temas más ajustados al nuevo paradigma.

      Las líneas que siguen a esta introducción tienen esta intención declarada. Esperamos que, al finalizarlas, la persona que las haya leído haya encontrado motivos para la conversación, para seguir pensando en el tema, para desear ponerse en camino en su casa, en su día a día, en su lugar de trabajo, en su empresa, en su universidad, en su partido político, en su asociación, etc. Para construir entre todos este nuevo paradigma y seamos cada vez más quienes actuamos y dialogamos buscando este fin.

      1

      DIEZ PREMISAS SAPIENCIALES

      Comenzar un libro de economía no siempre es fácil. Si este libro pretende dar esperanza en un campo tan desesperanzado como este, y hacerlo de manera que sea útil y comprensible tanto para personas que no tienen conocimientos especializados sobre economía como para aquellas que sí los tienen, la cosa se complica un poco más. Si, además, su primer capítulo se titula «Premisas sapienciales» y cada uno de sus apartados van encabezados por un breve relato, la cuestión toma tintes verdaderamente surrealistas y la persona que lo lee puede pensar que el autor, o se equivoca, o pretende darnos gato por liebre.

      Pero nada más lejos de mi intención como autor. Comenzar con unas premisas no solo es apropiado por la misma definición de la palabra, sino porque todos tenemos unas bases sobre las que fundamentamos nuestro pensamiento, aunque no nos demos cuenta o no queramos reconocerlo. Siempre hay unas creencias previas, unas ideas sobre lo que es bueno y lo que no lo es que sirven de soporte y armazón a nuestro análisis y que determinan nuestra manera de mirar la realidad.

      Comenzar desnudando las premisas sobre las que está construido el resto del libro es una manera de mostrar su contenido sin trampas, sin velos que distorsionen lo expuesto, sin maquillajes ni vestidos que puedan engañar a nuestros sentidos haciéndonos creer que contemplamos belleza donde no la hay. Con ello, las propuestas del libro intentan despojarse de artificios y trampantojos que escondan el armazón que las configuran.

      Calificar estas premisas como sapienciales es un intento de recuperar algo que se orilla con demasiada frecuencia en el debate económico. Porque sapiencial se refiere a la sabiduría, a ese intento de conducirse de una manera prudente en la vida, en los negocios, en la organización de la sociedad o en cualquier otro aspecto de la vida social o personal. La sabiduría aspira a maneras más altas de conocimiento y no busca solamente saber mucho sobre una materia, sino que lo que se conoce de esta resulte útil para la mejora de nuestro modo de vivir. La sabiduría es esa manera de entender nuestra existencia que nos permite aplicar nuestros saberes a los desafíos de la vida y así poder afrontarlos de la manera más correcta posible.

      Ser sabio no es equivalente a ser instruido, a ser inteligente, a ser intelectual o experto en algo. Existen personas sabias que no son instruidas, que no son expertas en nada en especial. El sabio es quien sabe hacer frente a su día a día y sabe analizar los desafíos de la vida encontrando la mejor respuesta a las preguntas que nuestra realidad cotidiana nos plantea. Intentar que las premisas sobre las que se basan las propuestas de este libro sean realmente sapienciales equivale a buscar esa mirada global que quiere responder a los problemas que plantea la economía en nuestro día a día. La economía necesita caldear su fría mirada impregnada de tecnicismo, pragmatismo y erudición con el bálsamo reparador de lo sapiencial.

      Porque sin sabiduría podemos encontrarnos con lo que José Antonio Marina 1 denomina «inteligencia fracasada». Personas muy inteligentes, que saben mucho sobre alguna materia, pero que no son capaces de hacer frente a su día a día ni de solventar con facilidad su vida social o los problemas cotidianos ante los que se enfrentan. Este fracaso no solo puede ser individual, sino que también puede darse en colectivos como podemos ser los economistas, los políticos, los científicos, etc.

      Antes de adentrarme en las premisas sapienciales quiero recordar que estas no son complicadas, sino elementales y de sentido común. Al leerlas, alguien puede pensar que son tan obvias que podría haberme ahorrado el trabajo de escribirlas (y el lector de leerlas). Pero creo que con demasiada frecuencia se cumple el refrán que dice que «el sentido común es el menos común de los sentidos» y que esto podría aplicarse también a la sabiduría. La sabiduría es muchas veces la gran olvidada, lo que conlleva decisiones y políticas económicas que tienen consecuencias indeseadas que habrían sido fáciles de evitar si se hubiese tenido el sentido común que nos aporta la sabiduría. Por todo ello, no está de más recordar estas premisas, que son las que iluminan nuestra propuesta de otro paradigma económico.

      1. No todo es economía, pero la economía está en casi todo

      Las habían dejado allí, en aquel frondoso jardín. Les habían asegurado que el tiempo era magnífico, que tendrían cosechas todo el año, que iban a encontrar sin problemas todo lo que necesitaban para vivir, que las lluvias copiosas les proporcionarían el agua necesaria... Y todo parecía confirmar las promesas que les habían hecho. Allá donde miraban veían frutas, hortalizas, verduras, legumbres... Por la noche escuchaban el croar de las ranas y durante el día podían ver los peces desplazándose por el río. Animales domésticos paseaban tranquilamente por el jardín, dispuestos a proveer de carne, leche y huevos a sus nuevas compañeras. En ese paraíso terrenal podrían vivir sin estrecheces, podrían disfrutar del regalo de la vida. Pero pronto se dieron cuenta de que esto no se podía lograr sin su colaboración: tenían que recolectar, cuidar las plantas, el río, los animales, tenían que pescar, que cocinar, tenían que construirse una casa para vivir... Ese jardín del Edén no suponía no hacer nada, solo responsabilizándose de él podrían lograr que llegase a ser el paraíso soñado.

      Desde el principio de la historia humana, las personas hemos tenido que organizar aquellos asuntos que vienen determinados por nuestra necesidad de vivir y sobrevivir. No podemos seguir con vida sin cubrir nuestras necesidades físicas, y para hacerlo debemos desplegar una serie de actividades que tienen ese fin esencial. La economía estudia cómo lograr esto, qué esfuerzos tenemos que realizar para conseguir cubrir nuestras necesidades y las de nuestros descendientes con los recursos con los que contamos. La economía versa sobre cómo cuidar y hacer fructificar la creación que nos ha sido dada, para que todos podamos vivir sin comprometer que nuestros descendientes puedan también hacerlo.

      De las necesidades que tenemos, la principal es respirar. Sin hacerlo fallecemos rápidamente. Sin embargo, la respiración no ocupa nuestros pensamientos ni nos suele preocupar, porque tenemos suficiente aire para todos, podemos respirar en cualquier momento de nuestra vida sin tener que hacer ninguna actividad extra para conseguirlo. A pesar de que no dejamos de respirar en ningún minuto de nuestra existencia, el hecho de que el recurso que precisamos para hacerlo sea ilimitado hace que podamos cubrir esta necesidad vital sin preocupaciones, sin realizar ninguna actividad adicional que vaya más allá de inspirar y espirar en el momento que nos plazca y en el lugar en el que estemos.

      Pero esto solamente nos sucede con la respiración. Para el resto de necesidades que tenemos no existen recursos ilimitados. No podemos imaginar que queremos comer y hacerlo sin más, en el momento y en el lugar que deseemos sin que medie una actividad previa. No podemos refugiarnos del frío y del calor de una manera inmediata sin que se haya realizado algún trabajo anterior que nos permita tener una casa, una sombra, una calefacción, unos vestidos... La cobertura del resto de necesidades precisa de unos recursos que no son ilimitados, sino escasos. Por ello nos vemos obligados a realizar actividades que nos surtan de los medios suficientes para cubrir nuestras necesidades. De esto trata la economía, de cómo nos organizamos individual, familiar y colectivamente para lograr cubrir todas esas necesidades que no son la respiración y para las que precisamos de unos recursos que no son ilimitados como el aire que respiramos.

      La economía se muestra así como algo íntimamente ligado a nuestra existencia. Todos, tengamos o no conocimientos especializados sobre economía, sabemos algo relacionado con ella, porque es una parte de nuestra existencia, una actividad que tenemos que realizar bien para que se pueda desarrollar correctamente el resto de nuestra vida. La economía


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