Las Tragedias de William Shakespeare. William Shakespeare
Читать онлайн книгу.mirad! Aquí viene Publio a llevarme.
PUBLIO. — ¡Feliz madrugada, César!
CÉSAR. — ¡Bien venido, Publio! ¡Cómo! ¿También vos os habéis levantado tan temprano, Bruto? ¡Buenos días, Casca! Cayo Ligario, César no fue nunca tan enemigo vuestro como esa calentura que os tiene enflaquecido. ¿Qué hora es?
BRUTO. — Han dado las ocho, César. CÉSAR. — Os agradezco vuestra solicitud y cortesía.
(Entra ANTONIO.)
Mirad: Antonio, que se divierte hasta altas horas de la noche, se ha levantado. ¡Buenos días, Antonio!
ANTONIO. — Así los tenga el muy noble César.
CÉSAR. — ¡Que se preparen dentro! Hago mal en hacerme esperar tanto. ¡Vamos, Cina; en seguida, Metelo! ¿Qué hay, Trebonio? Tengo reservada una hora para charlar con vos. Acordaos de venir hoy a verme. Poneos cerca de mí para que no lo olvide.
TREBONIO. — ¡Lo haré, César!
(Aparte.)
Y tan cerca me pondré, que vuestros mejores amigos lamentarán que no haya estado más lejos.
CÉSAR. — Buenos amigos, entrad y tomad conmigo un poco de vino, y después, como amigos, partiremos juntos.
BRUTO. — (Aparte.) ¡Parecer una cosa, no es serla! ¡Oh César! ¡El corazón de Bruto estalla al pensarlo!
(Salen.)
SCENA TERTIA
El mismo lugar. — Una calle contigua al Capitolio
Entra ARTEMIDORO leyendo un papel
ARTEMIDORO. — «César, guárdate de Bruto, ten cuidado con Casio, no te acerques a Casca, no apartes tus ojos de Cina, no te fíes de Trebonio, observa bien a Metelo Címber. Decio Bruto no te quiere. Has ofendido a Cayo Ligario. Todos estos hombres no tienen más que un pensamiento, y éste se dirige contra César. Si no eres inmortal, vela por ti. La seguridad abre el camino a la conspiración. Los prepotentes dioses te defienden. Tu amigo, Artemidoro” Aquí me quedaré hasta que César pase, y le entregaré esto como uno del séquito. Mi corazón lamenta que el valor no pueda vivir libre de la mordedura de la emulación. Si lees esto, ¡oh César!, podrás vivir. ¡Si no, ¡los destinos se habrán confabulado con los traidores!
(Sale.)
SCENA QUARTA
Otra parte de la misma calle, ante la casa de Bruto
Entran PORCIA y Lucio
PORCIA. — ¡Por favor, muchacho, corre al Senado! ¡No te detengas a responderme! ¡Marcha de prisa! ¿Qué esperas?
Lucio. — Saber mi encargo, señora.
PORCIA. — ¡Quisiera que fueras y volvieses antes de poder decirte lo que has de hacer allí! ¡Oh firmeza, ven en mi auxilio! ¡Levanta una montaña colosal entre mi corazón y mi lengua! ¡Tengo el espíritu de un hombre, pero mi fortaleza es de mujer! ¡Qué difícil para la mujer guardar secretos! ¿Aún estás aquí?
Lucio. — ¿Qué debo hacer, señora? ¿Correr al Capitolio, y nada más? ¿Y luego volver sin otro objeto!
PORCIA. — Sí; y avísame si tu amo se encuentra bien, muchacho, porque salió algo indispuesto. Y toma buena nota de lo que haga César y qué solicitantes se le acercan. ¡Escucha, muchacho! ¿Qué ruido es ése?
Lucio. —, No oigo nada, señora.
PORCIA. — ¡Pon atención, te lo ruego! ¡He oído un sordo rumor, como un tumulto que el viento trae del Capitolio!
Lucio. — En verdad, señora, no oigo nada.
(Entra un ADIVINO.)
PORCIA.—Acércate aquí, mozo. ¿Dónde has estado? ,
ADIVINO. — En mi propia casa, buena señora.
PORCIA. — ¿Qué hora es?
ADIVINO. — Cerca de las nueve, señora.
PORCIA. — ¿Ha ido ya César al Capitolio?
ADIVINO. — Todavía no, señora. Voy a tomar puesto para verle pasar.
PORCIA. — ¿Tienes alguna pretensión cerca de César? ¿No es así?
ADIVINO. — En efecto, señora, y si César quiere ser tan bueno para César que me preste oídos, le encargaré que vele por sí propio.
PORCIA. — ¡Pues qué! ¿Sabes quizá que se pretende hacerle algún daño?
ADIVINO. — Ninguno, que yo conozca, pero temo que pueda sucederle alguno muy grande. Me despido de vos. Aquí se estrecha la calle, y la muchedumbre de senadores, pretores y meros solicitantes que se agrupan tras las huellas de César estrujarían a un hombre débil hasta matarlo. Me iré a un sitio más ancho y : desde allí hablaré al gran César cuando pase.
(Sale.)
PORCIA. — Retirémonos. ¡Ay de mí! ¡Qué débil cosa es el corazón de la mujer! ¡Oh Bruto! ¡Que los cielos te ayuden en tu empresa! Seguramente, el muchacho me ha entendido. Bruto tiene una petición que César no acogerá. ¡Oh, me desmayo! ¡Corre, Lucio, y encomiéndate a mi señor! ¡Dile que estoy alegre, y vuelve al instante a repetirme lo que te diga!
(Salen separadamente.)
Acto III
SCENA PRIMA
Roma. —El Capitolio. —El Senado en sesión
En la calle contigua al Capitolio, muchedumbre de gente; entre ella, ARTEMIDORO y el ADIVINO. Trompetería. Entran CÉSAR, BRUTO, CASIO, CASCA, DECIO, METELO, TREBONIO, CINA, ANTONIO, LÉPIDO, POPILIO, PUBUO y otros
CESAR. — (Al ADIVINO.) ¡Ya han llegado loa idus de marzo!
ADIVINO. — Sí, César; pero no han pasado aún.
ARTEMIDORO. — ¡Salve, César! Lee este escrito.
DECIO. — Trebonio desea que echéis una ojeada, en un momento libre, sobre esta humilde petición suya.
ARTEMIDORO. — ¡Oh César! Lee primero la mía, que toca más cerca a César. ¡Léela, gran César!
CÉSAR. — Lo que no atañe más que a nuestra persona, será examinado lo último.
ARTEMIDORO. — ¡No lo difieras, César! ¡Léela en seguida!
CÉSAR. — ¡Pero qué! ¿Está loco ese mozo?
PUBLIO. — ¡Deja paso, tunante!
CASIO. — ¿Qué es eso? ¿Insistís en vuestras peticiones en la calle? Venid al Capitolio.
CÉSAR entra al Capitolio. Los demás le siguen. Todos los senadores se levantan
POPILIO. — Deseo que vuestra empresa pueda hoy triunfar.
CASIO. — ¿Qué empresa, Popilio?
POPILIO. — ¡Que lo paséis bien!
(Se adelanta hacia CÉSAR.)
BRUTO. — ¿Qué dice Popilio Lena?
CASIO. — Que desea que nuestra empresa pueda triunfar. ¡Temo que se hayan descubierto nuestros planes!
BRUTO. — ¡Mira cómo se aproxima a César! ¡Obsérvale!