¿Qué hacemos con Menem?. Martín Rodriguez
Читать онлайн книгу.también surgieron los nuevos progresismos con agenda más liberal, con figuras como François Mitterrand y Felipe González. Nueva derecha y nuevo progresismo. Un nuevo consenso después del viejo consenso bienestarista. En este marco se dio toda una serie de movimientos, a primera vista, paradójicos. Thatcher deshizo la cultura tradicional tory. González desmanteló parte de la industria sindicalmente ligada a la izquierda y metió a España en la OTAN y en la Comunidad Europea. Menem transformó el peronismo de partido sindical a partido clientelista y dio rienda suelta a un programa de reformas liberales. Como ya dijimos: clima de época.
Este fue un proceso gradual, un fenómeno común en gran parte de Occidente, que con idas y vueltas terminó confluyendo en un centro que indiferenció parcialmente las polaridades partidarias. En su libro Ill Fares the Land, el historiador Tony Judt describió este período como un “asfixiante consenso” de los partidos tradicionales.[30] Por derecha y por izquierda, con sus diferencias, la clase política con capacidad de gobernar buscó surfear la misma ola. Como decía el filósofo y economista mexicano Jorge Castañeda en La utopía desarmada de 1993: “A pesar de muchas limitaciones, en la política contemporánea y en la globalización económica actual, negarse a jugar en el mismo terreno, no importa cuán disputado esté, equivale a condenarse a la marginalidad”.[31] Y Gabriel García Márquez, en una misma sintonía, decía que había que sobrevivir “aunque se pierdan los muebles”.
Eso explica el grado de lealtad a la Convertibilidad en la clase política de la época. No es que la Argentina fuera una excepción en esto. En el mundo había un fuerte consenso entre derechas e izquierdas, todos camino al centro. La gran concentración. Hoy puede costar entenderlo, pero Federico Sturzenegger era el faro económico de Chacho Álvarez,[32] junto con José Luis Machinea, y después su apuesta política fue Domingo Cavallo. Una época marcada por un nivel tal de consenso sobre los pilares del “modelo” que el orden implotó. Pero no solo en la Argentina.
La historia es conocida. Este gran consenso centrista terminó, aquí y allá, volando por el aire.[33] En el mundo se fue descascarando de a poco. Las terceras vías empezaron a perder terreno electoralmente. El socialismo francés de Lionel Jospin no llegó a la segunda vuelta electoral de 2002 contra Jacques Chirac, y dejó en esa final a Jean-Marie Le Pen. Después, con el 11-S Tony Blair devino cruzado en Irak. El Partido Socialdemócrata alemán de Gerhard Schröder, mientras ejercía de policía en Kabul de la mano del exizquierdista Joschka Fischer, devenido líder del Partido Verde, salió ofensivamente con una agenda liberalizadora y terminó perdiendo el poder en 2005. En 2000 el vicepresidente de Bill Clinton, Al Gore, perdió en la Corte la elección frente a un George W. Bush que quizá todavía no sabía que iba a encabezar la cruzada mundial pos-11-S.
En los años noventa en América Latina, 1998 más precisamente, existió un nucleamiento llamado “Alternativa Latinoamericana”, que hoy parece irreal. Comandada por el futuro canciller de Vicente Fox, Jorge Castañeda, y por el futuro ministro de Asuntos Estratégicos de Lula da Silva, Roberto Mangabeira Unger, esta convocatoria reunió a diversas figuras que, desde la perspectiva actual, resulta insólito pensar juntas. Participaban de esa iniciativa Carlos “Chacho” Álvarez, José Bordón, Leonel Brizola, Manuel Camacho, Dante Caputo, Cuauhtémoc Cárdenas, José Dirceu, Marco Aurélio Garcia, Gabriel Gaspar, Tarso Genro, Ciro Gomes, Graciela Fernández Meijide, Vicente Fox, Itamar Franco, Ricardo Lagos, Andrés Manuel López Obrador, Luiz Inácio Lula da Silva, Carlos Ominami, Federico Storani, Rodolfo Terragno y muchos más. En este sentido, en su libro Progresistas fuimos todos[34] Eduardo Minutella y María Noel Álvarez se ocupan de un aspecto capital de esta historia reciente: las revistas de la transición del siglo XX al XXI. Del menemismo al kirchnerismo pasando por 2001. ¿Por qué es tan importante? Porque revela hasta qué punto eran diferentes las polaridades que organizaban la conversación pública y las identidades políticas. Se juntaban personas que hoy ni siquiera podrían tomar un café. ¿Qué pasó? Cambió el eje que organizaba los clivajes.
Argentina siempre siguió la música que sonaba en la región, pero no deja de ser quizá el vecino más exagerado del Cono Sur. La dictadura más asesina en los setenta. El único Juicio a las Juntas Militares en los ochenta. El caso más liberalizador en los noventa. La peor crisis en el cambio de siglo. El giro más estatista en los dos mil. Cada década un giro distinto, pero hay una constante: la lealtad con la intensidad.
¿Fukuyamistas fuimos todos?
Como dijo Žižek: “Es fácil reírse de la noción de fin de la historia de Fukuyama, pero hoy la mayoría es fukuyamista: el capitalismo liberal-democrático es aceptado como la fórmula final de la mejor sociedad posible, donde todo lo que queda es hacerlo más justo, tolerante, etc.”.[35] Por supuesto que en la década del noventa no todos participaron de aquellos consensos. Pero sí la mayoría abrumadora de la clase política, la élite en general y la corriente de opinión mayoritaria. En 1999 toda la oferta electoral (De la Rúa, Duhalde y Cavallo) ofrecía Convertibilidad. Chacho Álvarez decía que no había más derecha ni izquierda, antes de alcanzarle a Fernando de la Rúa, que había hecho campaña diciendo “Conmigo un peso un dólar”, un Domingo Cavallo como ministro de Economía. Ese era el clima del que Eduardo Duhalde supo despegarse a tiempo.
En los años noventa hubo menemismo, pero ¿cuántos eran los menemistas? En cierto modo se trató más de una administración reformadora, dirigida por un líder carismático con fuerte apoyo popular, que una construcción sentimental de masas. No hubo un pueblo menemista como sí hubo –y hay– un pueblo cristinista en el siglo XXI. Esto no quita el fuerte apoyo popular expresado en todas las elecciones que ganó Carlos Menem. Pero no hubo una masa menemista movilizada. Fue también parte del clima de época cierta pasión por la desmovilización. Los ochenta movilizaban, los noventa desmovilizaban y los dos mil, especialmente cuando la economía “dejó de funcionar”, volvieron a movilizar. El péndulo argentino. No hubo un pueblo menemista movilizado porque no había con qué. No era el plan. Pero la política es incertidumbre. Y bajo los consensos de la alta política noventista se gestó el 2001. Así se entiende el “Que se vayan todos” del cambio de siglo. Fue tan grande el consenso sobre lo más importante (la política económica) que cuando explotó la bomba de 2001 la “clase política” estaba toda en la misma carpa beduina.
Puede ser un lugar común pensar en la excepcionalidad argentina. Para bien y para mal. También pensar que “Argentina atrasa”. Pero quizá nuestro 2001 fue lo que el mundo vivió en 2008. El principio del fin de esos consensos. Algo similar ocurre con el inicio de la transición española hoy tan impugnada. Pero entonces quizá el fin del menemismo no implicó el inicio de un atraso en relación con el mundo. Quizá el final de nuestra década del noventa –2001– fue en realidad un hecho de vanguardia: nos adelantamos a la era de las grandes polarizaciones, que en la Argentina son pese a todo de menor intensidad que las que hoy atraviesan Occidente. Suena paradójico que el momento de uno de los más grandes consensos político-económicos de nuestra historia reciente sea un período polémico e incómodo. Es la década maldita que amamos odiar. Tal vez para olvidar que, de una forma u otra, también fuimos parte.
[12] Francis Fukuyama, The End of History and the Last Man, Nueva York, Free Press, 1992 [ed. cast.: El fin de la historia y el último hombre, Barcelona, Planeta, 1992].
[13] Wilhelm Friedrich Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, Madrid, Alianza, 1997, p. 221.
[14] Jorge Castro, La gran década, Buenos Aires, Sudamericana, 2000, p. 188.
[15] Lucio V. Mansilla, Rosas. Ensayo histórico-psicológico, Buenos Aires, Claridad, 2007, p. 117.
[16] Alfredo Pucciarelli (comp.), Los años de Menem, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011, p. 24.