"Por una merced en estos reinos". Carolina Abadía Quintero
Читать онлайн книгу.se convierta en el dicho estudio que tiene el dicho Pedro Sánchez Triguero”,30 y los réditos de los eclesiásticos los que “han de entrar en el dicho estudio”.31 Además, se decidió lo siguiente: a) que Sánchez Trigueros y sus sucesores llevaran la cuenta de los 20 pesos que cada año debían pagar los seminaristas por sus estudios, determinando que, por los 12 seminaristas inscritos en 1621, debía tener 240 pesos, y si en caso de que algún colegial no pagara, se supliera la suma de las rentas colectadas, así tanto Trigueros no asumía los costos de su estudio y el seminario iría acrecentando con el tiempo más seminaristas; b) que por lo menos cuatro de los 12 seminaristas que había fueran enviados a la catedral todos los días en vísperas y los domingos para que sirvieren en lo que surgiere; c) que los ornamentos de estos cuatro seminaristas debían correr por cuenta de ellos o de sus padres; d) que todos los seminaristas estuvieren a la orden de Sánchez Trigueros para lo que le ocupase a él como encargado y responsable de vigilar la vida y costumbre de ellos, y e) que se ratificaba el pago a los eclesiásticos de todo el obispado a razón de 4 pesos cada uno para el sostenimiento del estudio de gramática.32 Tal como sucedió con la postergación de la construcción de la catedral, este proyecto de seminario se ajustó a las carencias y realidades que bien entendían en su momento los capitulares del cabildo catedral de Popayán. Esta iniciativa fue aprobada y apoyada por el obispo fray Ambrosio de Vallejo (1620-1631), quien dotó las becas de los 12 seminaristas con bienes eclesiásticos.33
Tiempo después, en 1631, Luis de San Millán, provincial de la orden de la Compañía de Jesús, pasó por Popayán rumbo al Perú,34 y notó la falta de una casa de esta orden en la ciudad, y en general en el obispado. San Millán instó a los cabildos payaneses a pedir su apertura y logró que uno de los capitulares del cabildo eclesiástico, el deán Francisco Vélez de Zúñiga, ofreciera una de sus haciendas y otros bienes para la fundación de esta casa,35 al igual que varios vecinos de la ciudad donaron dinero, tierras y ganados para colaborar en proyecto tan loable.36 La creación de la casa jesuita es importante porque su presencia aseguraría a los prelados y al cabildo eclesiástico de Popayán la administración del futuro colegio seminario tridentino, que se refundaría y reabriría continuamente a lo largo del siglo XVII.
El obispo Francisco de la Serna y Rimaga (1640-1645) identificó la falta que hacía en la provincia un colegio seminario, puesto que, en la proposición que hizo al rey para la fundación de una casa de estudios en Popayán, mencionaba que esta carencia provocaba que no hubiera en el obispado sacerdotes eficientemente formados tanto para el culto como para la enseñanza de otros clérigos, idea que, en general, dilucida que los curas y eclesiásticos que había en el obispado no eran idóneos para ejercer su ministerio.37 Aprovechando, entonces, la llegada a la ciudad de la patente de fundación de la casa de la Compañía de Jesús,38 dada por el padre provincial en Santa Fe, el prelado aprovechó y puso en marcha este proyecto eclesiástico escribiendo al rey para obtener las licencias en que se aceptaba el colegio seminario con sus constituciones y al mando de los jesuitas. Cabe aclarar que José Abel Salazar señala que hay que diferenciar la casa de la Compañía con el colegio seminario, porque, al ser fundados en la misma época, se pueden confundir sus historias. Lo cierto es que el rey Felipe IV dio el visto bueno, por real cédula del 16 de diciembre de 1640, para la creación del Colegio Seminario de Popayán, dedicado a San Francisco de Asís,39 y coordinado por los jesuitas. El seminario inició clases con la apertura de las cátedras de “la latinidad y otras facultades de artes y teología”,40 adoptando las constituciones del Colegio de San Luis de Quito41 y asegurando el obispo Serna su futuro funcionamiento con rentas que saldrían de beneficios simples y curados.42 No fue hasta 1793 que el cabildo eclesiástico y el obispo del momento, Ángel Velarde y Bustamante (1789-1809), empezaron a considerar que el colegio seminario pudiera conferir títulos y grados.43
Este primer proyecto no tuvo una larga existencia, pues la larga sede vacante obispal que tuvo Popayán entre 1645 y 1659, propiciada por las muertes inesperadas y las dejaciones y negaciones de nombramiento de cinco candidatos episcopales a ocupar la silla payanesa, llevó a que, en 1655, se extinguiera y se convirtiera la casa donde estaba ubicado en un hospicio de viandantes y forasteros, sin estudiantes ni colegiales, según como certificaba en 1660 el capitán Sebastián Guerrero, escribano de la ciudad.44 Con el nombramiento y la llegada de un nuevo obispo, en este caso el limense Vasco Jacinto de Contreras (1659-1666), se reabrió el colegio seminario de mano, de nuevo, de la Compañía de Jesús, en cabeza del maestro Bernardino de la Cueva.45 No sobra decir que estas constantes reaperturas y refundaciones del colegio seminario, como propone Leticia Pérez Puente, pueden entenderse también como estrategias de fortalecimiento de la autoridad episcopal, más en un episcopado pobre y con corporaciones como el cabildo catedral o las órdenes regulares, sin una fortaleza sustantiva en el contexto inmediato. Para 1680, el colegio seminario enseñaba gramática; en 1688, se dio apertura a los cursos de latín, “filosofía escolástica, teología dogmática y moral”, teniendo como uno de los profesores a Juan de Velasco;46 en 1712, tenía seis estudiantes, estableciéndose hasta 1744 la apertura de las cátedras superiores en filosofía y teología escolástica.47
Hay que adicionar al análisis de los elementos que brinda la tabla 3 que los capitulares naturales de Popayán, dada la ausencia académica de una universidad y por la inmediata cercanía, realizaron sus estudios en Santa Fe y en Quito, ambas capitales de Audiencia y con diversos colegios seminarios y universidades, por lo menos para el caso quiteño. Resulta peculiar que en ambas ciudades la fundación de seminarios conciliares fue muy temprana, para Santa Fe en 1582 y para Quito en 1570, pero los vaivenes de la política y del gobierno eclesiástico de ambos episcopados llevaron a que estas dos instituciones pasaran a ser direccionadas por la Compañía de Jesús.48
En Santa Fe, los clérigos también vivieron a la deriva con sus estudios, como se muestra en el caso del capitular Fernando de Oruña y Quesada, quien asistió a las cátedras tanto de franciscanos como de dominicos, pero sin obtener ningún grado, a pesar de su lucimiento como estudiante. Este caso, al igual que el de Popayán, muestra que no fue sino hasta la llegada de los integrantes de la Compañía de Jesús y la fundación que hacen del Colegio de San Bartolomé que se puede hablar de un primer recinto universitario de formación eclesiástica en el territorio neogranadino. Pérez Puente brinda un mejor panorama de los estudios que se ofrecían en Santa Fe para la época:
Si bien el Nuevo Reino de Granada estaba más cerca de Quito, en 1568 no había allí más oferta de estudios. Solo para 1582 cuando se fundó el seminario en Santa Fe, la ciudad presentaba un cuadro un poco más promisorio. En ella el convento dominico de Santa María del Rosario había recibido la bula donde se le erigía en Universidad, y contaba con cátedras de Artes y Teología, así como lecciones de gramática que, según fray Alonso de Zamora, habían dado inicio desde 1563. Sin embargo, todo indica que esas lecturas eran muy poco constantes. Fray Pedro Simón escribió que cuando los franciscanos abrieron sus cursos de Artes y Teología en Santa Fe en 1605, muchos habían asistido “por el deseo que tenían de estudios, por no haberlos habido hasta allí de propósito en ninguna parte de ella”. Más tarde, en el contexto de la disputa entre los dominicos y la Compañía de Jesús por el privilegio de otorgar grados académicos, el jesuita Pedro Calderón aseguró que solo hasta 1615 los dominicos habían comenzado a leer Artes y Teología en su convento.49
Como también señala Salazar, dado el fracaso del seminario del arzobispo Barrios, fueron las casas de las órdenes dominica, franciscana y agustina recoleta en Santa Fe las que se dedicaron a ofrecer cátedras y cursos para sus religiosos, clérigos y juristas, hasta que, en 1604, establecida la Compañía de Jesús en esta ciudad, se hizo apertura del Colegio de San Bartolomé, que enseñó las disciplinas inferiores hasta que, en 1612, se inauguró el curso de Artes.50 No está de más pensar que Oruña y Quesada, quien era integrante de una de las familias de mayor prestigio en la sociedad santafereña al ser nieto del conquistador del Nuevo Reino de Granada Gonzalo Jiménez de Quesada, optara por estudiar entonces en aquellos colegios que hacían apertura de cursos y de cátedras, resignándose a destacarse en este círculo de estudios eclesiásticos superiores no universitarios. El caso de Quito fue distinto, pues las fundaciones conventuales fueron