Ríos que cantan, árboles que lloran. Leonardo Ordóñez Díaz

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Ríos que cantan, árboles que lloran - Leonardo Ordóñez Díaz


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o menor fuerza la percepción occidental de la Amazonía. Pero, aunque las obras canónicas de la selva reproducen estos y otros tópicos afines, en ellas es posible identificar recursos narrativos dirigidos a revisar, a satirizar o incluso a desmontar tales visiones empobrecedoras (Wiley 2009). Esta tendencia a la desmitificación y la crítica de las representaciones tradicionales se refuerza en la producción narrativa del último medio siglo y viene acompañada de una sensibilidad creciente con respecto a las especificidades de los ecosistemas selváticos y a su fragilidad en el marco de la globalización galopante (Barbas-Rhoden 2011). Frente a imaginarios dictados por el miedo a lo desconocido o por el ansia de riqueza, de pureza o de libertad; frente a representaciones en las que la selva aparece como se la teme o como se la desea; frente a concepciones que reducen la complejidad justo allí donde esta constituye un valor esencial, la narrativa de la selva articula —en medio de contradicciones y tanteos— imágenes en las que convergen los actores humanos y no humanos del mundo selvático, la historia natural y la historia social. Y es justo esta convergencia la que mi investigación rastrea y analiza. Mi trabajo pone los estudios literarios al servicio de una exploración en torno a la problemática ambiental en las selvas tropicales de América Latina, con la esperanza de aportar a un mejor entendimiento de la narrativa de la selva, pero también de enriquecer nuestra percepción de la realidad selvática, de afinar nuestra receptividad con respecto a su extraordinaria riqueza de matices y de facilitar una comprensión ampliada de los procesos de transformación que tienen lugar en ella en la actualidad.

      Para esta tarea recurro a un andamiaje teórico mixto. El ecocriticism o environmental criticism (Buell 2005, Glotfelty y Fromm 1996) es útil a la hora de aplicar las herramientas de la crítica textual en una indagación centrada en temas ecológicos; mi idea es realizar un trabajo de crítica literaria ambientalista que, sin sacrificar el énfasis en los ecosistemas selváticos, tenga siempre a la vista los vínculos que ligan los eventos locales de la selva con las dinámicas globales de la biosfera. De particular relevancia dentro de este enfoque son los planteamientos de Hubert Zapf (2008), quien señala cuatro escenarios vitales donde las ciencias ambientales y las ciencias humanas convergen hoy: 1) el nexo de «texto» y «vida», 2) la relación entre «hechos» y «valores», 3) la interacción de «naturaleza» y «cultura», 4) los enlaces entre «lo local» y «lo global». Estas convergencias no eliminan las tensiones entre ambos campos del saber, dado que la biología y la ecología comparten la pretensión de objetividad y el enfoque empírico de las demás ciencias naturales, mientras la política y la ética se basan en ideas antropocéntricas: «autonomía», «conciencia», «libertad», «sentido moral». No obstante, los biólogos están cada vez más dispuestos a admitir que las dinámicas culturales no se reducen a las leyes de la genética. La mayoría de sociólogos, antropólogos, filósofos y artistas reconocen, por su parte, que la cultura nunca está separada de los procesos físicos y metabólicos, sino que guarda con ellos estrechos lazos de interdependencia. Surge así una perspectiva que afirma al mismo tiempo las diferencias y los nexos entre la evolución biológica (guiada por el comportamiento instintivo) y la evolución cultural (guiada por comportamientos socialmente adquiridos y lingüísticamente mediados). Siguiendo a Zapf, me inclino a ver las narrativas de la selva como «ecosistemas culturales» que, al igual que otras formas de producción simbólica, nos ayudan a restaurar la frescura de los sentidos, la salud del lenguaje, el vigor de la vida emocional, amenazados por una simplificación derivada de formas de producción y hábitos de vida que degradan los paisajes físicos, empobrecen los ecosistemas naturales y perturban el equilibrio de la biosfera. El vínculo de las artes con las ciencias y de los textos con la existencia no es, por lo tanto, accesorio sino medular. Las narrativas de la selva no se limitan a recrear el ambiente selvático: apoyándose en él, crean una selva imaginada que nos abre los ojos a la riqueza y complejidad de la selva real, en una constante retroalimentación de los procesos naturales y la creatividad cultural.

      Pero la ecología de la imaginación resulta inoperante sin el concurso de una crítica de las relaciones sociales. La devastación de las selvas tropicales es también fruto de una larga historia de injusticias y desigualdad a la que no es ajena la narrativa de la selva. El enfoque de la political ecology (Moore 2016, Gudynas 2015, Martinez-Alier 2002, Peet y Watts 1996), al poner el acento en el análisis de los factores económicos, políticos y sociales ligados al deterioro de la naturaleza en la periferia mundial, brinda herramientas útiles al respecto. En este marco, la crítica rigurosa de las ideas de «Tercer Mundo», «subdesarrollo» y «desarrollo sostenible» (Escobar 1995) subraya la urgencia de disminuir las desigualdades —tanto las económicas como las ecológicas y culturales— sin eliminar las diferencias. La explotación implacable de la selva, al marchitar su riqueza natural, desmantela la diversidad cultural y las formas alternativas de actividad económica que ella alberga. De ahí la necesidad de corregir la «distribución injusta» y el «intercambio desigual» que han marcado hasta ahora el avance de la modernidad y del desarrollo (Escobar 2006: 11). Las narrativas de la selva —a veces para bien, a veces para mal— son voces participantes en los debates en torno a la justicia ambiental, y cualquier ejercicio de crítica literaria referente a ellas tiene que evaluar sus pretensiones testimoniales y de crítica social.

      Mi trabajo se articula entonces a partir de un conjunto de ingredientes complementarios entre los cuales ocupan un lugar preeminente la biogeografía de las selvas tropicales de América Latina, la historia de la Amazonía y la Orinoquía, la crítica literaria ambientalista y la ecología política de la desigualdad.

      El postulado orientador del ensayo es que existen tres ejes principales en la representación narrativa del mundo selvático: la Selva soñada, la Selva temida y la Selva frágil. Pero, mientras los dos primeros ejes son bien conocidos y han recibido una atención constante por parte de los especialistas, el tercero tiende a permanecer en la sombra, relativamente invisibilizado. Frente al dualismo que suele regir la descripción de la selva, polarizada entre las visiones edénicas del «paraíso virgen» y las visiones escalofriantes del «infierno verde», la lectura de las narrativas de la selva adelantada en este trabajo revela el surgimiento y la maduración, a lo largo del siglo xx, de una imagen distinta, enfocada en la vulnerabilidad de los bosques tropicales. El develamiento y la denuncia de la fragilidad de la selva no es, desde esta óptica, un desarrollo tardío ligado al incremento de la deforestación y la explotación de los bosques húmedos en las últimas décadas, sino que aparece ya en las primeras narrativas de la selva. En tales obras, usualmente relegadas a un segundo plano en la historia literaria por su carácter telúrico y costumbrista, encontramos ya numerosos reclamos que harán suyos los grupos ambientalistas contemporáneos en su defensa de las áreas silvestres. Bien puede decirse que, a pesar de su reputación como productos literarios regionalistas, las narrativas de la selva de comienzos del siglo pasado le dan expresión temprana a una de las corrientes mayores del proceso de globalización: la crisis ecológica.

      Consideradas desde este ángulo, tanto las narrativas pioneras de la selva como las que toman luego el relevo y las que prolongan el subgénero hasta hoy son portadoras de un doble componente crítico cuya evolución e historia merecen un estudio detallado. Por una parte, se trata de obras que impugnan, con mayor o menor lucidez, los clichés según los cuales las selvas se definen por su exuberancia natural, su poderío incontrastable, su complejidad misteriosa, sus peligros insospechados, sus inagotables riquezas. Por otra parte, ellas denuncian las modalidades de explotación de las que los entornos selváticos han sido objeto en el curso de su incorporación al orden global, mostrando hasta qué punto dichas prácticas reactivan una y otra vez, en distintos escenarios, las facetas más nocivas del legado colonial de la región. Semejante empresa crítica, desde luego, no está exenta de ambigüedades que deben también ser objeto de examen atento. Un dato básico a propósito de las narrativas de la selva es que la mayoría de ellas fueron escritas por artistas e intelectuales formados en las ciudades y cuyo conocimiento de la vida selvática era superficial, aun en el caso de autores que vivieron en la selva meses o años. No en vano estas narrativas arrastran el lastre de una separación entre mundo civilizado y mundo natural en la que el primero se define con base en su oposición al último, lo que suscita todo tipo de problemas conceptuales y prácticos que la actual crisis ecológica pone de manifiesto.

      La


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