Lo mejor de Dostoyevski. Fiódor Dostoyevski

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Lo mejor de Dostoyevski - Fiódor Dostoyevski


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grueso e incluso con algo de vientre. Iba perfectamente afeitado y no llevaba bigote ni patillas. Su cabello, cortado al rape, coronaba una cabeza grande, esférica y de abultada nuca. Su cara era redonda, abotagada y un poco achatada; su tez, de un amarillo fuerte, enfermizo. Sin embargo, aquel rostro denunciaba un humor agudo y un tanto burlón. Habría sido una cara incluso simpática si no lo hubieran impedido sus ojos, que brillaban extrañamente, cercados por unas pestañas casi blancas y unos párpados que pestañeaban de continuo. La expresión de esta mirada contrastaba extrañamente con el resto de aquella fisonomía casi afeminada y le prestaba una seriedad que no se percibía en el primer momento.

      Apenas supo que Raskolnikof tenía que tratar cierto asunto con él, Porfirio Petrovitch le invitó a sentarse en el sofá. Luego se sentó él en el extremo opuesto al ocupado por Raskolnikof y le miró fijamente, en espera de que le expusiera la anunciada cuestión. Le miraba con esa atención tensa y esa gravedad extremada que pueden turbar a un hombre, especialmente cuando ese hombre es casi un desconocido y sabe que el asunto que ha de tratar está muy lejos de merecer la atención exagerada y aparatosa que se le presta. Sin embargo, Raskolnikof le puso al corriente del asunto con pocas y precisas palabras. Luego, satisfecho de si mismo, halló la serenidad necesaria para observar atentamente a su interlocutor. Porfirio Petrovitch no apartó de él los ojos en ningún momento del diálogo, y Rasumikhine, que se habia sentado frente a ellos, seguía con vivísima atención aquel cambio de palabras. Su mirada iba del juez de instrucción a su amigo y de su amigo al juez de instrucción sin el menor disimulo.

      «¡Qué idiota!», exclamó mentalmente Raskolnikof.

      Tendrá que prestar usted declaración ante la policía repuso Porfirio Petrovitch con acento perfectamente oficial . Deberá usted manifestar que, enterado del hecho, es decir, del asesinato, ruega que se advierta al juez de instrucción encargado de este asunto que tales y cuales objetos son de su propiedad y que desea usted desempeñarlos. Además, ya recibirá una comunicación escrita.

      Pero lo que ocurre dijo Raskolnikof, fingiéndose confundido lo mejor que pudo es que en este momento estoy tan mal de fondos, que ni siquiera tengo el dinero necesario para rescatar esas bagatelas. Por eso me limito a declarar que esos objetos me pertenecen y que cuando tenga dinero…

      Eso no importa le interrumpió Porfirio Petrovitch, que pareció acoger fríamente esta declaración de tipo económico . Además, usted puede exponerme por escrito lo que me acaba de decir, o sea que, enterado de esto y aquello, se declara propietario de tales objetos y ruega…

      ¿Puedo escribirle en papel corriente? le interrumpió Raskolnikof, con el propósito de seguir demostrando que sólo le interesaba el aspecto práctico de la cuestión.

      Sí, el papel no importa.

      Dicho esto, Porfirio Petrovitch adoptó una expresión francamente burlona. Incluso guiñó un ojo como si hiciera un signo de inteligencia a Raskolnikof. Acaso esto del signo fue simplemente una ilusión del joven, pues todo transcurrió en un segundo. Sin embargo, algo debía de haber en aquel gesto. Que le había guiñado un ojo era seguro. ¿Con qué intención? Eso sólo el diablo lo sabía.

      «Este hombre sabe algo, pensó en el acto Raskolnikof. Y dijo en voz alta, un tanto desconcertado:

      Perdone que le haya molestado por tan poca cosa. Esos objetos sólo valen unos cinco rublos, pero como recuerdos tienen un gran valor para mi. Le confieso que sentí gran inquietud cuando supe…

      Eso explica que ayer te estremecieras al oírme decir a Zosimof que Porfirio estaba interrogando a los propietarios de los objetos empeñados exclamó Rasumikhine con una segunda intención evidente.

      Esto era demasiado. Raskolnikof no pudo contenerse y lanzó a su amigo una mirada furiosa. Pero en seguida se sobrepuso.

      Tú todo lo tomas a broma dijo con una irritación que no tuvo que fingir . Admito que me preocupan profundamente cosas que para ti no tienen importancia, pero esto no es razón para que me consideres egoísta e interesado, pues repito que esos dos objetos tan poco valiosos tienen un gran valor para mí. Hace un momento te he dicho que ese reloj de plata es el único recuerdo que tenemos de mi padre. Búrlate si quieres, pero mi madre acaba de llegar manifestó dirigiéndose a Porfirio , y si se enterase continuó, volviendo a hablar a Rasumikhine y procurando que la voz le temblara de que ese reloj se había perdido, su desesperación no tendría límites. Ya sabes cómo son las mujeres.

      ¡Estás muy equivocado! ¡No me has entendido! Yo no he pensado nada de lo que dices, sino todo lo contrario protestó, desolado, Rasumikhine.

      «¿Lo habré hecho bien? ¿No habré exagerado? pensó Raskolnikof, temblando de inquietud . ¿Por qué habré dicho eso de “Ya sabes cómo son las mujeres”?»

      ¿De modo que su madre ha venido a verle? preguntó Porfirio Petrovitch.

      Sí.

      ¿Y cuándo ha llegado?

      Ayer por la tarde.

      Porfirio no dijo nada: parecía reflexionar.

      Sus objetos no pueden haberse perdido manifestó al fin, tranquilo y fríamente . Hace tiempo que esperaba su visita.

      Dicho esto, se volvió con toda naturalidad hacia Rasumikhine, que estaba echando sobre la alfombra la ceniza de su cigarrillo, y le acercó un cenicero. Raskolnikof se había estremecido, pero el juez instructor, atento al cigarrillo de Rasumikhine, no pareció haberlo notado.

      ¿Dices que lo esperabas? preguntó Rasumikhine a Porfirio Petrovitch . ¿Acaso sabías que tenía cosas empeñadas?

      Porfirio no le respondió, sino que habló a Raskolnikof directamente:

      Sus dos objetos, la sortija y el reloj, estaban en casa de la víctima, envueltos en un papel sobre el cual se leía el nombre de usted, escrito claramente con lápiz y, a continuación, la fecha en que la prestamista había recibido los objetos.

      ¡Qué memoria tiene usted! exclamó Raskolnikof iniciando una sonrisa.

      Ponía gran empeño en fijar su mirada serenamente en los ojos del juez, pero no pudo menos de añadir:

      He hecho esta observación porque supongo que los propietarios de objetos empeñados son muy numerosos y lo natural sería que usted no los recordara a todos. Pero veo que me he equivocado: usted no ha olvidado ni siquiera uno…, y… y…

      «¡Qué estúpido soy! ¿Qué necesidad tenía de decir esto?» Es que todos los demás se han presentado ya. Sólo faltaba usted dijo Porfirio Petrovitch con un tonillo de burla casi imperceptible.

      No me sentía bien.

      Ya me enteré. También supe que algo le había trastornado profundamente. Incluso ahora está usted un poco pálido.

      Pues me encuentro admirablemente replicó al punto Raskolnikof, en tono tajante y furioso.

      Sentía hervir en él una cólera que no podía reprimir.

      «Esta indignación me va a hacer cometer alguna tontería. Pero ¿por qué se obstinan en torturarme?»

      Dice que no se sentía bien exclamó Rasumikhine , y esto es poco menos que no decir nada. Pues lo cierto es que hasta ayer el delirio apenas le ha dejado… Puedes creerme, Porfirio: apenas se tiene en pie… Pues bien, ayer aprovechó un momento, unos minutos, en que Zosimof y yo le dejamos, para vestirse, salir furtivamente y marcharse a Dios sabe dónde. ¡Y esto en pleno delirio! ¿Has visto cosa igual? ¡Este hombre es un caso!

      ¿En pleno delirio? ¡Qué locura! exclamó Porfirio Petrovitch, sacudiendo la cabeza.

      ¡Eso es mentira! ¡No crea usted ni una palabra…! Pero sobra esta advertencia, porque usted no lo ha creído, ni mucho menos dejó escapar Raskolnikof, aturdido por la cólera.

      Pero


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