RRetos HHumanos. Rosa Allegue Murcia
Читать онлайн книгу.mi turno y recordé mi primera reunión con ella, en la que ni tan siquiera pude hablar. Mientras ella hablaba y hablaba pude ver encima de su escritorio una placa de agradecimiento de los Salesianos por el programa «Segunda Oportunidad». Pensar en los Salesianos me recordó a mi mamá, la gran luchadora orgullosa de su hijo, la que defiende la sonrisa como receta ante la adversidad. Hacía días que no la llamaba. La tenía más abandonada que aquel dios al que le reza, aquel que haciendo hombres no recordaba ponerles piernas, como si fueran un retazo que se pueda olvidar.
–¡Chucho! ¿Me estas escuchando? Te he preguntado cómo te ha ido con Hernán.
–Para serte totalmente sincero, Irene, esto no es lo que me esperaba, creo que este no es mi lugar.
–Vas demasiado rápido, Chucho, debes tener paciencia. Creo que tu juventud e inexperiencia te hacer ser impaciente con la empresa y quizá con Hernán…
Otro choro de Irene sobre la empresa y la ética. Entonces vi un gran cuadro colgado en la pared. Era una foto de todo el personal de Green Technology celebrando los primeros diez años de la empresa y, en letras superpuestas, el eslogan «Todos hacemos Green». La foto era bonita, aunque había perdido el color por el paso de los años, y el ancho marco de madera que la soportaba pedía a gritos una renovación. Aquella foto reflejaba a Irene: con principios excelentes, pero con un formato desfasado. Me molestó darme cuenta de que se había quedado anclada en el pasado, un pasado con otros ritmos, con cambios que se producían muy poco a poco. Bajé la mirada y me tropecé con sus zapatos. Su color mate había tomado una tonalidad apagada, de esas que aburren y aburren porque nunca van a cambiar.
–Perdona que te interrumpa Irene, quizá no me expresé bien. Yo creo que sabes que Hernán critica continuamente, llama tonto a todo el mundo y ataca sin piedad. Yo no quiero trabajar con él pues me quita la alegría por trabajar. Además, perdona mi insolencia, pero si alguien piensa que todo el mundo es tonto, es porque el tonto es él.
–No te puedo consentir estas palabras. Debes ser más respetuoso y paciente con la empresa y, si te toca trabajar con Hernán, tendrás que trabajar con él. Ya eres mayorcito Chucho, ahora toca ser responsable.
Los zapatos de Irene delataron su incomodidad. En los momentos de vergüenza la gente encoge sus pies dentro de los zapatos intentando liberar presión, queriendo aliviar por allí la resistencia que no quieren mostrar. Los zapatos de Irene se abultaron contradiciendo lo que ella estaba diciendo, dejando al descubierto su lucha interna. Agradecí a los zapatos su sinceridad.
–Irene, me pides que tire mi tiempo a la basura, que acepte tu realidad. Me niego a ser parte de este problema, no voy a ser el tonto a quién el tonto hace tontear.
Sonreí y miré fijamente a Irene, pues ya no quedaba nada por decir. Calló, se empañaron sus ojos y la frustración rodó por su mejilla. Salí de aquella oficina que ni resbala ni atrapa. Yo sonreí, sonreí y sonreí, e Irene me dejó volar.
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